5.2.25

El hombre que amaba a los perros


T
engo una perrita Beagle quinceañera llamada Lis y un gato conocido como Acho, el cual ha andado muy engreído al darse cuenta de la importancia de los gatos en la novela negra. Lis, por su parte, está insoportable, ladra sin motivo conocido, quizás se siente menoscabada ante el felino miembro de nuestra manada. Por eso hoy tomé un libro del estante de los libros sobre perros de la Biblioteka Negra para que ella recupere su autoestima.

Salió un pequeño libro de bolsillo titulado “El hombre que amaba a los perros” de Raymond Chandler, recuerdo haber leído un libro con ese título, pero de otro autor, del cubano Leonardo Padura sobre el asesinato de León Trosky que cabalga entre la historia y la novela y por lo tanto también pertenece al género negro, aunque no es una novela de detectives.

Busqué un poco más de información sobre este alcance de nombre y me enteré que no era tal, sino que Padura usó este título como una forma de homenaje a Chandler, a quien admira y reconoce en él a un escritor que ha influido en su obra.

Con mayor razón, me sentí incentivado a la lectura del libro que el azar había puesto en mis manos para que lo leyera lo antes posible y preparara este comentario que espero sea del agrado de Lis y deje de ladrar tanto.

El pequeño volumen contiene tres historias del sufrido detective privado Carmady, escogidas y agrupadas por la editorial, no por su autor que las escribió en distintos momentos, en una época en la que aún no había aparecido el conocido detective Marlove.

La primera de las historias, es la que le da nombre al libro: “El hombre que amaba a los perros”, es de 1936, el protagonista es Carmady, pero un personaje muy importante es el perro policial llamado Voss en honor a Werner Voss un aviador alemán destacado de la Primera Guerra. También aparecen otros perros y no pocos gatos, pero son solo parte del decorado y ni siquiera son llamados por sus nombres, sino que apenas son mencionados por sus respectivas razas.

No les voy a contar lo que hace Voss, el perro policial para que no pierdas la emoción de enterarte a través de tu propia lectura.

La segunda historia es de 1935, “Asesino en la lluvia” supuestamente también del detective Carmady, aunque en ningún momento aparece mencionado su nombre, se supone que él es el narrador de la misma y con todo lo que le pasa, quien otro podría ser sino Carmady, quien más podría aguantar tanto.

En esta historia llueve más que en Macondo, así es Chandler. Si el relato se llama Asesino en la lluvia no van a ser unos cuantos milímetros de agua caída, la lluvia debe ser en serio. Chandler no se fija en gastos, fue tanta la lluvia que le sobró un poco para el tercer relato titulado El telón donde la víctima anuncia: “va a llover… me desagradaría que me enterrasen con lluvia” que más que un pronóstico del tiempo es el anuncio de su propia muerte.

Carmady ha sobrevivido a estos tres relatos, la pasó mal, fue golpeado, encerrado, drogado y hasta sufrió una fractura de cráneo, sin embargo Chandler se mantuvo fiel al pacto firmado entre todos los autores de novela policial con sus respectivos detectives. Después de la dura experiencia de Conan Doyle cuando atentó contra la vida de su detective Sherlock Holmes, ningún escritor de novela negra que se precie de serlo ha vuelto a intentar acabar con la vida de su propio detective privado. Eso es casi un suicidio.

Hasta aquí llega esta invitación a leer un buen libro.

¡Que tengas las mejores lecturas!

3.2.25

El relámpago


     Parpadeó un rato hacia la inmensidad de la noche y pensó que era como un vacío que quería devorarlos. Después apretó los puños en su espalda, sintiendo la amarra ardiente alrededor de las muñecas y afirmó las pisadas en la tierra, dejándose guiar por los pasos que iban delante. En torno las siluetas se desplazaban, permaneciendo borrosas entre las oleadas de sombras. Los oscuros, en cambio, se distinguían por la fogosidad de sus movimientos y el resuello exaltado de sus respiraciones.

    El roce de los pasos configuraba un tráfago que los prisioneros, sin conseguirlo, se esforzaban por no escuchar.

    Volvió a parpadear, dirigiendo el rostro hacia el poniente, imaginando en la lejanía las techumbres de la ciudad, el abigarrado color de las casas y el murmullo del río junto a los árboles, pero sólo entrevió los bultos de las colinas y el contorno espectral del camión en que los habían transportado.

    Alguien, en la cabeza de la fila, emitió un sollozo que fue rápidamente silenciado con un golpe que absorbió el lamento. El rumor de las pisadas se interrumpió durante un segundo para luego proseguir su ritmo ineluctable.

    Los oscuros se distribuían estratégicamente al costado de la columna, sin emitir otro ruido que el de los pasos violentos e inclementes, a diferencia de los cautivos, que transcurrían más allá de la voluntad de quienes descubrían la eternidad sobre ellos.

    Un relámpago de luz se encendió en la cresta de la montaña, pero no fue más que un fulgor efímero, incapaz de oponerse al imperio de la noche.

    ─Nos van a matar.─

    La angustia de los días pasados volvió a su memoria y le hizo sacudirse el embrutecimiento que dominaba sus sentidos. Recordó la sorpresa al ser arrestado, vio como un acto pueril su intento de oponerse con razones y argumentos a esa tropelía, además de la certeza posterior que tuvo, luego de los empujones y golpes, de que todo el asunto era una equivocación.

    La imagen que regresaba una y otra vez a su memoria era la de los rostros de su mujer y sus hijos mirándole, atónitos, ante la puerta abierta de la casa.

    Los hechos posteriores fueron una pesadilla, las acusaciones en su contra y en la de los otros prisioneros se acrecentaban según el rango del oficial de turno. La realidad se había convertido en una cadena de acontecimientos inexplicables y absurdos.

    Hasta esta noche, cuando llegó el pelotón de soldados arrastrándolos hasta el camión, luego el trayecto hacia el desierto y el recodo donde la huella del camino de ripio se esfumaba y comenzaba el tierral. Allí los hicieron formar esta columna para obligarlos a internarse, ciegos, en la espesura de la pampa.

     ─Nos van a matar.─

    Las palabras llegaban distorsionadas por el ramalazo de viento que venía desde el fondo del vacío.

    Pensó en la muerte como en algo vago e inasible y se dejó ganar por la visión fantasmagórica de sus pisadas hundiéndose en la oquedad. De pronto, junto a sus pasos hubo otros, más intensos, acompañados del murmullo de correajes y cartucheras y cargados con el peso de hierro del arma que aumentaba la profundidad de las huellas.

    Levantó la mirada hacia la distancia inescrutable y buscó desesperadamente una nueva fulguración, pero la noche sólo le devolvió la continuidad insondable de su misterio.

    ─¿Adónde nos llevan?─, inquirió la voz de la sombra que le precedía, al tiempo que salía de la columna y luchaba contra la densidad impenetrable.

    No quiso ver el destino del hombre que había hablado, pero le fue imposible no escuchar las culatas golpeando la carne y el acero desnudo penetrando la piel. Vislumbró, estremecido, la lucha denodada del cautivo ovillándose en la arena pedregosa y el chapoteo confuso de sus manos en el agua de la agonía.

    La repentina inmovilidad de la columna fue atravesada por una descarga de electrizante lucidez, como si en sus mentes se hubiera alojado un pensamiento inquietante, pero de inmediato se reimplantó la lógica de los oscuros que, veloces, reimpusieron el inexorable avance.

    ─Nos van a matar.─

    Pensó que el eco de las palabras provenía del fondo de su conciencia, marcando el final de un olvido y el comienzo de una nueva forma de existencia. Quiso ser presa de un llanto que permitiera el desahogo de su cuerpo lacerado, se imploró a sí mismo tener la facultad de hacer que por su rostro bajaran lágrimas liberando el fuego que quemaba sus entrañas, pero no pasó nada, salvo la permanencia del aguijón que le presionaba el pecho dictándole el ajetreo de los pulmones.

    Trató de fijar una imagen grata en la retina de su memoria, revivir en el territorio de otro tiempo, mas tampoco aquel recurso le fue posible. En cada nuevo paso comprobaba la finitud de la vida, en el roce de las vestiduras contra su piel erizada, en el contacto de sus sentidos con el aire frío, en la percepción aguda del silencio y, después, en el desgarro de su tranco progresando hacia la nada.

    Hincando la mirada en el suelo dio con la forma de una piedra pulida por la corrosión de los siglos y quiso indagar en ella la sabiduría de la naturaleza, pero sólo logró sentirse aún más pequeño e indefenso.

    Quiso levantar otra vez los ojos, pero comprendió que su gesto era inútil y que la luz permanecía enterrada bajo el océano de sombras. Sin embargo, una repentina serenidad le sacudió, supo que marchaban hacia el final de sus vidas y que el ruido de los pasos en la inmensidad era el primer redoble de la muerte comenzando a saludarles. Entretanto, los oscuros recorrían la columna de principio a fin con el entusiasmo de quien está próximo a terminar una jornada agobiante.

    Tuvo la certeza de que los siguientes instantes serían su última oportunidad sobre la faz de la tierra, eso le dio coraje y paz. Ahora ─se dijo─, mientras la marcha es un deslizarse de sombras aparentemente resignadas. Ahora, cuando los oscuros creen en la eternidad e invulnerabilidad de su poderío, cuando se sienten amparados por el manto de tinieblas que los envuelve.

    Cree que ha nacido y vivido para llegar a este momento, que todas las razones y sinrazones de su paso por el mundo concluyen en esta precisa encrucijada.

    Da dos pasos siguiendo el curso de la columna y al iniciar el tercero sabe que está quebrantando la inercia impuesta por los oscuros. Avanza solo hacia el sudeste, quizás porque intuye que en esa dirección tendrá lugar el nacimiento del amanecer y porque ha decidido identificar el sentido de su andar con el ascenso de la luz en el cielo.

    ─Está amaneciendo─, dice en voz alta, provocando con sus palabras y su acción el derrumbe de la marcha que comienza a desgajarse en una catarata de pasos contra la tierra, despedazándose como un convoy de trenes alcanzado por una voladura.

    No se detiene a comprobar el resultado de su acción. Imperturbable, continúa caminando y repitiendo las palabras que salen de su boca, casi como un canto o un himno:

    ─Está amaneciendo─.

    Siente la convulsión del aire tras de sí, cortado por fuerzas que chocan. Quisiera ver la confusión que su acto ha originado entre los oscuros y también el estallido de rebelión entre sus compañeros, pero se concentra en la destreza de la  pierna que adelanta para iniciar el nuevo paso. Alcanza a sentir la dureza del terreno bajo sus pies y se alegra de llevar los zapatos rotos porque le permiten sentir el fuego de las huellas que van quedando impresas sobre la tierra con su rabiosa y triste alegría. Ahora grita a voz en cuello, olvidando la extenuación que lo socava:

    ─Está amaneciendo─.

    Desde atrás lo empuja la onda expansiva de un crujido y un latigazo de luz hiere el borde de sus ojos. El paraje es sometido a una ráfaga infernal, ve aproximarse a sus pupilas un ramillete de cristales y después la tierra inmensa, viniéndose de golpe hacia su rostro.

    Experimenta la caricia extrañamente tibia del polvo en su mejilla y con doloroso esfuerzo vuelve la mirada hacia la cumbre remota de la montaña, desde donde baja el primer relámpago sostenido del amanecer. Entonces ya no opone resistencia al peso feroz que le baja los párpados.

Renard Betancourt M.

23.1.25

El mismo cuento distinto


La Biblioteka Negra que comenzó con los libros simplemente apilados en cajones que los agrupaban en insólitas categorías, ha crecido y se ha modernizado, los cajones se han colocado, simulando estantes muy originales, que ya se los quisieran los diseñadores de muebles de Ikea, así es más fácil estirar la mano y sin mirar sacar un libro de la estantería que elija. Hoy he buscado en el “estante de los libros raros” y ha salido uno titulado El mismo cuento distinto cuyo autor es Gabriel García Márquez, en realidad debería decir coautor porque más abajo hay otro título El hombre en la calle de Georges Simenon que corresponde a un cuento cuyo protagonista es el Comisario Maigret.

Desde ya veo que tendré que ir por partes como dijo Jack.

La primera parte se ocupa del texto El mismo cuento distinto, narración de una historia ocurrida a Gabriel García Márquez y contada por el mismo en primera persona se trata de una búsqueda que duró cuarenta y cuatro años y que por supuesto se resolvió con éxito. En su juventud breve juventud señala él había leído un cuento de un hombre que era perseguido por la policía, recordaba todo lo que sucedía en el cuento, salvo los nombres del perseguido y del perseguidor, también había olvidado el título y su autor, además del final. En fin, no era tanto lo que se acordaba y por eso mismo deseaba encontrarlo y releerlo. Además, algo de ese cuento, leído en alguna antología, lo había impactado, pero era difícil encontrarlo sin saber el título ni el autor, por lo cual solía contar a sus amigos, grandes lectores como él, el argumento del cuento para ver si le daban una pista que lo ayudara a encontrarlo.

Después de escuchar el argumento Julio Cortázar le respondió con seguridad: “ese cuento se llama El hombre en la calle es de Georges Simenon y aparece en el libro Maigret y los cerditos sin rabo”.

 Misterio resuelto pensó García Márquez y a la primera oportunidad que tuvo compró el libro, buscó ansiosamente el cuento, pero no estaba, lo leyó completo por si aparecía con otro nombre o si Cortázar se había equivocado con el título, pero no lo encontró.

Finalmente, una editora amiga, Beatriz de Moura encontró el cuento tan buscado y en ese momento, García Márquez fue el sorprendido, porque él recordaba sobre todo la angustia del perseguido con quien de seguro empatizaba, sin embargo el cuento de Georges Simenon está escrito desde el punto de vista del perseguidor y su obsesión que no es menor al sufrimiento del perseguido.

Este texto no es un cuento, sin embargo como ha salido de la pluma de García Márquez, es como si lo fuera. Se lee como un cuento.

La segunda parte del libro es el ya tan mentado cuento El hombre en la calle de Simenon del cual ya hemos dicho bastante como para seguir dañando el suspenso que tanto necesitas como lector, por eso nada más diré sobre dicho cuento, solo que las razones del perseguido fueron las mejores razones del mundo: ni  más ni menos que razones de amor.

La tercera parte se titula El comisario Maigret y su creador, Georges Simenon,

es en cierto modo un relleno para completar las páginas que necesita un libro, pero nada de lo escrito por Simenon es solo un relleno. Aquí tenemos una estupenda nota biográfica del comisario Maigret, Jules Maigret, aunque casi todo el mundo ha olvidado su nombre de pila. ¡Sí hasta su señora de dice Maigret!

Fuma en pipa como Sherlock y tantos buenos detectives de novela negra. Su método es empaparse del ambiente de los personajes a los que acaba de seguir paso a paso por el tiempo que fuese necesario para llegar a pensar y sentir como ellos.

Suele intentar remendar los destinos cuando puede, recordemos que inicialmente intentó seguir la carrera de medicina con ese propósito, aunque mejor hubiera estudiado psicología pienso yo.

Ha ayudado a ciertos culpables a escapar de un castigo que considera exagerado, conducta reñida con la ética de un policía y que en algunos casos puede llegar a configurar el delito de obstrucción a la justicia, aun cuando lo que persigue es justamente que la justicia sea justa.

Esta nota la redactó Simenon para un cineasta que producía una película basada en una novela suya.

Finalmente, aparece un juego bastante mágico, en el cual Maigret, el Comisario Maigret habla acerca de Georges Simenon, nada menos que el personaje hablando de su autor, cosas raras que a veces suceden en el mundo de la literatura.

Así nos enteramos que Simenon también fuma pipa y tiene una buena colección de ellas. En fin, hay más de alguna similitud con Maigret, lo cual no puede resultar tan extraño en la novela de detectives. Escritor y personaje en muchos casos comparten su ADN.

Este texto es un fragmento de otro libro titulado Las memorias de Maigret.

Hasta aquí dejaré este comentario. ¡Qué tengas muy buenas lecturas esta semana!

18.1.25

La última partida de ajedrez

 

El tiempo está a favor de los pequeños,

De los desnudos, de los olvidados.

El tiempo está a favor de buenos sueños.

Silvio Rodríguez

Tríptico 1984

 

La última partida de ajedrez

 

Para Anselmo Radrigán Plaza, Pedro o el Radri como ustedes quieran

 


Lo miré a los ojos y el viejo portero me saludó con cortesía. Le respondí con una sonrisa y pensé: “no, no tiene cara de soplón”. Pasé frente al ascensor, subí rápidamente los dos tramos de escalera que conducían al entrepiso y miré el reloj, eran casi las siete de la tarde, esa hora en que el infierno santiaguino deja de arder y empieza a soplar una grata brisa que me hace pensar en la maravilla que debe haber sido ese valle antes del cemento, de las chimeneas y de los tubos de escape. Entré sin preámbulos en ese salón soportado por columnas octogonales lleno de mesas con sus cubiertas escaqueadas. Sentí un gran alivio al comprobar que las condiciones de ingreso no habían cambiado, al Club de Ajedrez Chile cualquiera entraba como Pedro por su casa.

Eso era justamente lo que necesitaba. La atmósfera que se respiraba era tranquilizadora. Inmediatamente me arrepentí de haber traído la Colt 45 que con dificultad podía cubrir con mi chaqueta de verano. ¡Tanta paz y yo con artillería pesada!

Más de un año que no me aparecía por ahí y había tantos cambios en el país que lo más inesperado resultaba encontrar un lugar donde el tiempo parecía detenido, todo seguía igual. Quizás la experiencia diaria de tener que mostrarle los cuadernos a una patrulla militar atrincherada en la puerta de la UTE me hacía temer más de algún inconveniente para ingresar a cualquier parte. Los milicos no eran tan brutos: le temían a los libros y a la inteligencia más que a las armas. Sobre todo, si eran como mi Colt que no contaba con un segundo cargador y no estaba seguro de que funcionara. Javier, quien me la había dejado en herencia antes de abandonar Chile, me dijo que estaba en perfectas condiciones, pero no había tenido oportunidad de comprobarlo.

Encontrar a Pedro, en ese lugar, era seguro. Lo conocía bien, desde los tiempos en que Pedro era el Radri y yo aún no soñaba que me llamaría Mateo. Fue el orden alfabético que domina ciertas regiones del mundo el que nos hizo coincidir en el mismo curso de ingeniería.

─Vamos al Caín─ me invitó cuando salimos de clase.

─¿Qué picá es esa? ─ pregunté con ignorancia provinciana.

─Ninguna picá, es el Club de Ajedrez de Ingeniería y en esta escuela no te dan el título si no sabís jugar.

─De saber, sé─ le respondí sin sospechar el lío en que me metía, y fuimos al Caín.

Perdí todos los partidos. Cuando cerraron lo invité a la pensión de estudiantes donde vivía, para que jugara con el Piduco, un amigo que iba a cobrar venganza por mis derrotas. Jugaron casi toda la noche. Ganaba siempre el que llevaba las blancas, es decir, iban uno y uno ya que en cada partido cambiaban las piezas. El encuentro terminó en la madrugada igualado a no sé cuantos y el Radri durmió en un saco que tenía alguien del público, es decir, alguno de los pensionistas que solidariamente se habían trasnochado con nosotros.

Algo distinto al orden alfabético fue lo que también nos hizo coincidir en esa reunión en que Edgardo Enríquez nos invitó a integrarnos al MIR. Su pesada argumentación mencionaba a Marx, Engels, Lenin, Trosky y el Che. Los cuatro primeros eran casi desconocidos para nosotros, pero el último, el Che era tema permanente de nuestras conversaciones. Esa noche nos juntamos en la pensión. Todos estábamos pensando en lo mismo, así que funcionó la telepatía y el Radri, supuestamente el más tímido, con su voz calmada y casi gangosa porque su tabique nasal era demasiado alto, se atrevió a ponerle sonido al pensamiento:

─Bueno, entiendo entonces que nos metimos al MIR, aunque no tengamos idea quienes eran esos giles que nombró el Edgardo.

Eso desató las lenguas de todos y nos atropellamos en decir que por supuesto que eso era lo que había que hacer. De ahí en adelante la cosa en la pensión no fue puro ajedrez, sino política y ajedrez.

Regresemos a 1974 en el Club de Ajedrez Chile, el pariente rico del Caín. El sagrado templo donde se jugaba el Torneo Mayor, algo así como la primera división del ajedrez nacional en la que participaba un pequeño grupo de jugadores de todo el país, entre esos el Radri, el Piduco y otros ejemplares de ingeniería. Hoy, solo estaban ocupadas cuatro o cinco mesas del centro de la sala, donde jugaban los más mostrados, los que querían tener público. Un poco más allá, junto a una columna, cerca del ventanal, estaba el Radri, solo con un libro, inmóvil frente a un tablero con piezas inmóviles que deben haber estado de lo más agitadas en su mente, ya que las miraba fijamente, como hipnotizado. Ni acordado podría haber resultado mejor el encuentro. Di un rodeo echándole un vistazo a los partidos que se jugaban, disimulando mi interés en ir a reunirme con el Radri. Me demoraba para asegurarme que estaba solo.

Decidí acercarme. Lo saludé desabridamente como si lo hubiera visto el día anterior. Le pregunté si estaba solo.

─No, aquí estoy con el maestro Capablanca que está a punto de ganarle al pesado de Alekhine─ dijo mostrándome su libro.

Tomé el libro. Era una recopilación de las partidas entre esos archirrivales, lo hojeé y me di cuenta que le faltaba una parte.

─¿Y qué pasó aquí?─ pregunté mostrándole el daño que tenía el libro.

─Preferí operarlo de esas páginas porque ahí salían las biografías de los dos giles: el maestro Capablanca es cubano y el otro rusosky, lo cual es suficiente para ganarse un problema en estos tiempos. Pero dejemos descansar a estos viejos y juguemos una partida─ dijo mientras desarmaba el juego y me entregaba las piezas blancas. Inútil ventaja que yo acepté sin discutir. Luego empezó a murmurar una especie de monólogo.

─Así es Mateo, a veces hay que jugar con las negras, lo malo es que hace un año que nos tocan siempre las negras y las blancas toman la iniciativa con facilidad mientras nosotros estamos aguantando nada más. Después de todo, el tiempo juega a nuestro favor. Si logramos mantenernos vivos, vamos a ver el fin de esta locura, pero no va a ser cosa fácil.

Yo no estaba para análisis, ni menos en esa semiclave de frases con doble lectura, dichas en voz muy baja. Por eso lo interrumpí para que fuésemos al grano.

─Mira Radri, yo vine porque Marcela, la comadre que es enlace de Renato, llegó al punto del lunes muy asustada, se puso a llorar y me dijo que creía que el guatonchito había caído. Le dije que cambiara de casa y que nos viéramos el viernes, es decir ayer. Pero no fui, simplemente me cagué de susto. ¿No has sentido eso alguna vez? Es lo que llaman una corazonada. No sé... me empezaban a faltar las palabras para explicar mi voluntaria desconexión cuando el Radri me interrumpió.

─¡Jaque! Los descuidos se pagan caro...

─¡No abuse maestro! Hace tiempo que no toco una pieza─ respondí mientras pensaba que debía demorarme mucho en contestar esa jugada, aunque sólo tenía dos movidas posibles y claro, poner cara de máxima concentración, aunque lo que iba a hacer era lanzar al aire una moneda imaginaria para decidir mi jugada. Esto le obligó a contarme las noticias de una buena vez. Ya habíamos dilatado bastante el momento simulando que no había urgencia. Se puso serio y me dijo:

─Desgraciadamente te tengo que confirmar la caída de Renato y en las peores manos...  de su enlace no sabemos nada. Ojalá se haya desconectado deliberadamente como lo hiciste tú.

─¡Mierda! Tenía la esperanza de que esto fuera solo un mal presentimiento...

─Mateo, caer es una posibilidad que siempre existe...

─Sí, Radri, pero deja que me dé rabia. Piensa que justo ahora Renato estaba planteando ideas nuevas, crear una retaguardia en el exterior, replegarnos, salvar lo que queda... pero claro es muy cabro chico y no lo tomaron en serio.

─Sobre Marcela, no trates de reconectarla, es mejor dejar que las cosas se enfríen, que pase el tiempo. Ese es nuestro mejor aliado. Hay que hacer lo que estas haciendo en esta partida, demorarse mucho en cada jugada.

El Radri encontró las palabras para calmarme. Acordamos un punto al que iría yo y un enlace que me mantendría en contacto con el Comité Central. Antes de despedirnos me atreví a darle un consejo.

─Sabes, Radri, creo que no debieras venir a este lugar, así como yo te encontré podrían hacerlo los malos.

─Nooo, estay loco, si hace más de un año que no me aparecía por aquí. Fue pura cueva que me encontraras─, me lo dijo tan serio que estuve a punto de creerle. Pero lo miré sosteniéndole la mirada y pensando: “Dime la firme”. Así lo hice confesar que iba algunas veces, pero no por el vicio del ajedrez, sino porque ahí se podía concentrar, pensar en lo que había que hacer.

Después de vacilar un poco y reírse otro poco, me soltó la firme.

─Bueno, esta vez, en verdad vine por ti. Estaba preocupado por la caída de Renato. Sabía que tú estabas conectado con él y temí lo peor. Esta era la única posibilidad de encontrarte─. Dijo muy serio el Radri.

Ambos habíamos realizado la misma jugada. Ambos habíamos tomado voluntariamente un riesgo necesario y habíamos obtenido una minúscula e inolvidable victoria. Mi única gran victoria vinculada al ajedrez. Nos reímos satisfechos con una risa suave en armonía con la paz del lugar.

─¡Cuídate!─ insistí sin convicción. Puse mi rey en posición horizontal, gesto que debía haber hecho hace rato, estreché su mano con fuerza, como si lo felicitara por lo que había sucedido en el tablero y me di cuenta que quizás nunca nos habíamos dado la mano. Eso no entraba en los rituales de nuestra amistad. Presentí que la separación sería larga. Esa fue nuestra última partida.                                                                                                                                                                                                                              Mateo V

16.1.25

Muchos gatos para un solo crimen (comentario para radio)


 El libro que escogió mi mano, es un libro sobre gatos y estaba en el cajón de los libros sobre gatos, que no son pocos, en estos tiempos en que los gatos están de moda. Su título es “Muchos gatos para un solo crimen” y su autor Ramón Díaz Eterovic. El libro estaba entre “Maigret y los cerditos sin rabo” de Georges Simenon que no sé por qué estaba en el cajón de los libros sobre gatos y “El gato de muchas colas” de Ellery Queen.

Lo leí muy rápido en esas horas en que comienza la noche que son las mejores para enterarse de algunos suculentos crímenes, eran tres cuentos y un texto donde Díaz Eterovic habla de su detective que es un tal Heredia, que lo nombro así porque el autor no ha revelado aún su nombre de pila, si es que lo tiene. En general, todo el mundo lo tiene, así que supondremos que Heredia también, aunque lo desconocemos.

El autor, Díaz Eterovic, lo voy a llamar así tal como él habla de su detective Heredia, a ver si le gusta que ignoremos su nombre de pila. Díaz Eterovic es uno de los buenos escritores de novela negra, es de los que te atrapa y no te suelta hasta que has llegado al punto final. Por suerte, no es muy larguero para escribir o si no te mantendría secuestrado mucho, mucho tiempo. Este escritor es ──según Mempo Giardinelli── el principal referente de este género en Chile, no el único por supuesto, ya conoceremos a otros.

Díaz Eterovic ha recibido algunos importantes premios en su ya larga trayectoria, sin embargo el Premio Nacional de Literatura es difícil que lo obtenga debido a que escribe cuentos y novelas del género negro. Este género es mirado por algunos con la nariz arriscada, sospechando incluso que quizás no pertenezca a la literatura, a lo más lo consideran un género menor. Yo soy hincha de la novela negra y poco me importa que algunos cuestionen su valor, seguiré leyendo y disfrutando estas entretenidas novelas.

Pero basta de rodeos, vamos al grano: el primero de los cuentos es “Por amor a la señorita Blandish” donde se mezclan los sentimientos amorosos de Heredia con su trabajo de detective privado. El detective viola el Código de Ética de su oficio, pero respeta rigurosamente su propio Código.

El segundo cuento se titula “Vi morir a Hank Quilan”, un criminal en serie ataca a mujeres solas aficionadas al cine, “el psicópata de Hollywood” lo bautizó la prensa. Heredia desarrolla una investigación que resulta muy entretenida para él quien es un gran amante del cine. Si te gusta el cine también será muy entretenida para ti.

Debo consignar que en una sala de cine había un gato en el pasillo que no miraba la película, sino que echaba un sueñito.

Como ven, hasta aquí, poco y nada de gatos.

Pero, por fin llegamos al tercer cuento que le da título al libro: “Muchos gatos para un solo crimen”, aquí aparecen varios gatos, un veterinario, sus clientes, un librero con la cabeza llena de letras y por supuesto Heredia investigando, pero nada más quiero decir para no herir los sentimientos de muchas personas que aman a los gatos.

El cuarto texto también habla de un gato “Heredia y su gato Simenon” no lo quiero llamar cuento porque es un relato biográfico de Heredia, un texto muy interesante para conocer ciertas características del detective y también de su gato, pero como no es un cuento carece de suspenso por lo cual puedo extenderme un poco más sin perjudicar al posible lector que escuche este programa.

Heredia aparece por primera vez, en la novela “La ciudad está triste”, la ciudad es Santiago. Heredia es santiaguino de un barrio bravo apegado al Mapocho en pleno centro de esa ciudad que cada día y, sobre todo, cada noche se vuelve más brava, más violenta. Esta novela es del año 85, en plena dictadura, en la época de las protestas que costaron tantas vidas. No sólo Santiago estaba triste, todo Chile estaba triste.

Nuestro detective, aún no ha conocido al gato Simenon que aparece en la segunda novela de Heredia “Sólo en la obscuridad”, el nombre de Simenon le viene de la gatuna costumbre de echarse sobre los libros de Georges Simenon a dormir su siesta, pero Heredia aún no tiene tanta confianza como para hablar con su gato, costumbre que adquiere más adelante en la novela “Nadie sabe más que los muertos”.

El gato Simenon es blanco, inmaculado y también flojísimo, impertinente y gruñón, este felino poco a poco se ha ido convirtiendo en un personaje central en las novelas de Heredia que muchos leen esperando encontrar los fantásticos diálogos entre Heredia y el gato Simenon.

El felino blanco es una gran compañía para Heredia y algunas veces su única compañía, como aquel año nuevo en que ambos se emborracharon, pero de esto no diré más porque darle alcohol a un gato es perjudicial para su salud y además es completamente ilegal.

Hasta aquí llegamos por hoy.

Me despido deseándote que tengas muy buenas lecturas

22.9.23

FRENTE A UNA CORDILLERA NEVADA

 Hoy 11 de septiembre de 2023, cincuenta años después,

 la cordillera luce nevada hasta sus faldeos, blanca,

y un cielo suavemente azul cubre la ciudad laberíntica.

Sin embargo una sombra de sangre asoma

 en el ánima del día, sombra fatídica e infame. 

Pero no hablaremos ahora de la sangre ni de los canallas.

 Recordaremos, en cambio, la energía y el aliento de los nuestros,

 haremos remembranza de sus ojos y desvelo de sus ansias,

memoria de su arrojo y conciencia de sus vidas.

Pero hay cenizas en el soplo del viento que no tardará en arribar. 

Y pasos aún en la vestidura del recuerdo

y recuerdos en la vestidura de los pasos. 

¿Quién duda entonces de la desnudez sana de la memoria?

Tiempo aguas arriba y aguas abajo. Tiempo esférico y genuino.

 Aquí ha quedado el rastro de las llamas y los escombros,

la catástrofe de los días y del dolor, la herida sin frontera.

 Y dentro de poco —al cabo de unos segundos de eternidad—

volveremos a ser justamente insolentes y meridianos.

Pero ahora nieva en la montaña y nieva sobre los hechos.

11 de septiembre de 2023 Patricia y Renard

19.8.23

El Cristo Negro

         














Si usted alguna vez vivió en Pirque o en sus alrededores debe haber escuchado mi historia.

         Después de casarme y para asegurar el sustento de la familia recibí como adelanto de mi herencia el Fundo El Llano que contaba con seiscientas sesenta y seis hectáreas, incluyendo una vasta viña que permitía elaborar los mejores vinos del Valle de Pirque. Sin embargo, al poco tiempo los días secos aumentaron y la producción de uva caía año tras año. Un enólogo francés me recomendó construir un canal de regadío desde el Río Clarillo hasta la viña y con eso se incrementaría la cosecha. Le pedí al capataz que fuera al pueblo a contratar una cuadrilla y comenzara la faena.

         Habían pasado unos meses y el avance en la construcción del canal no era el esperado, solo llevaban la mitad del proyecto, y los recursos con que contaba se estaban acabando. En una visita de inspección a la obra, uno de los peones escuchó la conversación que sostenía con el capataz y cuando estuve solo se me acercó. Lo primero que sentí fue su olor, mezcla de sudor de varios días y alcohol. Al almuerzo les dábamos una galleta grande de pan amasado y un par de copas de vino para que tuvieran energía, pero algunos de ellos cambiaban comida por brebaje y no teníamos como controlarlo. El roto me hizo reír, dijo que era el Diablo y me ofreció terminar el canal en una sola noche a cambio de mi alma. ¿Para qué voy a querer un canal de regadío si no lo voy a poder disfrutar?, le respondí burlescamente. Pero él, tambaleándose, me aclaró que mi alma debería entregarla una vez que muriera. Me causó mucha gracia la imaginación del hombrecito, así que cerré el trato. Al estrecharle su mano sentí un fuerte calor, tanto que me quemó y debí soltarlo de inmediato, giré y mi incliné del dolor, aguanté el grito y al mirar mi palma la vi roja y algo hinchada. Al incorporarme, el obrero ya no estaba y solo quedó una estela de fuerte olor a azufre en el aire. Me inquieté, aquello no era normal, pero al día siguiente, cuando vi el canal totalmente construido aquella inquietud dio paso al pavor.

         Conversé con mi esposa, le conté lo sucedido y le dije que no sabía cómo romper ese pacto que había hecho con el Diablo.

         Ella, junto a sus amigas, hacía sesiones de espiritismo, y me recomendó invocar al Cristo Negro, que era muy milagroso y podría acabar con el acuerdo.

         No tenía nada que perder, así que organizamos la reunión. Seis señoras y yo estuvimos largos minutos tomados de las manos, llamando al Cristo Negro entre velas encendidas y copas de ajenjo, que según la más entendida de las damas facilitaba la comunicación con el más allá. No pasó nada. Pero una semana después, mientras visitaba la viña, el Cristo Negro se presentó. Supe inmediatamente que era él. No era negro del tipo africano sino que era un Cristo normal, como el de la iglesia, blanco, rubio, de pelo largo y ojos azules, con bigote y barbita de algunos días, pero vestía enteramente de negro. En vez de sandalias usaba botas de cuero negras, y en vez de túnica llevaba sobre su ropa negra una manta de lana de oveja… también negra.

         Me tranquilizó, ya estaba al tanto de todo, me aseguró que conversó con el Diablo y le explicó el mal entendido, que yo nunca había pensado que hablaba con el verdadero Diablo y que solo creía que lo hacía con un simple jornalero ebrio.

         Fue difícil de convencer, no quedó muy contento, pero al final entendió la situación y como un caballero que es, anularía inmediatamente el pacto me dijo el Cristo Negro.

         Desde ahí en adelante mi vida fue tranquila y feliz. Me cuidé en cada contrato que firmé y desconfié de cuanto pacto me ofrecieran, ya sea propuesto por un obrero o por un abogado.

         Soy Ramón Subercaseaux, ahora tengo 82 años y sé que me estoy muriendo, hace unos minutos me visitó un médico, pero en realidad era el Cristo Negro, lo reconocí de inmediato. Nunca lo había vuelto a ver desde aquel día en la viña. Me dijo que faltaba poco, que no tuviera miedo, que tendríamos mucho tiempo para conversar, luego dio una vuelta y se marchó. Mientras se dirigía a la puerta me pareció ver la punta de una cola asomándose bajo su bata y en el aire se mantuvo por mucho tiempo un fuerte olor a azufre. Gonzalo X

20.7.23

El asesino en serie

            


















    Estoy segura que la vida de la Clo era mejor en el campo, principalmente porque estaba rodeada de otras gallinas con las que podía conversar. El mismo día que el humano la trajo a la ciudad intenté entablar conversación, pero yo no cacareaba y ella no ladraba, así que nuestra comunicación era mínima y principalmente gestual. Se notaba que era una buena gallina, de raza collonca, sureña, mapuche. Al principio no me preocupó que la familia la tratara bien. Le daban un alimento especial que le encantaba, pero cuando la querían acariciar ella mostraba indiferencia. Tenía un plumaje imponente, era colorina y su cuello jaspeado, alternando plumas blancas y negras le daba un aspecto distinguido como si vistiera un collar. Generalmente era muda con excepción de las veces que colocaba un huevo. Estos eran perfectos, celestes, inmaculados y los humanos se alegraban mucho cuando encontraban uno. Quizás por eso a ella le gustaba cacarearlos. No supe cómo explicarle que meter ruido no era bueno, que vivíamos en un condominio y al parecer a los vecinos les molestaba los sonidos diversos. Eso aprendí después de tantos años con la familia, ya que cada vez que me angustiaba y me ponía a ladrar el humano me gritaba.

         Debe haber sido el hecho que ella ponía huevos y yo solo hacía caca en el jardín lo que llevó al humano a despojarme de mi casa y transformarla en gallinero, afortunadamente no me quitó la cama y al menos se preocupó de colocarla bajo el techo de una terraza para no quedar totalmente a la intemperie. No voy a negar que sentí celos de la Clo, así que el día que apareció el gato negro no hice nada. Ahora me arrepiento. Fue un día de esos en que todos los humanos estaban en la casa casi el día completo, recién había amanecido y la Clo picoteaba algunos chanchitos de tierra que había en el suelo. Estaba distraída y no escuchó los pasos del gato acercándose. El felino dio un gran salto y cayó muy cerca de su espalda. El zarpazo fue rápido y certero, directo en el muslo derecho. Ella alcanzó a arrancar, muy adolorida, eso parecía porque no paraba de cacarear y el ruido que hacía era intenso. 

    Unos instantes después salió el humano en bata, pijama y con pantuflas, le gritaba como en voz baja y gesticulaba molesto. La Clo seguía cacareando. El humano entró a la casa y un par de minutos más tarde volvió a salir con el mismo atuendo pero ahora incluía guantes. Se acercó a la Clo, que ya no se movía y solo cacareaba, la levantó y trató de cerrarle el pico para que se callara. No resultó. Entonces el humano se concentró en el distinguido collar de la gallina, juntó sus dos manos en el cuello y comenzó a estirarle el cogote. Inicialmente no me di cuenta de lo que él quería hacer y creo que era primera vez que él lo intentaba. El humano tiraba del cuello y la Clo seguía cacareando, pero ahora el ruido salía entrecortado. Mientras miraba la escena me arrepentí de no haber intentado asustar al gato. El humano tiró y tiró del cuello hasta que finalmente la cabeza de la Clo se desprendió. Él abrió sus manos y el cuerpo de la gallina, ahora liberado, hizo algo grotesco: corrió y siguió aleteando sin cabeza. Del cogote borboteó sangre por unos segundos eternos, mientras la cabeza caía entre mis patas con sus ojos muy abiertos que me miraban fijamente.

         Nunca lo vi tan furioso. Yo solo me quedé sentada, tiritando. Nunca más voy a ladrar, no vaya a ser que el humano sea un asesino en serie y también me quiera arrancar la cabeza.  Gonzalo X

26.5.23

El hada verde

 A la hechicera no dejarás que viva.

Éxodo 22, 18












Luego de encontrar el cadáver de Eloisa cerca del edificio, el conserje llamó a los pacos y también a los tiras, primero llegaron los pacos y me arrinconaron a preguntas no recuerdo todo lo que les dije, pero me afirmé en que yo no había hecho el amor con la occisa como si eso fuera lo fundamental, luego vinieron los tiras y
 volví a insistir en lo mismo y por supuesto que yo no la había lanzado desde el noveno piso, luego vino mi vecina que se cree la Reportera del Crimen y le repetí hasta el cansancio “yo no hice el amor con ella”, declaración que parecía contrariarla bastante e incluso decepcionarla, después de unos días apareció ese viejo chico que se presentó como agente del Centro de Estudios No Convencionales. El viejo con pinta de vendedor de biblias, tenía una voz suave y convincente y sin darme cuenta le estaba contando mi increíble historia de pe a pa sin ocultarle nada. Creo que me había hipnotizado a lo Mandrake y esto fue lo que le dije:

A Eloisa casi no la conocía, pero ese viernes nos habíamos convertido, yo en padrino y ella en madrina de la primera hija de los amigos más conservadores que tengo. Esta situación nos unió lo suficiente para continuar el carrete en mi departamento.

― ¿Has probado la absenta?más que pregunta, eso era una provocación de mí parte.

¿Y eso se come, se toma o se fuma?

Se toma, pero si quieres fumar algo nuevo en el jardín del edificio crece misteriosamente el tabaco del diablo, Lobelia tupa, para los que hablan en lenguas.

Yo tengo papelillos y preservativos, para aportar algo tambiénse rio y sus ojos verdes lanzaron destellos al igual que la esmeralda que lucía en un peine antiguo que atrapaba su cabello negro sin matices.

Empezamos con la absenta que es un licor verde de 70 grados con un suave sabor anisado y la dulzura que le agregaba el terrón de azúcar colocado en una cucharilla y disuelto lentamente con agua mineral.

―¡Salud por el hada verde!dije y ella respondió haciendo brillar sus ojos como lucecitas de navidad.

Luego conocí su habilidad para liar unos tabaquitos de esos que crecían en el jardín, la memoria se vuelve confusa pero en un momento estábamos desnudos sobre la cama, ella solo vestía el peine que atrapaba su pelo y aunque lo negué tres veces, sí hicimos el amor de forma tan especial que empezamos a flotar en el aire, ¡Volábamos!, cuando me di cuenta de esta anomalía, la abracé como nunca había abrazado a una mujer, con una fuerza que nacía del pánico. La abracé desesperado hasta quizás hacerle daño. Ella levantó su brazo, se arrancó el peine y lo lanzó lejos. Caímos suavemente sobre la cama envueltos en una niebla luminosa.

El despertar fue acompañado de la angustia de no encontrarla, se había marchado desnuda porque su ropa seguía en el piso. Le avisé al conserje por si había lío.

En fin, ella era una bruja, pero yo no la maté como ordena el libro sagrado, aunque alguna responsabilidad me corresponde porque creo que ella quiso salir a volar por el balcón, pero olvidó que el peine que se lo permitía estaba botado sobre la alfombra.

―Tome el peine, lléveselo por favor, siento la tentación de volar, pero tengo terror a las alturas.                        Mateo Juan X

6.5.23

Juanita y Lis

 

Nadie cree en las brujas,

 pero si descubren una la matan.

Julio Cortázar


El paseo por el campus universitario era apacible como también lo era esa tarde de domingo. Lis, con su vocación de sabuesa iba con la nariz pegada al suelo degustando olores diferentes al de nuestra población. De pronto se detuvo bruscamente con una mano en alto como si hubiese escuchado una voz dentro de su cabeza, se balanceó unos segundos sobre sus tres patas. Oteó el aire cálido y se lanzó en veloz carrera, arrancándome la correa de la mano, cruzó el foro casi volando, sus patitas cortas parecían verdaderos remolinos, y de verdad daba la impresión de que volara a ras de piso, la seguí como pude tratando de no perderla de vista, siguió en dirección a la estatua de Juana de Arco, el pedestal estaba vacío y Lis parecía sorprendida y corría alrededor de la estatua ausente ladrando como poseída.

Tan concentrada estaba en su misión que pude recuperar la punta de la correa y empecé a tranquilizarla contándole que ahí había una estatua de una joven bruja llamada Juanita quien a pesar de haber ganado una guerra defendiendo su país, los malparidos la habían quemado nada más que por ser bruja. Al parecer la historia no la hacía volver a sus cabales, sino que la excitaba cada vez más.

Decidí entonces explicarle que seguramente la habían retirado para repararla y pintarla y que pronto la repondrían en su sitio. Esto le pareció más lógico y pudimos continuar con nuestro paseo.

Le seguí contando a Lis que su nombre completo era Lisbeth Salander en honor a la protagonista de la trilogía Milleniun, pero que también había encontrado una historia de una bruja llamada Lisbeth, a quien nunca habían quemado porque sabía guardar muy bien su secreto, era una bruja clandestina.

Nuestros pasos se cruzaron con los de mi buen amigo Camilo, el artista encargado de reparar las estatuas del campus, las que solían sufrir insólitas agresiones sexuales. Lo puse al tanto de la extraña conducta de Lis y él me contó los no menos extraños sucesos en torno a la estatua de Juana de Arco. Esta fue su historia:

La mayoría de las facultades estaban tomadas por los estudiantes y un día Doña Juana apareció completamente quemada. Supusimos que le habrían lanzado una molotov, pero no había rastros de vidrios rotos ni olor a bencina. Como no tenía mayores daños la limpié y la pinté de blanco, pero al día siguiente volvió a aparecer quemada y volví a repintarla. Eso se repitió varias veces. Hasta que intervino el Decano y me pidió que la retirara y la volviera a reparar en el taller de la Pinacoteca. Yo no lo veía muy conveniente, pero no iba a contradecir al jefe, trasladé la estatua, pero justo se tomaron la Pinacoteca y el trabajo quedó suspendido.

Cuando volvió la calma, repinté a Doña Juana y nuevamente apareció quemada, esta vez dentro del taller que es un sitio bastante seguro. Se habló de auto combustión, de piroquinesis, se sacaron muestras del material para su análisis.

Así estaban las cosas cuando la estatua desapareció: un robo insólito e inexplicable.

Radio Clandestina, transmitiendo desde el foro, culpó al FBI, a la CIA, al Pentágono o algún otro brazo del imperialismo yanky, quienes se habrían llevado la estatua al Área 51 donde la tendrían entre el extraterrestre de Roswell y un chupacabras recién capturado.

Otras fuentes señalan que la extraña estatua de Juana de Arco fue llevada con fines de resguardo e investigación por agentes del Centro de Estudios No Convencionales a sus laboratorios secretos en la inubicable Isla Elizabeth en pleno mar de Drake.    Mateo X