Cuando pequeño solía soñar con un tren. No
era todos los días pero sí me pasaba bien seguido.
Este era un tren de color azul, de forma
muy agudizada similar al "flecha" que existía en esa época, pero aún
más estilizado, como un avión.
Lo veía venir de lejos y su aerodinámica
figura parecía romper el aire.
No tenia ventanas y se deslizaba en el
aire. A pesar de que en mis sueños
veía que transitaba veloz, se acercaba
suave y pasaba cerca mio sin hacer un ruido para luego alejarse tan suavemente
como había llegado.
Dejé de soñar con el cuando la magia de la
infancia dejo su lugar a la dura realidad de la adolescencia.
Nunca más lo vi en mis sueños, pero su
recuerdo siempre me ha acompañado.
Quizás por eso que me gustan tanto los
trenes.
Tuve la suerte de vivir en un lejano país
donde los trenes son transporte fundamental. Cientos de estaciones siempre
repletas de gente y por cierto los trenes son modernos y confortables.
Recuerdo que cuando hicieron su aparición
el TGV hacia París y el EuroStar hacia Londres atravesando el túnel del canal
de la Mancha, lo primero que se me vino a la mente al ver sus esbeltas siluetas
fue mi tren de ensueño.
Muchas veces viajé en ellos y en algunas
ocasiones, solo lo hice por el placer de
ir en esos trenes de ciencia-ficción a velocidades que nunca imaginé que un
tren pudiera alcanzar (salvo mi tren de ensueño). Y por cierto me preguntaba
como había sido posible llegar a ese modernismo desde los viejos trenes a
vapor.
Así que cuando esa agencia de viajes propuso
un viaje inolvidable en un antiguo convoy con maquina a vapor, no dudé un
instante en comprar un pasaje.
La agencia se llamaba LocoTour y su
ejecutiva me prometió que sería un viaje inolvidable.
Llegué antes de la hora indicada a la
estación, presa de una excitación casi infantil.
En el andén principal , una soberbia
locomotora negra preparaba ya sus calderas. Tiraba tres magníficos carros
antiguos.
A mi me correspondió el carro del centro
por ser jubilado de clase media, así me había dicho la ejecutiva.
Comenzaron a llegar los demás pasajeros;
todos mayores de edad simpáticos y amables que saludaban alegremente.
Un pitazo de la locomotora anunció la
pronta partida del viaje.
Tres personajes aparecieron en la puerta de
nuestro carro; un caballero gordito con aire de gerente de banco, una señora
bajita medio enclenque y un joven alto con cara de bobo.
―Bienvenidos a este inolvidable viaje que por primera vez en la
historia de nuestro país, hemos organizado para ustedes ―dijo el gerente de banco―. Este viaje lo hemos preparado con
mucha anticipación y con los mejores expertos del país-agregó el gerente. Todo
está minuciosamente pensado ―dijo―, Hemos
seguido todos los estándares internacionales establecidos por la Agencia
Mundial de Trenes y según las encuestas, somos los mejores del planeta.
―Por lo tanto no deben preocuparse por nada y para mayor confianza,
seré yo mismo quién conducirá el convoy
junto a mis colegas― dijo, indicando a la señora bajita y al joven quienes se miraron
sonrientes y orgullosos.
Tres pitazos y la vigorosa locomotora
comenzó su jadeante empuje. Los pasajeros conversaban todos al mismo tiempo y
la algarabía versaba en todo lo prometido y lo misterioso del viaje ya que el
Gerente-Conductor nada dijo sobre el final del viaje.
Sentados enfrente mio, iba una pareja de
jubilados, como yo; ambos decentemente vestidos sin exageración ninguna, no
tardaron en entablar conversación conmigo;
―Me llamo Joaquín dijo él― dándome un apretón de mano. Y ella
es mi esposa Alicia.
―Yo soy Víctor Manuel respondí- correspondiéndoles el saludo.
―Que le parece el viaje me pregunto Joaquín―
―La verdad, muy interesante para mí ―respondí― porque soy un apasionado de los trenes.
―A nosotros también nos gustan los trenes pero lo raro es que no
sabemos hacia dónde vamos ni las estaciones por las que pasaremos ―dijo ella―. Creíamos que el conductor nos lo explicaría, pero fue muy parco en
explicaciones, no cree usted?
―Si, a mí también me pareció un poco seco su talante, quizás es su
personalidad así. Yo pensé en preguntarle a la señora bajita, que parecía mas
simpática.
Pero bueno, lo importante es que el viaje
se desarrolle sin contratiempos.
―Si eso es.
Los primeros kilómetros pasaron dentro de
un ambiente de conversaciones banales y apenas se pudo apreciar la subida de la
pendiente que sin mayor esfuerzo remontó el tren.
La primera parada fue en la estación
Riesco.
El tren se detuvo unos momentos para que
subieran un grupo de inspectores que verificaron que efectivamente todos los
pasajeros del segundo vagón eramos de la tercera edad y pertenecientes a la
clase media, para luego pasar al tercer vagón que según supimos después estaba
destinado a personas con menos recursos.
Antes de recomenzar el viaje, aparecieron
de nuevo las tres personas encargadas del viaje.
―Como ustedes se habrán dado cuenta, hemos ascendido la cuesta sin
ningún esfuerzo, esto gracias a nuestra planificación y los consejos que
nuestros expertos nos han proporcionado― nos
dijo el Gerente-Conductor.
La señora bajita, nos explicó como y en que
cantidad se comportaba el tráfico de trenes en el mundo, comparándonos con los
mas modernos y el joven con cara de bobo nos dió las cifras de durmientes y
rieles recorridos asegurándonos que desde meses atrás se habían comprado muchos
rieles y durmientes.
Dicho esto, el tren se puso en marcha con
velocidad mayor y comenzamos a recorrer parajes que se iban ensombreciendo en
la medida que los kilómetros pasaban.
Algunos pasajeros comenzaron a quejarse por
el hollín que penetraba por las ventanas.
―No tienen más que cerrar las ventanas―
propuse yo
―Sí pero igual entrará por las tomas de aire superiores― me indicó Joaquín
―Quizás sea por el esfuerzo que hace la locomotora en las subidas― agregó doña Alicia.
A lo mejor era eso, ya que cada vez que el tren
comenzaba a trepar una cuesta, la locomotora se ponía más jadeante. Luego
bajaba el esfuerzo y todo parecía volver a la normalidad.
Así, subiendo y bajando, jadeando y botando
cada vez mas hollín transcurrieron los
siguientes kilómetros.
Cuando llegamos a la Estación Meseta,
tuvimos la primera sorpresa; un grupo de jóvenes subió también al tren. Y a
diferencia nuestra, se repartieron en los tres vagones.
La locomotora pareció agradecer el descanso
mientras los tres personajes a cargo del viaje volvieron aparecer con caras de
enorme satisfacción.
―El Gerente-Conductor nos aseguró que todo este esfuerzo de la
locomotora era completamente normal. Es más ―dijo― Ya hemos llegado a una especie de meseta por la cual continuaremos
sin mayores contratiempos nuestro viaje, tal como lo habíamos previsto.
―Doña Eliana preguntó si era normal tanto hollín y si podríamos
utilizar mascarillas para respirar mejor.
―No es necesario – respondió secamente el Gerente-Conductor, mientras
la señora bajita y Cara de Bobo sonreían. ―Solo
tienen que aprender a respirar― sentenció arrogante.
―Y los jóvenes que subieron? No era éste un viaje sólo para la
tercera edad― preguntó un señor de pelo largo y canoso.
―Nosotros vamos cambiando y adecuando nuestros planes en consulta
permanente con nuestro equipo asesor y respetando los protocolos establecidos
por ellos― respondió el Gerente-Conductor, con el ceño fruncido. Parecía
enojado cuando alguien le preguntaba algo.
―Y en cuanto a los asientos que pudieran faltar, ya hemos comprado una
cantidad y serán embarcados en la próxima estación― sentenció
Cara de Bobo.
Proseguimos nuestro viaje en un ambiente
que ya comenzaba a ser dudoso. La cara de los viajeros ya no eran tan alegres
como al principio del viaje. Había una carga de duda que se translucía sin
disimulo.
La locomotora se quejaba cada vez con mas
facilidad y de cuando en cuando se sentían unos vaivenes que sacaban
exclamaciones entre los pasajeros.
Las conversaciones ya no versaban acerca
del viaje ni del paisaje.
El tema que acaparaba más la atención era
la calidad del tren, especialmente la locomotora.
Ahora ya se sentía claramente el olor a
carboncillo.
Lo cierto es que la locomotora seguía
produciendo hollín y a pesar de que muchos pasajeros ya habían cerrado sus
ventanas, el aire se empezó a enrarecer con un polvillo negruzco.
Algunos comenzaron a toser de forma
constante.
―No creen ustedes que algo raro se está produciendo― preguntó doña Alicia
―Sí, a mi me parece que esto no es tan normal― respondí
―Yaa, dejen de criticar -alegó don Joaquín― hay
que confiar en el equipo conductor y basta con eso!
Cuando llegamos a la Estación Cuesta
Normal, grande fue nuestra sorpresa al divisar una gran cantidad de gentío muy
diverso que esperaban con impaciencia el tren.
Apenas se abrieron las puertas entraron en
tropel, sin ningún orden y ocupando todos los asientos aún disponibles.
Como era de esperar, quedaron muchos de pie
lo que provocó serias discusiones hasta que unos militares armados subieron los
asientos suplementarios.
Pero nuestras sorpresas no terminaron ahí;
los tres personajes entraron portando llamativas mascarillas negras.
No pudimos ver la sonrisa de la señora
bajita, solo podíamos adivinarla. En cambio Cara de Bobo se veía harto mejor
así. Por el contrario el Gerente-Conductor, parecía feroz detrás de su
mascarilla.
―Tenemos algunas adecuaciones a nuestro viaje― dijo
el Gerente-Conductor. ―Según nuestros expertos estamos en una etapa de normalidad.
―!A PESAR DE QUE ALGUNAS PERSONAS DIGAN O PIENSEN LO CONTRARIO!― vociferó.
―Por lo tanto, con las precauciones del caso, pueden ir a tomar café
o cerveza al coche-comedor si lo desean. Pero ojo !La mascarilla es OBLIGATORIA!
Nadie se atrevió a señalar que el tren no
tenía coche-comedor ni tampoco que todo eso parecía un poco contradictorio.
―Con respecto a los asientos necesarios, vamos a cargar más asientos
suplementarios y todos, escuchen bien, todos los pasajeros tendrán donde
sentarse― sentenció con vehemencia Cara de Bobo.
Los pasajeros estábamos silenciosos. Solo
el caballero de pelo cano se atrevió a preguntar;
―¿Y si los asientos nos alcanzan para todos, que hacemos ?.
―Entonces se sientan de a dos y traten de ser más disciplinados ―gritó el Gerente-Conductor.
Acto seguido se distribuyeron mascarillas y
el tren retomó su marcha con dificultad.
La locomotora hacia un esfuerzo enorme por
el sobrepeso y le costaba alcanzar velocidad.
Los pasajeros comenzamos a ocuparnos de los
asientos y de los espacios para colocar los suplementarios.
Después de mucho jadear, la locomotora
pareció silenciarse por un largo momento para luego hacer una serie de ruidos
raros y literalmente dispararse hacia adelante.
El convoy comenzó a tomar cada vez mayor
velocidad.
Los vaivenes se hicieron de nuevo presentes
y esta vez con agudos chirridos de hierros.
El tren iba ya medio desbocado cuando
atravesamos la Estación Horizonte.
En los andenes alcanzamos a divisar mucha
gente con rostros desfigurados que agitaban las manos, otros gritaban y muchos
tenían carteles que decían cosas que no alcanzábamos a leer completamente.
Los tres personajes no aparecieron en esta
ocasión lo que creó mas angustia entre los pasajeros que comenzamos a movernos
de un lado para otro sin saber que hacer.
El tren cobraba más velocidad, los vaivenes
ya eran tumbos que provocaban gritos.
El aire era irrespirable, todos tosíamos y
algunos lloraban.
Lo peor fue cuando entramos al túnel. La
oscuridad y la velocidad que aumentaba provocaron un pánico indescriptible.
Alguien gritó adelante. ―¡Nadie conduce el tren! ¡Nos han dejado solos!
El silencio y la estupefacción paralizaron
por algunos momentos a todos los pasajeros.
―Tenemos que hacer algo― gritó un caballero recién llegado
―Yo puedo manejarlo― dijo un joven del carro trasero
―Yo te ayudaré― grito otro del vagón delantero
En medio del desorden y pánico, apenas nos
percatamos de la luz que comenzó a perfilarse por el lado izquierdo de nuestro
convoy.
La luz se hizo más persistente. Y en medio del oscuro túnel, apareció mi tren
azul.
Surgió como en mis sueños de niñez. Estuvo
un rato a nuestro lado, esplendido, majestuoso, su nariz rompiendo el aire, sin
emitir un ruido, suavemente.
El azul de sus carros brillaba con una
especie de aureola.
Llevaba ahora grandes ventanas iluminadas a
través de las cuales muchos niños y adolescentes nos saludaban sonrientes y con grandes
gestos. Nos enviaban besos, nos dibujaban corazones con sus manos, otros
aplaudían y gritaban cosas que no alcanzábamos a escuchar, pero percibíamos que
eran palabras de aliento y cariño.
La serenidad comenzó a volver a nuestro
convoy, la locomotora pareció descansar un poco y los bamboleos se fueron
reduciendo.
Mi tren de ensueño nos adelantó lentamente
al principio y luego se alejó con la rapidez de un rayo hasta que solo quedó un
punto azul en la lejanía, allá en el fondo de la oscuridad.
Un punto de luz que se iba agrandando como
si fuera la salida del túnel.
Azul como la esperanza que nos esperaba al
término de nuestro accidentado viaje.
Oscar
Orellana
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