A la hechicera no dejarás que viva.
Éxodo 22, 18
A Eloisa
casi no la conocía, pero ese viernes nos habíamos convertido, yo en padrino y
ella en madrina de la primera hija de los amigos más conservadores que tengo.
Esta situación nos unió lo suficiente para continuar el carrete en mi
departamento.
―
¿Has probado la absenta?― más que pregunta, eso era una provocación de mí parte.
―
¿Y eso se come, se toma
o se fuma?
―Se toma, pero si quieres fumar algo
nuevo en el jardín del edificio crece misteriosamente el tabaco del diablo, Lobelia tupa, para los que hablan en
lenguas.
―Yo tengo papelillos y preservativos,
para aportar algo también― se rio y sus ojos verdes lanzaron
destellos al igual que la esmeralda que lucía en un peine antiguo que atrapaba
su cabello negro sin matices.
Empezamos con la absenta que es un licor verde de 70 grados
con un suave sabor anisado y la dulzura que le agregaba el terrón de azúcar
colocado en una cucharilla y disuelto lentamente con agua mineral.
―¡Salud por el hada verde!―dije y ella respondió haciendo brillar sus ojos como
lucecitas de navidad.
Luego conocí su habilidad para liar unos tabaquitos de esos que crecían en el
jardín, la memoria se vuelve confusa pero en un momento estábamos desnudos
sobre la cama, ella solo vestía el peine que atrapaba su pelo y aunque lo negué
tres veces, sí hicimos el amor de forma tan especial que empezamos a flotar en
el aire, ¡Volábamos!, cuando me di cuenta de esta anomalía, la abracé como
nunca había abrazado a una mujer, con una fuerza que nacía del pánico. La abracé
desesperado hasta quizás hacerle daño. Ella levantó su brazo, se arrancó el
peine y lo lanzó lejos. Caímos suavemente sobre la cama envueltos en una niebla
luminosa.
El
despertar fue acompañado de la angustia de no encontrarla, se había marchado
desnuda porque su ropa seguía en el piso. Le avisé al conserje por si había
lío.
En
fin, ella era una bruja, pero yo no la maté como ordena el libro sagrado, aunque alguna responsabilidad me corresponde porque creo que ella quiso
salir a volar por el balcón, pero olvidó que el peine que se lo permitía estaba botado
sobre la alfombra.
―Tome
el peine, lléveselo por favor, siento la tentación de volar, pero tengo terror
a las alturas. Mateo Juan X