29.4.16

Una historia de balazos



Santiago, martes 21 de octubre de 1969
Con Jaime debemos haber vivido en unas 4 o 5 pensiones del barrio de la Escuela de Ingeniería, nos cambiabamos a menudo buscando no sé qué porque todas eran más o menos iguales. La pensión de Grajales se destacaba por sus "viejas de la pensión" en realidad cada pensión tenía su vieja, pero la de Grajales la tenía por partida doble. Las dueñas eran 2 hermanas gemelas que competían por diferenciarse siendo una más gorda que la otra, la pelea debe haber estado entre los 120 y los 130 kilos, aunque este peso es solo al ojímetro, porque ese no era tema conversable en esa casa.
Era un poco más de la una de la mañana cuando terminé de leer "Consejos al combatiente" de Ernesto Guevara. Su último capítulo "Las ametralladoras en el combate defensivo" me impresionó porque hablaba de esas armas tan poderosas que desconocía por completo. Por esa época me habían recomendado leer "El socialismo y el hombre nuevo" también del Che, pero  esas cosas tan sesudas no iban bien conmigo. Un hombre de acción es un hombre de acción, aun en la lectura.
Jaime escuchaba, como todas las noches, el programa "Compases al amanecer" de Julio Tapia en Radio Portales y el muy patudo tarareaba la canción de Sandro que estaba sonando. No le dije nada por el desafinado tarareo, después de todo yo lo conocía lo suficiente como para ver que él no se daba ni cuenta de lo que hacía porque en esos momentos,  pensaba... Le interrumpí sus silenciosos y sin duda profundos pensamientos para comentarle una frase del libro que acababa de leer.

Sabes que las balas de una ametralladora son tan rasantes que a 500 metros no se elevan más de un metro cincuenta? - pregunté para conversar algo antes de dormirme.
Jaime pareció continuar en su meditación sin tomar en cuenta mis palabras y cuando ya no esperaba ninguna reacción me respondió con otra pregunta.
Y tu ¿cuánto mides?

Un metro cincuenta y tres- contesté automáticamente y si hubiera estado de pie me habría estirado un poco, para que se notaran mejor.

Entonces una de esas balas rasantes te podría dar en medio de la frente - comentó con su lógica de siempre y ese humor negro que esa noche me pareció más pesado que lo habitual.
Luego me dormí con esa conversación enganchada en la rueda del hamster. Creo que soñé disparando uno  de esos mortíferos artefactos que no había visto de cerca en toda mi vida, por eso no me extrañó mucho que esa madrugada en la esquina de Beauchef con Blanco a metros de la entrada de la Escuela de Ingeniería encontrara emplazada correctamente una ametralladora con su servidor y parque como para entretenerse un buen rato. Todo parecía la continuación lógica de la lectura y del sueño.
Pero no era la única ametralladora que habría de ver ese día, en Beauchef con Tupper había otra apuntando en la misma dirección, hacia la cordillera, me acerqué a Tupper para curiosear y más allá en el Parque Cousiño a cada árbol le había salido una ametralladora y los árboles que no la tenían ocultaban apenas a un soldado armado con un fusil. Todos apuntando hacia la misma dirección, concretamente los cañones señalaban al Regimiento Tacna como su objetivo.
No me pareció prudente adentrarme en ese bosque con tantos metales pesados y preferí entrar en la Universidad donde iba a clases como todos los días. Me había levantado más temprano de lo habitual y me había dicho ante el espejo "a quien madruga Dios le ayuda" para reírme de mi mismo que necesitaba bastante ayuda celestial para salvar ese año. Ahora ese dicho me sonaba a burla del destino en esa situación extraña, inesperada, que estaba mucho más cerca de una experiencia onírica que de la gris cotidianidad.
Las puertas de la Escuela estaban abiertas, por la inercia que tienen las puertas de ciertos lugares que se abren a la hora indicada independientes del contexto que las rodea. Era evidente que no habría clases, por eso me fui al Centro de Alumnos que también estaba abierto y encontré a un par de compañeros que no tenían idea de lo que pasaba y habían ido a ver si encontraban a algún dirigente que nos explicara de que se trataba todo eso.
Me fui a la CAG, Central de Apuntes Galileo, que regentaba el Beto, un compañero de un curso más avanzado y encontré un poco más de ambiente. Ahí estaba el lote de siempre: las viejas que eran dos compañeros que seguramente por lo copuchentos les decíamos así, el Trosko, el Lauta, el Congrio Colorado, Jaime que trabajaba en ese boliche, el Hache-Hache, el Tano y el Radri. Había café y una radio que informaba sobre lo que estaba ocurriendo a nuestro alrededor. Rápidamente nos enteramos que el regimiento Tacna que estaba en Blanco al otro lado de la Plaza Ercilla se había sublevado. Por primera vez escuchaba hablar de Golpe de Estado y no entendía muy bien lo que significaba.
El espacio de la Central de Apuntes no era muy amplio y se había llenado de compañeros que se sentaban sobre resmas de papel que el Beto trató primero de rescatar y luego se conformó con pedir que por favor las cuidaran porque no eran asientos sino la materia prima de su negocio, un emprendimiento innovador que consistía en contratar a algunos de nosotros para que tomara apuntes en clases, luego reproducirlos en un primitivo sistema de multicopiado, antecesor de la fotocopiadora, y venderlos a los que no asistían a clases o eran muy malos para tomar apuntes.
La improvisada asamblea estaba muy animada, todos nos sentíamos excitadísimos, hasta entonces habíamos hablado de guerrillas, insurrecciones y revoluciones que siempre ocurrían en otras partes, mientras en Chile todo era tan fome, aquí nunca pasaba nada y ahora estábamos en medio de un Golpe de Estado, con nuestros vecinos del regimiento Tacna atrincherados en su interior y las tropas leales al Gobierno ahí afuera, si no entraban a la Escuela era solo porque las detenía un concepto muy respetable y que aún no había caducado: la autonomía universitaria, pero si se armaba una balacera de las gordas no habría autonomía que detuviera a los soldados y nuestra querida Alma Mater se convertiría en campo de batalla.
Al Trosko se le ocurrió señalarnos que teníamos un semicírculo de tropas leales al poniente y una fortaleza con tropas sublevadas hacia el oriente y en medio de todo eso estábamos nosotros, que no importábamos mucho, pero también justo en el ojo del huracán que podía desatarse en cualquier momento, estaba el edificio de informática, donde se encontraba el único gran computador de Chile, el IBM-360 que ocupaba 2 pisos del edificio y que servía para procesar la nómina de pago de todos los empleados públicos del país. Si los rebeldes tomaban ese edificio pondrían al Gobierno en serios apuros. Si las tropas leales se daban cuenta de eso podrían tomarlo para asegurar su protección. Su conclusión era que estábamos en un lugar poco seguro, cosa que era evidente, sin necesidad de ningún análisis.

Los milicos no tienen tanto C.I. para cachar eso- dijo el Lauta para tranquilizarnos.

Pero podríamos venderles la idea- señaló el Beto que era un balazo para los negocios.
Sin darnos cuenta, todos miramos al Tano, que según se sabía tenía un hermano milico, algunos decían que ese hermano era un boina negra. El Tano no se dio por aludido. Tenía fama de silencioso y respondió a las miradas con un gran silencio.
Una de las viejas, no recuerdo cual, inventó un discurso sobre el papel que debía jugar el movimiento estudiantil en defender la democracia, lo que visto en la perspectiva histórica parece bastante razonable, pero en ese momento la mayoría veíamos que esto era un asunto entre un Gobierno que había masacrado a 10 pobladores en Pampa Irigoin allá en Puerto Montt, cuando recién iniciábamos las clases en marzo de ese año, y unos milicos rebeldes probablemente fachos.

No tenemos velas en este entierro- dijo algún sabio, posiblemente el Radri, quien hablaba poco pero acostumbraba a decir lo preciso-.  La adrenalina disminuyó algunos milígramos al darnos cuenta que ni siquiera teníamos bando entre los rufianes que se enfrentaban.
Según la radio la cosa estaba paralizada. El Gobierno había enviado a un obscuro Subsecretario a negociar con los rebeldes y no se sabía más. La emoción del primer momento había pasado y nuevamente la cosa tendía a ponerse aburrida. Las ametralladoras y los fusiles guardaban un silencio que parecía que nunca se rompería.
Jaime propuso unas partidas de ajedrez para relajarnos, y un buen lote partimos al CAIN, Club de Ajedrez de Ingeniería, y el que se relajó fue el regente que recogió las resmas y las escondió lo mejor que pudo para que no las volviéramos a usar de asientos.
Empezamos a jugar ajedrez en la modalidad ping-pong o contra reloj con 5 minutos para cada jugador lo que daba un máximo de 10 minutos por partida. Los primeros que pusimos frente a frente  fue al Radrigán y a Jaime ambos habían jugado el Torneo Mayor de Chile, es decir eran jugadores de primera división para expresarlo en términos futbolísticos. Los siguientes partidos rebajamos el tiempo a 3 minutos y luego a un minuto para estar más cercanos al nivel de acción que necesitábamos ese día.
Sin embargo, no era día de ajedrez. Sonó una balacera cerrada, pero corta, aunque en verdad no me pareció tan corta. Esto es como los temblores que siempre me parecen largos, aunque después se sepa que duraron solo algunos segundos, en todo caso la balacera duró más que algunos segundos. Se terminó el ajedrez, justo cuando tenía posibilidades de ganar mi primer partido o al menos eso creía. No era día de ajedrez y  no era día para victorias. Era el día en que escuchamos las primeras balas verdaderas en un escenario de guerra muy cercano a nosotros.
Volvimos a la CAG con los rostros más serios, algo había pasado. La radio hablaba de un camión que se había aproximado al regimiento y había sido repelido con fuego de fusiles desde las torres del Tacna. Un incidente menor sin muertos ni heridos, pero que mostraba que los soldados del Tacna, estaban nerviosos y la situación podía complicarse en cualquier momento.
Nos sentíamos bastante desorientados. Era difícil saber lo que sucedía realmente. El hambre nos propuso ir a almorzar a la pensión de Grajales y después volveríamos a juntarnos para ver que podíamos hacer.
Después de almuerzo tratamos de estudiar, pero no lográbamos concentrarnos, la radio seguía hablando de la sedición, otra palabra para incorporar a mi vocabulario, pero acción no había, solo la "tensa calma" que no es más que la espera de que ocurra algo, la situación no podía prolongarse demasiado. El gobierno tenía una mayoría de fuerzas leales y el dejar correr las horas le jugaba en contra porque parecía una expresión de debilidad.
Fuimos a darnos otra vuelta a la Escuela y no encontramos a nadie. La CAG y el CAIN estaban cerrados. Al parecer había triunfado la tesis de que no teníamos velas en ese entierro y todo el mundo calabaza. Pronto sabríamos que estábamos muy equivocados, habían ganado los defensores de la democracia, aunque sus argumentos no convencían a nadie tenían una propuesta concreta: ir a protestar ante el Regimiento sublevado, lo que sedujo a muchos que necesitaban hacer algo.
Con la CAG y el CAIN cerrados no había mucho que hacer y el mejor panorama parecía el volver a tomar onces a la pensión y escuchar la radio. Así lo hicimos, aguantando la tensa calma comiendo hallullas con mantequilla y dulce de membrillo que no era mucho más lo que contenían las onces de la pensión, a pesar de que las dueñas eran aquellas dos señoronas gordísimas que comían por cuatro.
Nos quedamos haciendo una larga sobremesa, conversando con todos los que necesitaban descargar un poco los nervios que producía la insólita situación que estábamos viviendo, las gordas estaban locuaces haciendo recuerdos que llevaban asociada la palabra matanza. Era igual que cuando había un temblor fuerte todo el mundo se pone a hablar del que le tocó vivir a ellos, diferenciándose claramente las generaciones a la que cada uno pertenecía.
Llegó la hora de la sopita nocturna que también se acompañaba con hallullas solas, pero esta vez se quedó la mantequilla sobre la mesa y pasó susto porque todos le pusimos bastante como si fuera remedio para los nervios,
Recién terminábamos de llenarnos la panza escuchando el informativo de las 10 que traía puras especulaciones y nada de acción, cuando una nueva balacera se dejó escuchar y la radio pronto informó de que un grupo de estudiantes universitarios había ido a protestar frente al regimiento Tacna. Los sublevados los dispersaron con disparos y había un número indeterminado de heridos que estaban siendo llevados a la Posta Central.

¡Vamos!- dijimos Jaime y yo sin pensarlo dos veces, tomamos las casacas para salir, pero en la puerta estaban paradas como defensas centrales a la entrada del área las dos gordas imponentes, una defensa de miedo.

Tenemos que ir a ver a nuestros compañeros que están heridos - traté de explicarles. Pero las defensas centrales no atendían razones. Solo seguían las órdenes del entrenador.

Sus mamás nos encargaron que los cuidáramos y no los vamos a dejar salir por ningún motivo - nos decían las gordas hablando a dúo o completando la oración que la otra dejaba empezada. Era como una pesadilla doble estando despierto. Ahora, justo ahora que pasaba algo ellas no nos dejaban salir.
Jaime trató de convencerlas que queríamos ir solo a la Posta Central a preguntar por nuestros compañeros y volveríamos de inmediato, pero eran inconmovibles. Cerraron con llave el portón exterior y decretaron toque de queda en la pensión.
Mientras la hija de una de las gordas y sobrina de la otra nos quitaba las casacas, nos tironeaba con fuerza porque también era robusta, aunque no tanto como la madre y como la tía.

Ya pu no sean locos- nos gritaba y parecía una loca convenciéndonos de que salir era una locura.
Luego sonaron un par de ráfagas más, que tuvieron el extraño efecto de tranquilizarnos a todos.
Así con una correlación de fuerzas tan adversa, solo nos quedó seguir escuchando la radio que dio el nombre del regente de la CAG entre los heridos, lo que nos alteró muchísimo, pero la noticia terminaba señalando que los heridos no eran de gravedad o al menos, ninguno se encontraba en riesgo vital. Eso nos tranquilizó un poco, pero no me quitó la sensación de claustrofobia.
Tuvimos que esperar hasta el día siguiente para ver al Beto con un gran parche en la cabeza, la cara muy pálida y un poco hinchada como si se hubiera enfrentado a un dentista que lo atacara a diestra y siniestra. Escuchamos su relato sobre una bala rasante que solo le rozó la cabeza, pero que lo dejó sin sentido y bañado en sangre.

La cabeza sangra mucho, pero de verdad casi no fue nada lo que me pasó- eso lo repetía a todo el mundo con una voz que claramente desmentía sus palabras.
Se me ocurrió la mala idea de decir que si él hubiera sido un centímetro más alto no estaría contándonos el cuento.
Jaime que como ya he dicho es muy lógico y le gusta llevar la contraria, reconoció que lo que yo decía era cierto, agregó sin embargo que si hubiera sido un centímetro más bajo aquí no habría pasado nada.
Hache-hache se había pelado La Segunda y Las Últimas Noticias del Centro de Alumnos, no había tomado El Mercurio porque después de la histórica toma de la Universidad Católica todos sabíamos que ese pasquín miente.
Yo tomé la Segunda y leí en voz alta la nota titulada "15 Personas Heridas a Bala por las Tropas Rebeldes"
En medio del relato decía: "fue internado con una herida leve en la cabeza de tipo rasante el estudiante Gabriel Maefwell".

Oye, pero este no eres tú, Beto, seguro que te cambiaron el nombre.

La otra posibilidad es que hubiera otro herido del mismo modo que el Beto observó Jaime que era el encargado de observar cosas raras.

No crees que es un poco raro le retruqué, pero Jaime encontró un ejemplo para reafirmar su punto de vista.

Acabas de leer que hay dos heridos en la pierna izquierda y dos heridos en la pierna derecha y a nadie le pareció raro. Pueden haber 2 heridos leves por bala rasante en la cabeza. ¿Por qué no?
Estaba claro que nadie le iba a sacar esa idea de su cabeza. Seguí leyendo y casi al final de la nota se mencionaba al Beto. Eso motivó las carcajadas de la galería, porque casi casi no lo mencionan en La Segunda.

Acá en Las Últimas- remató Hache- definitivamente ni lo contaron, fíjense que aparecen solo 14 heridos.
Ese día hubo clases, pero no asistimos, había que ayudarle al Beto en su negocio, después de todo era nuestro camarada herido y nosotros sabíamos ser solidarios, aunque nos burláramos lo que nos burláramos.

Bueno, yo voy a clases. Alguien tiene que tomar los apuntes de Álgebra II  anunció el regente y se marchó.
Seguimos leyendo los periódicos y nos enteramos de lo esencial: Los rebeldes se habían rendido durante la noche y el responsable del levantamiento y de los 14 o 15 civiles heridos, el general Roberto Viaux Marambio quedó con arresto domiciliario. El ministro de defensa renunció.
Un par de días después, es decir el 24 de octubre, dimitió el comandante en jefe del ejército que había quedado como chaleco de mono y Frei Montalba nombró al general René Schneider en ese cargo.
Neandro

Concepción, diciembre de 2015