Para Juan Schilling, el
más reciente miembro del Club
El Club de
los Juanes Schilling es una entidad de hecho. Los miembros de dicho Club comparten
el nombre, pero jamás se han reunido ni manifestado su deseo de pertenecer al
mismo y la mayoría de ellos negarían de corazón la existencia del Club. Don
Johann Schilling lo fundó en el momento de suicidarse al pisar suelo chileno
y renacer en el acto con el nombre de Juan Schilling, eso sucedió por allá por
1869 en el puerto de Talcahuano. Por su indudable importancia, al interior del Club
se lo conoce como El Gran Juan.
***
Juan Schilling,
nieto de El Gran Juan, me contó esta historia:
Era Enero
del Año de la Espinilla (1929), había cumplido 14 unos meses atrás, cuando
partimos de veraneo a las Termas del Flaco en la cordillera colchagüina. Me
entusiasmaba la idea porque ahí había muchas rocas hermosas y algunos fósiles
de bichos marinos lo cual era fascinante. Allá me gustaba subir a un
lugar alto mirar ese paisaje montañoso y tratar sin éxito de imaginar que
aquello alguna vez fue el fondo de un océano sin nombre, porque entonces no
existía ningún ser humano capaz de bautizarlo.
El verano
anterior conseguí una pequeña colección de piedras y seres petrificados que
consideraba mis tesoros. Ahora todo podría ser mucho mejor, la diferencia la
hacía una picota de geólogo que me habían regalado para navidad y que estaba
ansioso de estrenar haciendo que algunas rocas enormes me entregaran los misteriosos
fósiles que ocultaban.
Don
Casimiro, un viejo que vivía casi todo el año en el pueblito, me había contado
que en un cerro cercano había unas huellas de dinosaurio y pretendía que me
llevara a verlas porque con seguridad allí encontraría algún huevo de dinosaurio
que con mi picota no se me resistiría.
El primer
día, la instalación en la casona que habían arrendado por dos meses, me mantuvo
ocupado y no pude salir, pero el segundo día me escapé temprano a visitar a Don
Casimiro. Le mostré mi nueva picota y desplegué toda mi locuacidad para
convencerlo de que me llevara a conocer las huellas de dinosaurio.
- No
Juanito, esas huellas están en un muro de rocas muy peligrosas y si lo llevo sé
que usted no va aguantar las ganas de subir y para eso se necesita algo más que
su picotita- me respondió con la calma que lo caracterizaba.
Se quedó
mirándome un buen rato y debe haber notado la profunda tristeza de mis ojos,
porque me sonrió y me dijo que podía llevarme a otro lugar menos peligroso,
pero donde igual podría encontrar algunas maravillas de esas que me gustaban
tanto. Así que partimos caminando a un paso lento con un ritmo parejo que nos
permitió recorrer una gran distancia por una huella de arrieros.
- Cuando la
excursión es larga, el paso no debe ser muy rápido, pero debe ser parejito- fue
el consejo que me dio el viejo.
Continuamos
caminando hasta un punto donde el sendero llegaba hasta una gran roca.
- Por aquí
es la cosa Juanito, ve esta veta que hay aquí, son puros bichos petrificados de
esos que a usted le encantan, más allá hay un derrumbe donde este material está
suelto y no va a necesitar ni la picota para sacarlo.
En efecto
llegamos pronto al derrumbe y Don Casimiro se despidió de mi pidiéndome que
tuviera cuidado y no me alejara mucho de ahí y que al regresar pasara por su
casa a mostrarle lo que había encontrado.
Me puse a
registrar el derrumbe y encontré unos preciosos trilobites petrificados de un
material pesado, le acerque mi brújula y claro la aguja reaccionó a la cercanía
del fósil confirmando mi sospecha: eran de mineral de hierro. Lo que había
encontrado ahí bastaba para llenar la mochila y volver bien cargado hasta la
casa de Don Casimiro, pero ahí estaba la veta llamándome e incitándome a usar
la picota. Parece que no me gustaban las cosas fáciles.
Llegué a una
parte donde el terreno empezaba a descender alejándose de la veta, pero en la
misma roca había un zócalo que me permitía seguir a una buena distancia de mi
objetivo al que le iba quitando amonites de hierro y otros bichos cuyos nombres
no había aprendido aún, pero que parecían choros zapato del número 45 por lo menos,
así me fui alejando del terreno firme sin darme cuenta, perdiendo también la
noción del tiempo que transcurría.
Mi pié
derecho sintió de pronto que el zócalo cedía y se derrumbaba, de alguna parte
de mi cerebro surgió la respuesta justa, mi mano derecha lanzó un picotazo con
todas mis fuerzas contra la pared rocosa y se clavó hondo, solo que removió una
piedra que se estrelló contra mi cabeza que resultó ser lo suficientemente dura
para aguantar el peñascazo y en ese momento el dolor que tuve no me preocupaba.
Miré hacia abajo y vi un verdadero abismo que ya había sospechado por el ruido
de las piedras al caer.
Mi situación
era complicada. Me encontraba apoyado en mi pierna izquierda sobre el zócalo
que no había cedido y casi colgando de mi mano derecha que asía la picota con
todas mis fuerzas, mientras mi mano izquierda buscaba a tientas algo donde agarrarse,
me quedé inmóvil quizás paralizado de terror. Luego recordé que a los 14 uno es
inmortal y empecé a hacer pequeños movimientos rotatorios con el pié izquierdo en
ambos sentidos, quiero decir en el de los punteros del reloj y en el contrario,
para dejar espacio donde poder colocarar el derecho, después de una eternidad
logré apoyar ambos pies y desclavé la picota para volver a clavarla más hacia
la izquierda, esta vez sin provocar ningún desprendimiento que pudiera
aterrizar en mi cabeza.
Con infinita
paciencia pude deshacer el camino y volver a pisar terreno seguro. Las piernas
me temblaban tanto que me tuve que sentar y desde lo alto vi por primera vez el
paisaje como el fondo del océano sin nombre que alguna vez fue, un suave olor a
algas flotaba a mí alrededor y el viento imitó por un momento el sonido de las
olas, pasé la lengua por mis labios y sentí el sabor de la sal...
***
Es difícil
imaginar cual hubiera sido el destino del Club si Juan Schilling, el nieto del
fundador, se hubiera estrellado contra el fondo del mar a la temprana edad de
14 años. Sólo una cosa es segura: los actuales miembros del Club no habrían
existido.
Juan Schilling, bisnieto de El Gran Juan