La muchacha caminaba con cuidado por la vereda cubierta con el hielo y por la nieve que caía suavemente. Llevaba un bolso grande en cada mano.
Al entrar al
salón de lavar, un vaho de vapor y de calor le invadió agradablemente el cuerpo
haciendo desaparecer un poco el frio intenso que calaba los huesos esa noche de
invierno.
La docena de
máquinas de lavar parecían descansar de una jornada que no había sido tan
fatigosa al parecer. Pensó que con el frio, si alguien no está obligado, es
mejor quedarse en casa y no ir a lavar la ropa.
Sacó de los
bolsos la ropa y los detergentes. Luego las separó, preparó dos máquinas y las
echó a andar.
El lavado
tomaría un poco más de una hora por lo que se acomodó lo mejor que pudo en el asiento
que estaba al fondo del salón.
Se sentía
tremendamente agotada. La jornada había sido muy dura en la oficina. De buenas ganas
se hubiera quedado en su departamento. Recordó cuando abrazados con Raúl, miraban
caer las pelusas de nieve a través de la ventana saboreando una rica taza de
café –pensó-. Qué pena que el romance se
terminara tan bruscamente -se dijo-.
La invadía
una tremenda lasitud. El invierno le parecía más triste y frio sin amor.
El calor del
salón la reconfortaba, estiro las piernas y se arrellano con amplitud en el
cómodo sillón.
El ronroneo
monótono de las maquinas la invitaba a relajarse. Se sentía tremendamente
cansada.
Al principio
no se percató bien del ruido. Quizás un botón metálico de sus jeans que tocaba
la ventanilla de la máquina-pensó-
Pero el
ruido se repetía. Prestó más atención y le pareció como un débil chillido.
En el otro
lado del salón, una maquina empezó a girar lentamente.
Parecía
vacía. Pero no, no estaba vacía. Había una lauchita blanca que la miraba con
sus ojitos rojos y trataba de mantener el equilibrio mientras el tambor giraba
suavemente.
A su lado,
otra máquina comenzó también a moverse.
En ella
había un gato gordo pelirrojo que la miraba con ojos maliciosos.
El gato
movía el tambor con sus patas como jugando con el movimiento.
La muchacha
estaba fascinada, no sentía miedo. A veces lo insólito aparece con tanta
naturalidad que ni siquiera sorprende.
De pronto,
el gato detuvo su juego, sus narices se agitaron, reconoció algo que le era
familiar y volteándose hacia la maquina donde estaba la lauchita, empezó a
mover el tambor con ligereza.
En la
máquina del lado, la lauchita se hizo pequeñita como tratando de esconderse de
algo que no puede ver pero que es peligroso para ella.
La máquina
del gato comenzó a girar con mayor velocidad.
La lauchita
comenzó a correr en su máquina con desesperación pero la máquina del gato
comenzó a girar con más rapidez.
Ahora el salón
parecía un concierto de máquinas funcionando.
La máquina
del gato comenzó a vibrar con la velocidad y de repente el gato pasó a la
máquina de la lauchita.
La trifulca
que se formó al interior fue tremenda. Apenas se lograba distinguir las figuras
de los animales. Ora lauchita tambor abajo, ora tambor arriba y el gato que
trataba de atraparla.
La máquina
giraba a tal velocidad que amenazaba con saltar de su pedestal.
La lauchita
no tenía escapatoria. El gato gordo pelirrojo acabaría por atraparla.
El sonido
estridente del cierre automático la sacó de su éxtasis fantástico.
Solo
quedaban 10 minutos antes que las puertas se cerraran definitivamente. Se
apresuró en sacar su ropa de las dos máquinas, las metió en los bolsos de
prisa, no tuvo tiempo para ordenarlas, la invadió el pánico de quedarse
encerrada en el salón toda la noche.
Solo quería
salir lo más rápido posible.
Alcanzó la
puerta que por suerte todavía estaba abierta y antes de salir una fuerza
irresistible la hizo mirar hacia el fondo del salón y vio un gato gordo
pelirrojo que desde el interior de una máquina le sonreía con burla. Flako
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