La ciudad está triste

Biblioteka Negra
Hay libros que no solo nos cuentan una historia, sino que nos hacen habitar un lugar. La ciudad está triste, de Ramón Díaz Eterovic, es uno de esos libros. Es una novela policial, sí, pero también es una caminata melancólica por el Santiago ensangrentado de los años 80, por sus calles húmedas, sus esquinas desiertas, sus bares con olor a vino barato, whisky ordinario y café recalentado. Es, en el fondo, un retrato de una ciudad herida, vigilada, que respira con dificultad en plena dictadura.

El protagonista es Heredia, un detective privado que no es ni glamoroso ni espectacular. No lleva trajes caros ni conduce autos veloces. Conduce un Fiat 600 que pasa gran parte del tiempo en el taller. A veces no hay plata para retirarlo y se debe quedar ahí más de lo necesario. Heredia es un tipo común, más bien solitario y que sobrevive como puede resolviendo casos menores, entre tragos, lecturas y pensamientos en voz baja. Es un personaje que recuerda a los detectives del noir clásico, pero con el peso de la historia chilena sobre los hombros. Un tipo que no busca redención, sino apenas un poco de sentido.

El caso que lo ocupa en esta primera novela arranca con la muerte de una joven estudiante. Desde ahí, Heredia empieza a tirar del hilo, y lo que parece un simple hecho policial se transforma en algo más turbio, más profundo. Pero ojo: aquí no hay acción trepidante ni persecuciones espectaculares. Lo que hay es atmósfera. Suspenso bien construido. Y una mirada crítica sobre una sociedad marcada por el silencio, el miedo y la complicidad.

Lo que hace especial esta novela no es solo el caso en sí, sino la forma en que Díaz Eterovic construye el ambiente. Santiago no es un telón de fondo, sino un personaje más: oscuro, triste, lleno de rincones donde se esconde la memoria y la culpa. Hay desconfianza en el aire, y esa sensación de que todo está siendo vigilado. Y Heredia, que no es ningún héroe, se arrastra entre las sombras buscando algo parecido a la verdad.

El lenguaje es sobrio, contenido, pero con momentos de lirismo. Hay frases que uno quisiera subrayar, porque retratan con precisión no solo lo que está pasando, sino lo que se siente vivir en esa ciudad. No es una novela ruidosa, sino de silencios. De esos silencios que pesan.

La ciudad está triste marca el inicio de una larga saga —Heredia volverá muchas veces más—, pero ya en este primer libro el personaje está completo. Tiene cicatrices, ironía, una ética propia que no encaja con lo que lo rodea. Y eso lo hace entrañable. No es un salvador, pero tampoco es indiferente.

Si alguien me preguntara por qué leer esta novela hoy, le diría que es una buena historia policial, claro, pero que además es un documento emocional de un tiempo difícil, contado sin panfleto ni grandilocuencia. Es una novela sobre la tristeza de una ciudad y la dignidad silenciosa de los que todavía intentan entenderla.

La tengo en el estante de las novelas con gato de mi Biblioteka Negra, porque en el próximo título de la saga, Heredia empezará a compartir su vida con un gato a quien llamará Simenon y que va a resultar muy metiche. Opina sobre los casos de Heredia, sobre la vida y también sobre la muerte.

¿Qué más se puede pedir?

Sigan leyendo y nos encontramos la próxima semana.

                                                                                                                El capitán

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