21.1.16

El Club de los Juanes Schilling



Para Juan Schilling, el más reciente miembro del Club
El Club de los Juanes Schilling es una entidad de hecho. Los miembros de dicho Club comparten el nombre, pero jamás se han reunido ni manifestado su deseo de pertenecer al mismo y la mayoría de ellos negarían de corazón la existencia del Club. Don Johann Schilling lo fundó en el momento de suicidarse al pisar suelo chileno y renacer en el acto con el nombre de Juan Schilling, eso sucedió por allá por 1869 en el puerto de Talcahuano. Por su indudable importancia, al interior del Club se lo conoce como El Gran Juan.
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Juan Schilling, nieto de El Gran Juan, me contó esta historia:
Era Enero del Año de la Espinilla (1929), había cumplido 14 unos meses atrás, cuando partimos de veraneo a las Termas del Flaco en la cordillera colchagüina. Me entusiasmaba la idea porque ahí había muchas rocas hermosas y algunos fósiles de bichos marinos lo cual era fascinante. Allá me gustaba subir a un lugar alto mirar ese paisaje montañoso y tratar sin éxito de imaginar que aquello alguna vez fue el fondo de un océano sin nombre, porque entonces no existía ningún ser humano capaz de bautizarlo.
El verano anterior conseguí una pequeña colección de piedras y seres petrificados que consideraba mis tesoros. Ahora todo podría ser mucho mejor, la diferencia la hacía una picota de geólogo que me habían regalado para navidad y que estaba ansioso de estrenar haciendo que algunas rocas enormes me entregaran los misteriosos fósiles que ocultaban.
Don Casimiro, un viejo que vivía casi todo el año en el pueblito, me había contado que en un cerro cercano había unas huellas de dinosaurio y pretendía que me llevara a verlas porque con seguridad allí encontraría algún huevo de dinosaurio que con mi picota no se me resistiría.
El primer día, la instalación en la casona que habían arrendado por dos meses, me mantuvo ocupado y no pude salir, pero el segundo día me escapé temprano a visitar a Don Casimiro. Le mostré mi nueva picota y desplegué toda mi locuacidad para convencerlo de que me llevara a conocer las huellas de dinosaurio.
- No Juanito, esas huellas están en un muro de rocas muy peligrosas y si lo llevo sé que usted no va aguantar las ganas de subir y para eso se necesita algo más que su picotita- me respondió con la calma que lo caracterizaba.
Se quedó mirándome un buen rato y debe haber notado la profunda tristeza de mis ojos, porque me sonrió y me dijo que podía llevarme a otro lugar menos peligroso, pero donde igual podría encontrar algunas maravillas de esas que me gustaban tanto. Así que partimos caminando a un paso lento con un ritmo parejo que nos permitió recorrer una gran distancia por una huella de arrieros.
- Cuando la excursión es larga, el paso no debe ser muy rápido, pero debe ser parejito- fue el consejo que me dio el viejo.
Continuamos caminando hasta un punto donde el sendero llegaba hasta una gran roca.
- Por aquí es la cosa Juanito, ve esta veta que hay aquí, son puros bichos petrificados de esos que a usted le encantan, más allá hay un derrumbe donde este material está suelto y no va a necesitar ni la picota para sacarlo.
En efecto llegamos pronto al derrumbe y Don Casimiro se despidió de mi pidiéndome que tuviera cuidado y no me alejara mucho de ahí y que al regresar pasara por su casa a mostrarle lo que había encontrado.
Me puse a registrar el derrumbe y encontré unos preciosos trilobites petrificados de un material pesado, le acerque mi brújula y claro la aguja reaccionó a la cercanía del fósil confirmando mi sospecha: eran de mineral de hierro. Lo que había encontrado ahí bastaba para llenar la mochila y volver bien cargado hasta la casa de Don Casimiro, pero ahí estaba la veta llamándome e incitándome a usar la picota. Parece que no me gustaban las cosas fáciles.
Llegué a una parte donde el terreno empezaba a descender alejándose de la veta, pero en la misma roca había un zócalo que me permitía seguir a una buena distancia de mi objetivo al que le iba quitando amonites de hierro y otros bichos cuyos nombres no había aprendido aún, pero que parecían choros zapato del número 45 por lo menos, así me fui alejando del terreno firme sin darme cuenta, perdiendo también la noción del tiempo que transcurría.
Mi pié derecho sintió de pronto que el zócalo cedía y se derrumbaba, de alguna parte de mi cerebro surgió la respuesta justa, mi mano derecha lanzó un picotazo con todas mis fuerzas contra la pared rocosa y se clavó hondo, solo que removió una piedra que se estrelló contra mi cabeza que resultó ser lo suficientemente dura para aguantar el peñascazo y en ese momento el dolor que tuve no me preocupaba. Miré hacia abajo y vi un verdadero abismo que ya había sospechado por el ruido de las piedras al caer.
Mi situación era complicada. Me encontraba apoyado en mi pierna izquierda sobre el zócalo que no había cedido y casi colgando de mi mano derecha que asía la picota con todas mis fuerzas, mientras mi mano izquierda buscaba a tientas algo donde agarrarse, me quedé inmóvil quizás paralizado de terror. Luego recordé que a los 14 uno es inmortal y empecé a hacer pequeños movimientos rotatorios con el pié izquierdo en ambos sentidos, quiero decir en el de los punteros del reloj y en el contrario, para dejar espacio donde poder colocarar el derecho, después de una eternidad logré apoyar ambos pies y desclavé la picota para volver a clavarla más hacia la izquierda, esta vez sin provocar ningún desprendimiento que pudiera aterrizar en mi cabeza.
Con infinita paciencia pude deshacer el camino y volver a pisar terreno seguro. Las piernas me temblaban tanto que me tuve que sentar y desde lo alto vi por primera vez el paisaje como el fondo del océano sin nombre que alguna vez fue, un suave olor a algas flotaba a mí alrededor y el viento imitó por un momento el sonido de las olas, pasé la lengua por mis labios y sentí el sabor de la sal...
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Es difícil imaginar cual hubiera sido el destino del Club si Juan Schilling, el nieto del fundador, se hubiera estrellado contra el fondo del mar a la temprana edad de 14 años. Sólo una cosa es segura: los actuales miembros del Club no habrían existido.
                                                                       Juan Schilling, bisnieto de El Gran Juan