Yo lector, me confieso...
A Ercira Bravo, poeta, bibliotecaria y guía
Mi obsesión
por la lectura no es un Trastorno Obsesivo Compulsivo como dice mi ex-psiquiatra.
Sí, antes de que pudiera echarle el rollo él empezó a dar unos golpecitos sobre
el cristal de su escritorio que me desconcentraron y no pude continuar lo cual
él aprovechó para meter indebidamente su cuchara y decir TOC y repitió TOC, y
siguió con lo de TOC, al principio pensé que se trataba de la onomatopeya
de sus golpecitos en el cristal de su elegantísimo escritorio, pero no, no se
trataba de eso, porque ahí nomás me largó su teoría sin base alguna de que yo
sufría un Trastorno Obsesivo Compulsivo y patatín patatán no escuchó nada más
de lo que yo decía porque para él era caso resuelto y eso que no le había
podido hablar de lo que me había llevado a su consulta que no era precisamente
el tema de la lectura sino de la falta de sueño a las horas adecuadas. Es
decir, hacía 40 años que me dormía a las dos de la mañana luego de leer mucho o
poco, pero siempre después de leer y eso no me molestaba, pero desde que estaba
solo había corrido el límite a las tres de la madrugada y me había decidido a
ir a verle cuando estaba leyendo hasta las cuatro. Pero a esas alturas estaba
craneando como pedirle que me devolviera la plata para malgastarla en otra
cosa.
Dejemos a
un lado a mi ex-psiquiatra. Prefiero concentrarme en conversar con usted que al menos no me cobra nada por poner atención a este texto, ni me
interrumpe con ruidos extraños y que probablemente no tenga un elegantísimo escritorio
con cubierta de cristal con los bordes tallados de forma barroca. Me voy a
permitir contarle una historia que prueba que la verdadera naturaleza de mi
obsesión por la lectura tiene un origen sin duda religioso.
Debe haber
sido en tiempos muy remotos, estaba en primero de humanidades cuando me enteré
por boca del profesor de religión, un curita con sotana y tonsura del que no
guardo un mal recuerdo, que su clase era optativa, que si uno no era católico
ni quería serlo podía ahorrarse el asistir a su clase y dedicarse a otra cosa.
En forma bastante impulsiva me puse de pié y le dije que si así era la cosa yo
me retiraba. También dije hasta luego por decir algo y salí, cerré la puerta y
me quedé esperando que saliera un lote para inventar algo que hacer, pero
calculé mal. Pasaron los minutos y nadie me siguió. No sé que les habrá dicho
el curita que nadie más se atrevió a salir, pero tiene que haberles prometido
ponerles un siete o haberlos amenazado con el infierno, el cual ya me tenía
ganado a mis once o doce añitos de edad.
Al
principio me sentí peor que Arturo Prat después de saltar al abordaje, después
de todo a él lo siguió el Sargento Aldea y el marinero Canave, además según Baradit
hasta hubo un tercero, el marinero Luis Ugarte que cayó al agua y salvó el
pellejo. A mí, nadie y si alguien lo intentó debe haber caído al agua y salvado
su alma. En vista de que la puerta no se abría y nadie salía me sentí muy tonto
esperando ahí afuera, además que si pasaba el inspector tendría que aguantar un
interrogatorio bajo apremios ilegítimos. Por eso desee fervientemente que se
desaparecieran todos los inspectores y otros seres malignos del universo del
Liceo.
Caminé sin
rumbo por los pasillos que estaban completamente vacíos lo que me causaba
alguna angustia porque era muy anormal esa situación, busqué en el patio del
internado y tampoco andaba un alma, al parecer mi deseo los había hecho
desaparecer a todos. No sé como llegué sin proponérmelo hasta la biblioteca,
entré y por fin vi a una persona que no era un temido inspector ni un ser
maligno, sino la bibliotecaria, una señora mayor muy seria, pero amistosa.
Estaba sentada junto al mesón con un libro y una taza de té. Me saludó por mi
nombre lo que me produjo extrañeza porque no creía que lo supiera, dejó que me
acercara sin decir nada, cuando estuve frente a ella cerró el libro y me
interrogó con su mirada. Yo que no quería que ella se desapareciera también me
apresuré a contarle mi situación. Me miró ahora en forma aprobadora ―parece que viniste al lugar correcto― dijo y me
preguntó que me gustaba leer. Le respondí que cualquier cosa que no me
obligaran a leer.
―Mmmmm, no tienes cara de ser tan
rebelde, pero las lecturas obligatorias de primero humanidades no deben ser ni
media docena de libritos, déjame ver si te encuentro algo entretenido― y no se demoró nada en volver con la Isla del Tesoro y contarme que ella
no sabía por qué no lo ponían en los programas de lectura para jovencitos, cuando
se trataba de un clásico traducido a todas las lenguas del mundo. A mí eso no
me pareció muy buena recomendación, pero acepté el libro y lo empecé a leer al
tiro. Cuando sonó el timbre del recreo me dijo que podía llevármelo hasta el
próximo jueves, lo cual me pareció un poco exigente, pero no quise
contradecirla.
El jueves
siguiente, salí al recreo anterior a la clase de religión con el libro bajo el
brazo y me fui derechito a la biblioteca, no quería andarme paseando por el
Liceo haciendo desaparecer personas con solo desearlo. No hay que abusar de los
superpoderes porque eso es como malgastarlos. Tampoco quería encontrarme con el
curita y darle oportunidad para presionarme con alguna oculta amenaza de los
infiernos.
Conversamos
con la bibliotecaria un buen rato, me interrogó para ver si había estado bien
su elección y claro le había dado en el clavo. No tenía comparación con las
obras de teatro español antiguo que nos hacía leer la profe de castellano.
Recuerdo que ese día salí con un libro de Emilio Salgari y al jueves siguiente
ella decidió que siguiéramos con los piratas, pero nos acercáramos un poco a
Chile y me pasó un libro que me emocionó mucho al ver que las aventuras ya no
eran en lugares remotos, sino sucedían en las costas de nuestro país. Aún hoy
sigo leyendo algo de eso y en la ruma de libros de mi velador está una Historia
Universal de la Piratería, que es una antología de textos de piratas, corsarios
y bucaneros.
Doña
Ercira, así se llamaba la bibliotecaria, siguió tanteando lo que me gustaba para
ir reforzando mis propias preferencias en literatura. Probó con la poesía y la
cosa no anduvo yo no lograba entenderla y ella no insistió y eso debe haberle
dolido un poco porque ella era poeta y cada Domingo, el diario talquino La Mañana
publicaba una poesía de ella, traté de leerla porque me caía bien, pero tampoco
logré entenderla. Conclusión la poesía y yo no nos llevábamos. Me gustaban los
cuentos y las novelas, pero ojalá no fueran muy largas.
Volvimos a
las aventuras con Julio Verne y me hizo explotar la cabeza al sumergirme en el
Nautilus y luego imaginar el viaje a la Luna que por esos días había sido inscrita
por un abogado talquino como su propiedad, muy visionario el hombre porque ese
viaje pertenecía al futuro cercano y la leyenda urbana de mi pueblo asegura que
la NASA le pidió permiso para el alunizaje de la Apollo 11, otros más audaces
aseguran que el dueño de la Luna les negó su autorización para alunizar a los
rusos, pero esa versión no tiene muchos adeptos y en su tiempo fue fervorosamente
negada por el Partido Comunista local. La Guerra Fría al alcance de la mano en la no muy cosmopolita ciudad de Talca. La ciencia ficción sería otro género
literario que me acompañaría hasta hoy, ahí está como testimonio en mi velador
2001 Odisea en el Espacio, que tuve la suerte de leer después de haberla tenido
vetada por décadas por culpa de la película de Stanley Kubrick.
Tuve
que combinar mi lectura no obligatoria con la del plan de estudio, así me acostumbre a leer dos
libros simultáneamente, los cuales a veces dialogaban entre si, sin mi intervención.
No era extraño que si en un libro encontraba una palabra cuyo significado
desconocía y si el contexto no me ayudaba tenía que buscarla en el diccionario,
casi siempre volvía a aparecer en el otro libro, lo que me causaba mucha alegría, pero luego traté
de encontrarle una explicación a este fenómeno que también se manifestó con
ciertos lugares e incluso personajes que aparecían en ambos libros. Eso no
ha dejado de ocurrir hasta el presente y no he encontrado ninguna explicación.
Mi abuela
leía unos libros pequeñitos, realmente de bolsillo, de una escritora llamada
Corín Tellado, prácticamente se leía uno cada noche. Yo pensaba que Corín
Tellado era una marca o algo así, porque no podía imaginar que alguien pudiera
escribir tantos libros. Mi trabajo era ir donde Don Goyo a cambiar las novelas, operación que costaba
algo así como un peso que era también el valor del pasaje escolar en las micros Abate Molina. Como en ese negocio también había novelas de
pistoleros en un formato igual de pequeño empecé a cambiar algunas de Corín
Tellado por las de pistoleros, pero a mi abuela no le gustaban más que las de
Corín Tellado. Así conocí a Marcial Lafuente Estefanía que escribía casi tanto
como Corín Tellado.
Cuando ya
estaba completamente intoxicado por la lectura recibí el tiro de gracia de
parte del Chico Barros, profesor de química que estaba chalado con el Retorno
de los Brujos y naturalmente nos contagió a varios. Ahí se recomendaba leer
como uno quisiera saltándose partes, volviendo atrás, así el libro podía
convertirse en infinitos libros y como yo tenía una edición barata y el libro
era gordito, éste se fue separando en partes más o menos flacas y al releerlo
presentaba en forma natural la posibilidad de escoger al azar alguno de los
muchos cuadernillos para su relectura.
En fin,
fueron varios años de lecturas no obligatorias y de las otras que me hicieron cambiar el Ángel
de la Guarda que mi abuela me había hecho rezar cada noche, por sesiones de
lectura que justificaban que estuviera hasta las tantas con la luz encendida y
que muchas veces quedara prendida toda
la noche, espantando a algunos monstruos que perturbaban
ciertas horas nocturnas y a los cuales no podía hacer desaparecer con solo
desearlo, como solía hacer con los humanos que realmente se desaparecían hasta
que me daba miedo quedarme solo en el mundo.
Neandro
El señor Sommer en peligro
Leo “La historia del señor Sommer” de Patrick Süskind y un
librito que recoge los textos que escribió Saint Exupery como enviado especial en la guerra civil de
España simultáneamente: En el primero encuentro una descripción del protagonista que dice “Dos cosas llevaba el señor Sommer tanto en verano como en
invierno y nadie lo vio nunca sin ellas: una era el bastón y otra la mochila.
El bastón no era un bastón de paseo corriente, sino una vara de nogal
ligeramente ondulada que le llegaba por encima del hombro…” En un texto escrito
por Saint Exupery para L'INTRANSIGEAN encuentro la descripción de un cura al
que acaban de salvar del fusilamiento: “va vestido de paisano y lleva un bastón
largo retorcido, con unas muescas en el lateral”.
Este es uno de los peligros de leer dos libros al mismo
tiempo, los personajes se transportan de un texto a otro y a uno se le pone la
piel de gallina. También esto entraña peligros para dichos personajes. El señor
Sommer de tanto caminar por los bosques de Obernsee y Unternsee en Alemania y
caminar en redondo por los cientos de pequeños pueblos que se distribuyen
tomados de las manos en torno al lago, terminó en un pueblo perdido entre las
montañas de Cataluña cerca de Sitges a 100 kilómetros de Francia donde por un
pelo no lo fusilan.
Juan
Un asunto de orejas
Juan
En 2001 Odisea en el Espacio conocí a Una-Oreja un prehumano de los inicios de la evolución del homo sapiens. En Antes de Adán, hay un personaje muy similar llamado Oreja Caída, no, no es como para confundirlos, pero es como si fueran primos.
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