Hace viento y está oscuro.
El cielo amenaza lluvia y las hojas de los árboles
se remueven desesperadas, como queriendo huir del paisaje tenebroso y fantasmal
que parece advertir que nuestro juego es inconveniente y peligroso.
Juana me ha desafiado a hacer lo que su imaginación,
un tanto desquiciada, considera un acto de atrevimiento y aventura.
Ahora estamos los dos a la entrada del cementerio de
nuestro pueblo y faltan cinco minutos para la medianoche.
El juego consiste en que uno debe caminar hasta el
centro del camposanto y permanecer ahí por lo menos hasta que el otro cuente hasta
30.
Lo grave es que he sido yo el que ha resultado perdedor
cuando echamos a suerte quién debiera ir primero.
Avanzo lentamente, mirando las copas de los árboles
que oscurecen cada vez más la senda borrosa.
Paso a paso avanzo y observo a los costados las
tumbas abrazadas por las sombras.
Juana permanece fuera, asegurándose que no me
escabulla por uno de los recodos retorcidos del camino.
Comienza a llover y el cielo es un techo de nubes bajando
precipitadamente para devorar la tierra.
Siento frío y miedo. Doy otro paso.
Una ráfaga de viento y agua me da en la cara, doy un
brinco y la piel se me eriza.
No quiero mirar atrás, sólo avanzo.
Estoy en el centro del cementerio, es un círculo de
piedras y alrededor tumbas y nichos y dos o tres mausoleos de los ricos del
pueblo.
De pronto una luz estalla al frente. Es un relámpago
surgido de entre las tumbas. Tiemblo.
Giro rápidamente y pretendo volver sobre mis pasos. Pero
estoy atornillado al suelo. Grito con desesperación: ¡Juana! ¡Juana!
Por toda respuesta una nueva ráfaga de viento,
lluvia y frío me estremece. Logro avanzar, el viento me impide hacerlo con
prontitud.
Siento lágrimas en el rostro.
Resbalo sobre las piedras mojadas. Tengo la ropa
empapada y siento los pies húmedos.
Estoy a pasos de la entrada. Alcanzaré la salida,
estiro los brazos queriendo alcanzar de una vez la salida del cementerio. Falta
sólo un par de pasos…
Es cuando siento el grito de mi mujer despertándome,
porque he tenido una pesadilla.
Ella me grita: ¡Despierta Ramón, estás soñando,
despierta!
Me mira fijamente con los ojos desorbitados, pálida,
el pelo desgreñado, sucia. Estamos en una plaza pública, al descampado, tapados
con diarios, somos habitantes indeseados, ciudadanos marginados o, como ahora
se dice: personas en situación de calle.
Entonces abrazo a la Juana y lloro
desconsoladamente.
Renard X
Me sorprenden gratamente tus cuentos ,debes continuar y quién sabe si te transformas en un futuro y exitoso escritor.
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