11.8.06

Pesadilla II

Accidentes
Sueño que me duermo manejando. No, no me duermo de golpe y porrazo. Ni en mi cama logro dormirme tan rápido. El sueño me va jalando poco a poco, disimuladamente con el claro propósito de sorprenderme. Yo, me doy cuenta, lucho, pero el sueño gana por goleada.
Retomo mis esfuerzos, aunque ya no pretendo no dormirme, me conformo con avisarle a Mayarí que tome el volante, que haga algo, que se salve, que nos salve, pero ya es tarde el sueño se ha apoderado de mis cuerdas vocales o quizás de la región de mi corteza cerebral que gobierna la palabra. El silencio se ha apoderado de mí, las palabras sólo existen en mi pensamiento, ni un sonido sale de mi boca. Me siento derrotado, tengo ganas de dejarme deslizar hacia el sueño más profundo de mi vida, decirme bueno si hay que chocar chocamos, pero no, mi hija está conmigo, no puedo ser tan irresponsable, no quiero declararme derrotado, debo luchar por ella, pero pierdo por goleada. Quizás ella se salve tal como ocurrió cuando sólo tenía un poco más de un mes de vida y las chocaron, a ella y a su madre, la madre quedó grave y a ella nada, no le pasó nada. Yo no iba en ese vehículo, estaba lejos, estaba en Venezuela y no supe de esta desgracia hasta una semana después.
Qué más da. Es cosa del destino. Mi padre chocó –lo chocaron, precisaba él- en la burra de bigote marca Ford que mi abuelo nunca aprendió a manejar, y se quedó casi sin dientes y con una cicatriz profunda casi igual al pliegue que tengo en el mentón. Yo nací algunos años después del accidente y, aunque no puedo afirmar que algo así pueda heredarse, tampoco puedo negarlo. Después de todo la medialuna está ahí en medio del mentón como una duda de dos centímetros.
Está bién, ahora me toca a mí, me resigno, pero no con Mayarí ella ya pasó por esto y salió bien, no puedo abandonarme, ¿Qué puedo hacer? Seguimos rodando... siento una fuerte punzada en mis costillas, por el lado opuesto al corazón (menos mal). Fuerte y tranquilizadora. Es el codo de mi hija que se me clava con insistencia.
- Ya puh, viejo. No seai fome, convérsame un poco. Has dormido desde que nos subimos al bus.
Neandro Schilling

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