20.7.23

El asesino en serie

            


















    Estoy segura que la vida de la Clo era mejor en el campo, principalmente porque estaba rodeada de otras gallinas con las que podía conversar. El mismo día que el humano la trajo a la ciudad intenté entablar conversación, pero yo no cacareaba y ella no ladraba, así que nuestra comunicación era mínima y principalmente gestual. Se notaba que era una buena gallina, de raza collonca, sureña, mapuche. Al principio no me preocupó que la familia la tratara bien. Le daban un alimento especial que le encantaba, pero cuando la querían acariciar ella mostraba indiferencia. Tenía un plumaje imponente, era colorina y su cuello jaspeado, alternando plumas blancas y negras le daba un aspecto distinguido como si vistiera un collar. Generalmente era muda con excepción de las veces que colocaba un huevo. Estos eran perfectos, celestes, inmaculados y los humanos se alegraban mucho cuando encontraban uno. Quizás por eso a ella le gustaba cacarearlos. No supe cómo explicarle que meter ruido no era bueno, que vivíamos en un condominio y al parecer a los vecinos les molestaba los sonidos diversos. Eso aprendí después de tantos años con la familia, ya que cada vez que me angustiaba y me ponía a ladrar el humano me gritaba.

         Debe haber sido el hecho que ella ponía huevos y yo solo hacía caca en el jardín lo que llevó al humano a despojarme de mi casa y transformarla en gallinero, afortunadamente no me quitó la cama y al menos se preocupó de colocarla bajo el techo de una terraza para no quedar totalmente a la intemperie. No voy a negar que sentí celos de la Clo, así que el día que apareció el gato negro no hice nada. Ahora me arrepiento. Fue un día de esos en que todos los humanos estaban en la casa casi el día completo, recién había amanecido y la Clo picoteaba algunos chanchitos de tierra que había en el suelo. Estaba distraída y no escuchó los pasos del gato acercándose. El felino dio un gran salto y cayó muy cerca de su espalda. El zarpazo fue rápido y certero, directo en el muslo derecho. Ella alcanzó a arrancar, muy adolorida, eso parecía porque no paraba de cacarear y el ruido que hacía era intenso. 

    Unos instantes después salió el humano en bata, pijama y con pantuflas, le gritaba como en voz baja y gesticulaba molesto. La Clo seguía cacareando. El humano entró a la casa y un par de minutos más tarde volvió a salir con el mismo atuendo pero ahora incluía guantes. Se acercó a la Clo, que ya no se movía y solo cacareaba, la levantó y trató de cerrarle el pico para que se callara. No resultó. Entonces el humano se concentró en el distinguido collar de la gallina, juntó sus dos manos en el cuello y comenzó a estirarle el cogote. Inicialmente no me di cuenta de lo que él quería hacer y creo que era primera vez que él lo intentaba. El humano tiraba del cuello y la Clo seguía cacareando, pero ahora el ruido salía entrecortado. Mientras miraba la escena me arrepentí de no haber intentado asustar al gato. El humano tiró y tiró del cuello hasta que finalmente la cabeza de la Clo se desprendió. Él abrió sus manos y el cuerpo de la gallina, ahora liberado, hizo algo grotesco: corrió y siguió aleteando sin cabeza. Del cogote borboteó sangre por unos segundos eternos, mientras la cabeza caía entre mis patas con sus ojos muy abiertos que me miraban fijamente.

         Nunca lo vi tan furioso. Yo solo me quedé sentada, tiritando. Nunca más voy a ladrar, no vaya a ser que el humano sea un asesino en serie y también me quiera arrancar la cabeza.  Gonzalo X