Siempre le
gustaron los atardeceres junto al mar, cuando el sol era rojo y jugábamos a ver
el rayo verde, que nunca vimos. Hoy en medio de la ciudad, el atardecer es
rojizo, pero de un color que hace entrecerrar los ojos, un filtro de humo lo ha
puesto a brillar así, no sé si es el humo de Australia o de Hualqui, pero es
humo que provoca un incipiente dolor de cabeza que no termina de declararse
para tomar un analgésico. Me provoca también una tristeza inexplicable, siento
que el fin del mundo empezó hace tiempo y solo esperamos la estocada final.