Tierras muy raras


 

La tierra tembló de nuevo al amanecer. Fue un remezón leve, como una exhalación subterránea, pero suficiente para que a Gloria le cayera un plato del estante mientras preparaba el té. Desde hacía semanas, los sismos menores se habían vuelto frecuentes, y no eran de origen tectónico. Al menos eso decía su cuñado Javier, ingeniero y conspiranóico profesional. Según él, el culpable era la faena minera de tierras raras que operaba entre los cerros de Penco. La mina Los Queules que llevaba con ironía el nombre del árbol que ayudaría a extinguir.



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