19.8.23

El Cristo Negro

         














Si usted alguna vez vivió en Pirque o en sus alrededores debe haber escuchado mi historia.

         Después de casarme y para asegurar el sustento de la familia recibí como adelanto de mi herencia el Fundo El Llano que contaba con seiscientas sesenta y seis hectáreas, incluyendo una vasta viña que permitía elaborar los mejores vinos del Valle de Pirque. Sin embargo, al poco tiempo los días secos aumentaron y la producción de uva caía año tras año. Un enólogo francés me recomendó construir un canal de regadío desde el Río Clarillo hasta la viña y con eso se incrementaría la cosecha. Le pedí al capataz que fuera al pueblo a contratar una cuadrilla y comenzara la faena.

         Habían pasado unos meses y el avance en la construcción del canal no era el esperado, solo llevaban la mitad del proyecto, y los recursos con que contaba se estaban acabando. En una visita de inspección a la obra, uno de los peones escuchó la conversación que sostenía con el capataz y cuando estuve solo se me acercó. Lo primero que sentí fue su olor, mezcla de sudor de varios días y alcohol. Al almuerzo les dábamos una galleta grande de pan amasado y un par de copas de vino para que tuvieran energía, pero algunos de ellos cambiaban comida por brebaje y no teníamos como controlarlo. El roto me hizo reír, dijo que era el Diablo y me ofreció terminar el canal en una sola noche a cambio de mi alma. ¿Para qué voy a querer un canal de regadío si no lo voy a poder disfrutar?, le respondí burlescamente. Pero él, tambaleándose, me aclaró que mi alma debería entregarla una vez que muriera. Me causó mucha gracia la imaginación del hombrecito, así que cerré el trato. Al estrecharle su mano sentí un fuerte calor, tanto que me quemó y debí soltarlo de inmediato, giré y mi incliné del dolor, aguanté el grito y al mirar mi palma la vi roja y algo hinchada. Al incorporarme, el obrero ya no estaba y solo quedó una estela de fuerte olor a azufre en el aire. Me inquieté, aquello no era normal, pero al día siguiente, cuando vi el canal totalmente construido aquella inquietud dio paso al pavor.

         Conversé con mi esposa, le conté lo sucedido y le dije que no sabía cómo romper ese pacto que había hecho con el Diablo.

         Ella, junto a sus amigas, hacía sesiones de espiritismo, y me recomendó invocar al Cristo Negro, que era muy milagroso y podría acabar con el acuerdo.

         No tenía nada que perder, así que organizamos la reunión. Seis señoras y yo estuvimos largos minutos tomados de las manos, llamando al Cristo Negro entre velas encendidas y copas de ajenjo, que según la más entendida de las damas facilitaba la comunicación con el más allá. No pasó nada. Pero una semana después, mientras visitaba la viña, el Cristo Negro se presentó. Supe inmediatamente que era él. No era negro del tipo africano sino que era un Cristo normal, como el de la iglesia, blanco, rubio, de pelo largo y ojos azules, con bigote y barbita de algunos días, pero vestía enteramente de negro. En vez de sandalias usaba botas de cuero negras, y en vez de túnica llevaba sobre su ropa negra una manta de lana de oveja… también negra.

         Me tranquilizó, ya estaba al tanto de todo, me aseguró que conversó con el Diablo y le explicó el mal entendido, que yo nunca había pensado que hablaba con el verdadero Diablo y que solo creía que lo hacía con un simple jornalero ebrio.

         Fue difícil de convencer, no quedó muy contento, pero al final entendió la situación y como un caballero que es, anularía inmediatamente el pacto me dijo el Cristo Negro.

         Desde ahí en adelante mi vida fue tranquila y feliz. Me cuidé en cada contrato que firmé y desconfié de cuanto pacto me ofrecieran, ya sea propuesto por un obrero o por un abogado.

         Soy Ramón Subercaseaux, ahora tengo 82 años y sé que me estoy muriendo, hace unos minutos me visitó un médico, pero en realidad era el Cristo Negro, lo reconocí de inmediato. Nunca lo había vuelto a ver desde aquel día en la viña. Me dijo que faltaba poco, que no tuviera miedo, que tendríamos mucho tiempo para conversar, luego dio una vuelta y se marchó. Mientras se dirigía a la puerta me pareció ver la punta de una cola asomándose bajo su bata y en el aire se mantuvo por mucho tiempo un fuerte olor a azufre. Gonzalo X