Debe haber sido el hecho que ella ponía huevos y yo solo hacía caca en el jardín lo que llevó al humano a despojarme de mi casa y transformarla en gallinero, afortunadamente no me quitó la cama y al menos se preocupó de colocarla bajo el techo de una terraza para no quedar totalmente a la intemperie. No voy a negar que sentí celos de la Clo, así que el día que apareció el gato negro no hice nada. Ahora me arrepiento. Fue un día de esos en que todos los humanos estaban en la casa casi el día completo, recién había amanecido y la Clo picoteaba algunos chanchitos de tierra que había en el suelo. Estaba distraída y no escuchó los pasos del gato acercándose. El felino dio un gran salto y cayó muy cerca de su espalda. El zarpazo fue rápido y certero, directo en el muslo derecho. Ella alcanzó a arrancar, muy adolorida, eso parecía porque no paraba de cacarear y el ruido que hacía era intenso.
Unos instantes después salió el humano en bata, pijama y con
pantuflas, le gritaba como en voz baja y gesticulaba molesto. La Clo seguía
cacareando. El humano entró a la casa y un par de minutos más tarde volvió a
salir con el mismo atuendo pero ahora incluía guantes. Se acercó a la Clo, que
ya no se movía y solo cacareaba, la levantó y trató de cerrarle el pico para
que se callara. No resultó. Entonces el humano se concentró en el distinguido
collar de la gallina, juntó sus dos manos en el cuello y comenzó a estirarle el
cogote. Inicialmente no me di cuenta de lo que él quería hacer y creo que era
primera vez que él lo intentaba. El humano tiraba del cuello y la Clo seguía
cacareando, pero ahora el ruido salía entrecortado. Mientras miraba la escena
me arrepentí de no haber intentado asustar al gato. El humano tiró y tiró del
cuello hasta que finalmente la cabeza de la Clo se desprendió. Él abrió sus
manos y el cuerpo de la gallina, ahora liberado, hizo algo grotesco: corrió y siguió
aleteando sin cabeza. Del cogote borboteó sangre por unos segundos eternos,
mientras la cabeza caía entre mis patas con sus ojos muy abiertos que me miraban
fijamente.
Nunca lo vi tan furioso. Yo solo me quedé sentada, tiritando. Nunca más voy a ladrar, no vaya a ser que el humano sea un asesino en serie y también me quiera arrancar la cabeza. Gonzalo X
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