2.7.19

Eclipse total de Luna


Dedicado a Marta Quezada
La luna se pondrá roja antes de apagarse totalmente y permitirá a las estrellas volver a brillar en todo su esplendor, esas mismas que cada noche parece que se van a caer sobre los cerros que nos rodean. La radio está anunciando hace días el eclipse total de luna de la noche del martes 12 y la madrugada del miércoles 13, por suerte no es martes 13 porque hubieran inventado obscuros vaticinios en los que no creo, pero que asustan igual.
Juan piensa que los eclipses de luna son mucho mejores que los de sol, porque son más largos y no es peligroso para la vista el observarlos, el es médico y seguramente tiene razón en eso. Mi mamá, en cambio, dice que puede ser peligroso para la guagua que está por nacer, Juan se ríe y no dice nada, para no contradecirla (es mejor no meterse con la suegra). Esmeraldita aún no piensa nada porque tiene un año y medio y –tocándose la guatita– éste menos.
Por fin va a pasar algo entretenido, lo que me alegra mucho. Ya es Abril y hace más de un mes que se han ido los últimos visitantes del verano. Da trabajo alimentar a la tropa de sobrinos que llegan a pasar sus vacaciones, pero nos alegran tanto con sus locuras y nos mantienen tremendamente ocupados. No me importa que me roben los cigarrillos, seguramente son las chiquillas, pero mejor me quedo callada, porque yo hacía lo mismo con mi hermano Jorge. También llegan amigos de nuestra generación tan buenos para conversar, fumar, tomarse un traguito o varios, escuchar música, a veces hasta bailamos y las revolvemos.
El otoño da sus primeros pasos y me pongo melancólica, el embarazo también contribuye a que esté más sensible, lo bueno es que me han recomendado caminar y el campo está lindo, yo me voy por el camino pisando hojas amarillas, mientras mi mamá cuida a la niña. Luego vendrá el silencio que durará largos meses, la lluvia y el barro impedirán mis paseos.
Voy a pedirle a la cocinera que prepare algo especial y que lo sirva un poco más tarde, mi marido sugiere un pavo asado, es lo que siempre pide para su santo, le daré en el gusto porque faltan más de 2 meses para San Juan. Invitaremos a los Miret nuestros vecinos más cercanos que viven a medio kilómetro de aquí, para estar más animados porque los cuatro: mi mamá, Juan, la niña y yo no seríamos capaces de prolongar la velada hasta pasadas las diez cuando empieza el espectáculo y la luna se va a ir poniendo anaranjada y roja antes de obscurecerse totalmente. Tanto lo han comentado en la radio que ya me lo imagino clarito. Alguna vez vimos un eclipse en Santiago, pero parece que no le dimos mucha importancia y no me acuerdo muy bien. Con la hora estoy algo confundida, porque la anuncian con precisión para Santiago y para Talca, pero no dicen nada sobre la Estación de Perquin, ni tampoco sobre el Sanatorio de Los Maitenes, donde vivimos desde hace más de un año.
A última hora invitamos también a la señorita Ana, la solterona que cuida los cuyes y hace los exámenes a los enfermos de tuberculosis, no somos muy amigas, pero me da pena que esté sola. Los vecinos vienen con los niños, seremos seis adultos y cuatro niños, porque éste que tengo en la barriga (esa es palabra de mi mamá) todavía no cuenta, tiene 14 o 15 semanas como máximo, aunque ya sé que es un niño por la acidez que me da a cada rato y porque la guatita, aunque pequeña aún, está como en punta, ni parecida a como la tuve cuando esperaba a Esmeraldita.
Los Miret llegaron tempranito y trajeron una torta que hizo Delia, la cubrió con confitura de naranja y realmente parece una luna llena más o menos del color que se supone que mostrará dentro de poco. En todo caso, aún no aparece en el cielo la protagonista del evento, pero al menos no hay nubes que puedan molestar, la tibia luz de las estrellas hace que la noche sea luminosa, aún sin la presencia lunar. Me pone un poco nerviosa que con todos los preparativos no aparezca la desgraciada y nos deje con los crespos hechos. Pero, no, nada puede arruinar esa cena, con luna o sin luna, con eclipse o sin eclipse, lo vamos a pasar bien igual. Lo único que sería grave es que se nos quemara el pavo, pero ya lo sacamos del horno y está listo para meterle cuchillo y servirlo.
Llegó también la señorita Ana y trajo dos botellas de pisco sour, recién preparado por ella misma, confirmando los rumores de que es buena p´al trago. El pisco sour se incorporó al aperitivo y parece que estaba riquísimo porque le dieron el bajo tan rápido que yo no alcance a probarlo siquiera, pero mejor porque dicen que a la guagua no le conviene que la mamá tome cosas con alcohol, le puede hacer mal, sobre todo si es un licor fuerte.
Juan puso a sonar los pocos discos de acetato que tenemos, pero yo confío más en que el pisco sour de la señorita Ana y el vino que lo siguió nos haga cantar a todos que ya estamos alegres antes de servir la cena.
De los discos pasamos a la radio que hablaba del eclipse y contaba la historia anticipadamente. Todas las conversaciones eran sobre el mismo tema.
–Yo creo que Martita no debiera mirar el eclipse, porque dicen que si ella se toca una parte de su cuerpo, la guagua nacerá con una mancha en ese lugar– dijo mi mamá en un momento en que las conversaciones y las risas habían disminuido y todos la escucharon clarito.
Delia, dijo que su cuñada tenía una mancha de esas, en su mejilla derecha, apoyando la sugerencia de mi madre.
Y como si se hubieran puesto de acuerdo, apareció la Rosa con el pavo y dijo que su hermana también tenía una mancha medio roja en su brazo y que su mamá le echaba la culpa a un eclipse que hubo cuando estaba embarazada.
–¿Qué piensas tu Juan? ¿Será peligroso que mire la luna durante el eclipse? – Pregunté sabiendo lo que pensaba mi marido y la autoridad que le daba el hecho de ser médico.
–Yo respeto mucho las creencias populares, ustedes saben que recurrí a la curandera de Corralones, para que me enseñara a quebrar el empacho, pero en este tema parece que se equivocan. No existe ninguna relación entre una cosa y la otra– dijo categóricamente, Juan contradiciendo a su suegra y a las otras mujeres.
El marido de Delia le dio inmediatamente la razón a Juan, quizás por solidaridad de género, puesto que eran los únicos hombres de la reunión.
Bueno, no se preocupen ustedes, que yo ya soy grandecita, tengo más de 21 años una hija y un pedacito de hijo y yo voy resolver si veo o no el eclipse, acuérdense de que las mujeres en Chile desde enero de este año ya podemos votar en la elección presidencial.
Y para que esto fuera la última palabra sobre este asunto traté de cambiarles el tema. Les llamé la atención sobre lo extraño que era que aún no hubiera aparecido la luna y ya faltaba poco para que se iniciara el fenómeno. Esto, no tranquilizó el ambiente, pero desplazó el motivo de preocupación. La única explicación posible era que los cerros estuvieran tapando la luna.
El pavo estaba exquisito acompañado de papas con mayonesa y ensalada de apio, como entrada había servido un consomé con huevo y la torta estaba deliciosa, acompañada de un café de grano de verdad que me habían traído de regalo unos amigos que estuvieron en el verano. Pero de la luna nada.
Salieron algunos a buscar la luna a una pequeña terraza que servía de lugar de juego para los niños, desde donde se podía observar todos los cerros. Ese era el momento en que tenía que decidir si saldría o no saldría, si correría el riesgo de una mancha en la piel de mi hijo. Pero ya había insinuado que saldría y no me iba a echar atrás, sin embargo tenía mis dudas.
Podría estar detrás del cerro de la Cruz que era el más alto del pequeño valle donde estaba el sanatorio y que debía su nombre a la Cruz que había mandado colocar ahí el Doctor Herrera, después de haber dado muerte a balazos a un bandido que quiso asaltarlo con un hacha. Esa historia había estremecido a los habitantes del sector y por poco no cierran el Sanatorio. Aunque claramente el doctor actuó en defensa propia, se sintió muy abatido, hizo colocar la Cruz y cada año mandaba a hacer una misa, además renunció a su cargo de Director del Sanatorio y Juan llegó a reemplazarlo. Indirectamente eso había llevado a nuestra familia a instalarse allí en plena pre-cordillera donde se suponía que el aire era mejor para los tuberculosos, aunque en el fondo se trataba de aislarlos para que no contagiaran a sus familiares y a quienes los rodeaban.
– Parece que viene por detrás del cerro de la Cruz, porque ahí se ve más claro – dijo Juan que estaba bastante ansioso de ver la luna.
Sin pensarlo más, salí también a la terraza, pero llevando mi mano derecha cerrada y apoyándola allí donde la espalda cambia de nombre. Salí justo a tiempo para unirme al coro que exclamaba un interminable ¡Ooohhh! Al ver como aparecía una luna inmensa justo por detrás de esa cruz que se levantaba en la pequeña meseta de la cima. Nunca habíamos visto una luna tan grande y ya de un color rojizo intenso, lo que me atemorizó y hasta me arrepentí de haber salido, pero ya me la había jugado y dejaría mi mano en ese lugar durante todo el tiempo que estuve afuera.
La luna que se había tardado tanto en aparecer ahora parecía inmóvil como si se hubiera enredado en la Cruz y no pudiera seguir ascendiendo en el cielo, todos la mirábamos como hipnotizados y la descomunal luna seguía ahí, nosotros sin quererlo aguantábamos la respiración, sabíamos que estábamos observando algo anormal, extraño, increíble, pero no queríamos aceptarlo, sentíamos temor, pero no queríamos que se echara a perder la fiesta con cosas raras, sin embargo no pudimos evitar el acercarnos a los demás haciendo que el grupo fuera más compacto, parecía una forma de protegernos mutuamente de lo que no podíamos comprender y que no queríamos admitir. nadie decía ni pío, pero empezamos a mirarnos en silencio y con los ojos muy abiertos, mi mamá estaba a punto de llorar cuando se rompió la magia y la luna ascendió rápidamente dejando abajo la Cruz y su embrujo. No hubo ningún comentario. Todo siguió super normal
Delia se fijó en lo que había hecho todo el rato con mi mano y lo encontró genial, ella siempre me apoyaba, solidaridad de género también. –Si el niño sale con una mancha ahí, no va a enterarse mucha gente–, dijo con sabiduría y buen humor. Y empezó a contarle a todo el mundo, lo que a mí me dio un poco de vergüenza, por lo cual me serví otro pedazo de torta, para tener la boca llena y no tener que dar explicaciones a nadie.
En Septiembre nos fuimos a San Fernando donde tuve la guagua. Efectivamente fue un niño y me lo anunció la matrona, antes de entregármelo envuelto en una sábana. Lo recibí con un beso, retiré la sabanita y lo examiné… Allí en su glúteo derecho había una pequeña marca de color rosado con la forma de una luna nueva.