Santiago, martes 21 de octubre de
1969
Con Jaime
debemos haber vivido en unas 4 o 5 pensiones del barrio de la Escuela de
Ingeniería, nos cambiabamos a menudo buscando no sé qué porque todas eran más o menos iguales. La
pensión de Grajales se destacaba por sus "viejas de la pensión" en
realidad cada pensión tenía su vieja, pero la de Grajales la tenía por partida
doble. Las dueñas eran 2 hermanas gemelas que competían por diferenciarse
siendo una más gorda que la otra, la pelea debe haber estado entre los 120 y los
130 kilos, aunque este peso es solo al ojímetro, porque ese no era tema
conversable en esa casa.
Era un poco
más de la una de la mañana cuando terminé de leer "Consejos al
combatiente" de Ernesto Guevara. Su último capítulo "Las
ametralladoras en el combate defensivo" me impresionó porque hablaba de
esas armas tan poderosas que desconocía por completo. Por esa época me habían
recomendado leer "El socialismo y el hombre nuevo" también del Che,
pero esas cosas tan sesudas no iban bien
conmigo. Un hombre de acción es un hombre de acción, aun en la lectura.
Jaime
escuchaba, como todas las noches, el programa "Compases al amanecer"
de Julio Tapia en Radio Portales y el muy patudo tarareaba la canción de Sandro
que estaba sonando. No le dije nada por el desafinado tarareo, después de todo
yo lo conocía lo suficiente como para ver que él no se daba ni cuenta de lo que
hacía porque en esos momentos, pensaba...
Le interrumpí sus silenciosos y sin duda profundos pensamientos para comentarle
una frase del libro que acababa de leer.
—Sabes que las balas de una ametralladora son tan rasantes que a 500 metros no se elevan más de un metro cincuenta? - pregunté para conversar algo antes de dormirme.
Jaime
pareció continuar en su meditación sin tomar en cuenta mis palabras y cuando ya
no esperaba ninguna reacción me respondió con otra pregunta.
—Y tu ¿cuánto mides?
—Un metro cincuenta y tres- contesté automáticamente y si hubiera estado de pie me habría estirado un poco, para que se notaran mejor.
—Entonces una de esas balas rasantes te podría dar en medio de la frente - comentó con su lógica de siempre y ese humor negro que esa noche me pareció más pesado que lo habitual.
Luego me
dormí con esa conversación enganchada en la rueda del hamster. Creo que soñé
disparando uno de esos mortíferos
artefactos que no había visto de cerca en toda mi vida, por eso no me extrañó
mucho que esa madrugada en la esquina de Beauchef con Blanco a metros de la
entrada de la Escuela de Ingeniería encontrara emplazada correctamente una
ametralladora con su servidor y parque como para entretenerse un buen rato.
Todo parecía la continuación lógica de la lectura y del sueño.
Pero no era
la única ametralladora que habría de ver ese día, en Beauchef con Tupper había
otra apuntando en la misma dirección, hacia la cordillera, me acerqué a Tupper
para curiosear y más allá en el Parque Cousiño a cada árbol le había salido una
ametralladora y los árboles que no la tenían ocultaban apenas a un soldado
armado con un fusil. Todos apuntando hacia la misma dirección, concretamente
los cañones señalaban al Regimiento Tacna como su objetivo.
No me
pareció prudente adentrarme en ese bosque con tantos metales pesados y preferí
entrar en la Universidad donde iba a clases como todos los días. Me había
levantado más temprano de lo habitual y me había dicho ante el espejo "a quien
madruga Dios le ayuda" para reírme de mi mismo que necesitaba bastante
ayuda celestial para salvar ese año. Ahora ese dicho me sonaba a burla del
destino en esa situación extraña, inesperada, que estaba mucho más cerca de una
experiencia onírica que de la gris cotidianidad.
Las puertas de
la Escuela estaban abiertas, por la inercia que tienen las puertas de ciertos
lugares que se abren a la hora indicada independientes del contexto que las
rodea. Era evidente que no habría clases, por eso me fui al Centro de Alumnos
que también estaba abierto y encontré a un par de compañeros que no tenían idea
de lo que pasaba y habían ido a ver si encontraban a algún dirigente que nos
explicara de que se trataba todo eso.
Me fui a la CAG,
Central de Apuntes Galileo, que regentaba el Beto, un compañero de un curso más
avanzado y encontré un poco más de ambiente. Ahí estaba el lote de siempre: las
viejas que eran dos compañeros que seguramente por lo copuchentos les decíamos
así, el Trosko, el Lauta, el Congrio Colorado, Jaime que trabajaba en ese
boliche, el Hache-Hache, el Tano y el Radri. Había café y una radio que
informaba sobre lo que estaba ocurriendo a nuestro alrededor. Rápidamente nos
enteramos que el regimiento Tacna que estaba en Blanco al otro lado de la Plaza
Ercilla se había sublevado. Por primera vez escuchaba hablar de Golpe de Estado
y no entendía muy bien lo que significaba.
El espacio
de la Central de Apuntes no era muy amplio y se había llenado de compañeros que
se sentaban sobre resmas de papel que el Beto trató primero de rescatar y luego
se conformó con pedir que por favor las cuidaran porque no eran asientos sino
la materia prima de su negocio, un emprendimiento innovador que consistía en
contratar a algunos de nosotros para que tomara apuntes en clases, luego
reproducirlos en un primitivo sistema de multicopiado, antecesor de la
fotocopiadora, y venderlos a los que no asistían a clases o eran muy malos para
tomar apuntes.
La
improvisada asamblea estaba muy animada, todos nos sentíamos excitadísimos,
hasta entonces habíamos hablado de guerrillas, insurrecciones y revoluciones
que siempre ocurrían en otras partes, mientras en Chile todo era tan fome, aquí
nunca pasaba nada y ahora estábamos en medio de un Golpe de Estado, con
nuestros vecinos del regimiento Tacna atrincherados en su interior y las tropas
leales al Gobierno ahí afuera, si no entraban a la Escuela era solo porque las
detenía un concepto muy respetable y que aún no había caducado: la autonomía
universitaria, pero si se armaba una balacera de las gordas no habría autonomía
que detuviera a los soldados y nuestra querida Alma Mater se convertiría en
campo de batalla.
Al Trosko se
le ocurrió señalarnos que teníamos un semicírculo de tropas leales al poniente
y una fortaleza con tropas sublevadas hacia el oriente y en medio de todo eso
estábamos nosotros, que no importábamos mucho, pero también justo en el ojo del
huracán que podía desatarse en cualquier momento, estaba el edificio de
informática, donde se encontraba el único gran computador de Chile, el IBM-360
que ocupaba 2 pisos del edificio y que servía para procesar la nómina de pago
de todos los empleados públicos del país. Si los rebeldes tomaban ese edificio
pondrían al Gobierno en serios apuros. Si las tropas leales se daban cuenta de eso
podrían tomarlo para asegurar su protección. Su conclusión era que estábamos en
un lugar poco seguro, cosa que era evidente, sin necesidad de ningún análisis.
—Los milicos no tienen tanto C.I. para cachar eso- dijo el Lauta para tranquilizarnos.
—Pero podríamos venderles la idea- señaló el Beto que era un balazo para los negocios.
Sin darnos
cuenta, todos miramos al Tano, que según se sabía tenía un hermano milico,
algunos decían que ese hermano era un boina negra. El Tano no se dio por
aludido. Tenía fama de silencioso y respondió a las miradas con un gran
silencio.
Una de las
viejas, no recuerdo cual, inventó un discurso sobre el papel que debía jugar el
movimiento estudiantil en defender la democracia, lo que visto en la
perspectiva histórica parece bastante razonable, pero en ese momento la mayoría
veíamos que esto era un asunto entre un Gobierno que había masacrado a 10
pobladores en Pampa Irigoin allá en Puerto Montt, cuando recién iniciábamos las
clases en marzo de ese año, y unos milicos rebeldes probablemente fachos.
—No tenemos velas en este entierro- dijo algún sabio, posiblemente el Radri, quien hablaba poco pero acostumbraba a decir lo preciso-. La adrenalina disminuyó algunos milígramos al darnos cuenta que ni siquiera teníamos bando entre los rufianes que se enfrentaban.
Según la
radio la cosa estaba paralizada. El Gobierno había enviado a un obscuro Subsecretario
a negociar con los rebeldes y no se sabía más. La emoción del primer momento
había pasado y nuevamente la cosa tendía a ponerse aburrida. Las ametralladoras
y los fusiles guardaban un silencio que parecía que nunca se rompería.
Jaime
propuso unas partidas de ajedrez para relajarnos, y un buen lote partimos al
CAIN, Club de Ajedrez de Ingeniería, y el que se relajó fue el regente que
recogió las resmas y las escondió lo mejor que pudo para que no las volviéramos
a usar de asientos.
Empezamos a
jugar ajedrez en la modalidad ping-pong o contra reloj con 5 minutos para cada
jugador lo que daba un máximo de 10 minutos por partida. Los primeros que
pusimos frente a frente fue al Radrigán
y a Jaime ambos habían jugado el Torneo Mayor de Chile, es decir eran jugadores
de primera división para expresarlo en términos futbolísticos. Los siguientes
partidos rebajamos el tiempo a 3 minutos y luego a un minuto para estar más
cercanos al nivel de acción que necesitábamos ese día.
Sin embargo,
no era día de ajedrez. Sonó una balacera cerrada, pero corta, aunque en verdad
no me pareció tan corta. Esto es como los temblores que siempre me parecen
largos, aunque después se sepa que duraron solo algunos segundos, en todo caso
la balacera duró más que algunos segundos. Se terminó el ajedrez, justo cuando
tenía posibilidades de ganar mi primer partido o al menos eso creía. No era día
de ajedrez y no era día para victorias.
Era el día en que escuchamos las primeras balas verdaderas en un escenario de
guerra muy cercano a nosotros.
Volvimos a
la CAG con los rostros más serios, algo había pasado. La radio hablaba de un
camión que se había aproximado al regimiento y había sido repelido con fuego de
fusiles desde las torres del Tacna. Un incidente menor sin muertos ni heridos,
pero que mostraba que los soldados del Tacna, estaban nerviosos y la situación
podía complicarse en cualquier momento.
Nos
sentíamos bastante desorientados. Era difícil saber lo que sucedía realmente. El
hambre nos propuso ir a almorzar a la pensión de Grajales y después volveríamos
a juntarnos para ver que podíamos hacer.
Después de
almuerzo tratamos de estudiar, pero no lográbamos concentrarnos, la radio
seguía hablando de la sedición, otra palabra para incorporar a mi vocabulario,
pero acción no había, solo la "tensa calma" que no es más que la
espera de que ocurra algo, la situación no podía prolongarse demasiado. El
gobierno tenía una mayoría de fuerzas leales y el dejar correr las horas le
jugaba en contra porque parecía una expresión de debilidad.
Fuimos a
darnos otra vuelta a la Escuela y no encontramos a nadie. La CAG y el CAIN
estaban cerrados. Al parecer había triunfado la tesis de que no teníamos velas
en ese entierro y todo el mundo calabaza. Pronto sabríamos que estábamos muy
equivocados, habían ganado los defensores de la democracia, aunque sus
argumentos no convencían a nadie tenían una propuesta concreta: ir a protestar
ante el Regimiento sublevado, lo que sedujo a muchos que necesitaban hacer algo.
Con la CAG y
el CAIN cerrados no había mucho que hacer y el mejor panorama parecía el volver
a tomar onces a la pensión y escuchar la radio. Así lo hicimos, aguantando la
tensa calma comiendo hallullas con mantequilla y dulce de membrillo que no era
mucho más lo que contenían las onces de la pensión, a pesar de que las dueñas
eran aquellas dos señoronas gordísimas que comían por cuatro.
Nos quedamos
haciendo una larga sobremesa, conversando con todos los que necesitaban
descargar un poco los nervios que producía la insólita situación que estábamos
viviendo, las gordas estaban locuaces haciendo recuerdos que llevaban asociada
la palabra matanza. Era igual que cuando había un temblor fuerte todo el mundo
se pone a hablar del que le tocó vivir a ellos, diferenciándose claramente las
generaciones a la que cada uno pertenecía.
Llegó la
hora de la sopita nocturna que también se acompañaba con hallullas solas, pero
esta vez se quedó la mantequilla sobre la mesa y pasó susto porque todos le
pusimos bastante como si fuera remedio para los nervios,
Recién terminábamos
de llenarnos la panza escuchando el informativo de las 10 que traía puras
especulaciones y nada de acción, cuando una nueva balacera se dejó escuchar y
la radio pronto informó de que un grupo de estudiantes universitarios había ido
a protestar frente al regimiento Tacna. Los sublevados los dispersaron con
disparos y había un número indeterminado de heridos que estaban siendo llevados
a la Posta Central.
—¡Vamos!- dijimos Jaime y yo sin pensarlo dos veces, tomamos las casacas para salir, pero en la puerta estaban paradas como defensas centrales a la entrada del área las dos gordas imponentes, una defensa de miedo.
—Tenemos que ir a ver a nuestros compañeros que están heridos - traté de explicarles. Pero las defensas centrales no atendían razones. Solo seguían las órdenes del entrenador.
—Sus mamás nos encargaron que los cuidáramos y no los vamos a dejar salir por ningún motivo - nos decían las gordas hablando a dúo o completando la oración que la otra dejaba empezada. Era como una pesadilla doble estando despierto. Ahora, justo ahora que pasaba algo ellas no nos dejaban salir.
Jaime trató
de convencerlas que queríamos ir solo a la Posta Central a preguntar por
nuestros compañeros y volveríamos de inmediato, pero eran inconmovibles. Cerraron
con llave el portón exterior y decretaron toque de queda en la pensión.
Mientras la
hija de una de las gordas y sobrina de la otra nos quitaba las casacas, nos
tironeaba con fuerza porque también era robusta, aunque no tanto como la madre
y como la tía.
—Ya pu no sean locos- nos gritaba y parecía una loca convenciéndonos de que salir era una locura.
Luego
sonaron un par de ráfagas más, que tuvieron el extraño efecto de
tranquilizarnos a todos.
Así con una
correlación de fuerzas tan adversa, solo nos quedó seguir escuchando la radio
que dio el nombre del regente de la CAG entre los heridos, lo que nos alteró
muchísimo, pero la noticia terminaba señalando que los heridos no eran de
gravedad o al menos, ninguno se encontraba en riesgo vital. Eso nos tranquilizó
un poco, pero no me quitó la sensación de claustrofobia.
Tuvimos que
esperar hasta el día siguiente para ver al Beto con un gran parche en la cabeza,
la cara muy pálida y un poco hinchada como si se hubiera enfrentado a un
dentista que lo atacara a diestra y siniestra. Escuchamos su relato sobre una
bala rasante que solo le rozó la cabeza, pero que lo dejó sin sentido y bañado
en sangre.
—La cabeza sangra mucho, pero de verdad casi no fue nada lo que me pasó- eso lo repetía a todo el mundo con una voz que claramente desmentía sus palabras.
Se me
ocurrió la mala idea de decir que si él hubiera sido un centímetro más alto no
estaría contándonos el cuento.
Jaime que
como ya he dicho es muy lógico y le gusta llevar la contraria, reconoció que lo
que yo decía era cierto, agregó sin embargo que si hubiera sido un centímetro
más bajo aquí no habría pasado nada.
Hache-hache
se había pelado La Segunda y Las Últimas Noticias del Centro de Alumnos, no
había tomado El Mercurio porque después de la histórica toma de la Universidad
Católica todos sabíamos que ese pasquín miente.
Yo tomé la
Segunda y leí en voz alta la nota titulada "15 Personas Heridas a Bala por
las Tropas Rebeldes"
En medio del
relato decía: "fue internado con una herida leve en la cabeza de tipo
rasante el estudiante Gabriel Maefwell".
—Oye, pero este no eres tú, Beto, seguro que te cambiaron el nombre.
—La otra posibilidad es que hubiera otro herido del mismo modo que el Beto— observó Jaime que era el encargado de observar cosas raras.
—No crees que es un poco raro— le retruqué, pero Jaime encontró un ejemplo para reafirmar su punto de vista.
—Acabas de leer que hay dos heridos en la pierna izquierda y dos heridos en la pierna derecha y a nadie le pareció raro. Pueden haber 2 heridos leves por bala rasante en la cabeza. ¿Por qué no?
Estaba claro
que nadie le iba a sacar esa idea de su cabeza. Seguí leyendo y casi al final
de la nota se mencionaba al Beto. Eso motivó las carcajadas de la galería,
porque casi casi no lo mencionan en La Segunda.
—Acá en Las Últimas- remató Hache- definitivamente ni lo contaron, fíjense que aparecen solo 14 heridos.
Ese día hubo
clases, pero no asistimos, había que ayudarle al Beto en su negocio, después de
todo era nuestro camarada herido y nosotros sabíamos ser solidarios, aunque nos
burláramos lo que nos burláramos.
—Bueno, yo voy a clases. Alguien tiene que tomar los apuntes de Álgebra II— anunció el regente y se marchó.
Seguimos leyendo los periódicos y nos enteramos de lo esencial: Los rebeldes se habían
rendido durante la noche y el responsable del levantamiento y de los 14 o 15 civiles
heridos, el general Roberto Viaux Marambio quedó con arresto domiciliario. El ministro de defensa renunció.
Un par de días después, es decir el 24 de octubre, dimitió el comandante en jefe del ejército que había quedado como chaleco de mono y Frei Montalba nombró al general René Schneider en ese cargo.
Un par de días después, es decir el 24 de octubre, dimitió el comandante en jefe del ejército que había quedado como chaleco de mono y Frei Montalba nombró al general René Schneider en ese cargo.
Neandro
Concepción, diciembre de 2015
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