22.9.23

FRENTE A UNA CORDILLERA NEVADA

 Hoy 11 de septiembre de 2023, cincuenta años después,

 la cordillera luce nevada hasta sus faldeos, blanca,

y un cielo suavemente azul cubre la ciudad laberíntica.

Sin embargo una sombra de sangre asoma

 en el ánima del día, sombra fatídica e infame. 

Pero no hablaremos ahora de la sangre ni de los canallas.

 Recordaremos, en cambio, la energía y el aliento de los nuestros,

 haremos remembranza de sus ojos y desvelo de sus ansias,

memoria de su arrojo y conciencia de sus vidas.

Pero hay cenizas en el soplo del viento que no tardará en arribar. 

Y pasos aún en la vestidura del recuerdo

y recuerdos en la vestidura de los pasos. 

¿Quién duda entonces de la desnudez sana de la memoria?

Tiempo aguas arriba y aguas abajo. Tiempo esférico y genuino.

 Aquí ha quedado el rastro de las llamas y los escombros,

la catástrofe de los días y del dolor, la herida sin frontera.

 Y dentro de poco —al cabo de unos segundos de eternidad—

volveremos a ser justamente insolentes y meridianos.

Pero ahora nieva en la montaña y nieva sobre los hechos.

11 de septiembre de 2023 Patricia y Renard

19.8.23

El Cristo Negro

         














Si usted alguna vez vivió en Pirque o en sus alrededores debe haber escuchado mi historia.

         Después de casarme y para asegurar el sustento de la familia recibí como adelanto de mi herencia el Fundo El Llano que contaba con seiscientas sesenta y seis hectáreas, incluyendo una vasta viña que permitía elaborar los mejores vinos del Valle de Pirque. Sin embargo, al poco tiempo los días secos aumentaron y la producción de uva caía año tras año. Un enólogo francés me recomendó construir un canal de regadío desde el Río Clarillo hasta la viña y con eso se incrementaría la cosecha. Le pedí al capataz que fuera al pueblo a contratar una cuadrilla y comenzara la faena.

         Habían pasado unos meses y el avance en la construcción del canal no era el esperado, solo llevaban la mitad del proyecto, y los recursos con que contaba se estaban acabando. En una visita de inspección a la obra, uno de los peones escuchó la conversación que sostenía con el capataz y cuando estuve solo se me acercó. Lo primero que sentí fue su olor, mezcla de sudor de varios días y alcohol. Al almuerzo les dábamos una galleta grande de pan amasado y un par de copas de vino para que tuvieran energía, pero algunos de ellos cambiaban comida por brebaje y no teníamos como controlarlo. El roto me hizo reír, dijo que era el Diablo y me ofreció terminar el canal en una sola noche a cambio de mi alma. ¿Para qué voy a querer un canal de regadío si no lo voy a poder disfrutar?, le respondí burlescamente. Pero él, tambaleándose, me aclaró que mi alma debería entregarla una vez que muriera. Me causó mucha gracia la imaginación del hombrecito, así que cerré el trato. Al estrecharle su mano sentí un fuerte calor, tanto que me quemó y debí soltarlo de inmediato, giré y mi incliné del dolor, aguanté el grito y al mirar mi palma la vi roja y algo hinchada. Al incorporarme, el obrero ya no estaba y solo quedó una estela de fuerte olor a azufre en el aire. Me inquieté, aquello no era normal, pero al día siguiente, cuando vi el canal totalmente construido aquella inquietud dio paso al pavor.

         Conversé con mi esposa, le conté lo sucedido y le dije que no sabía cómo romper ese pacto que había hecho con el Diablo.

         Ella, junto a sus amigas, hacía sesiones de espiritismo, y me recomendó invocar al Cristo Negro, que era muy milagroso y podría acabar con el acuerdo.

         No tenía nada que perder, así que organizamos la reunión. Seis señoras y yo estuvimos largos minutos tomados de las manos, llamando al Cristo Negro entre velas encendidas y copas de ajenjo, que según la más entendida de las damas facilitaba la comunicación con el más allá. No pasó nada. Pero una semana después, mientras visitaba la viña, el Cristo Negro se presentó. Supe inmediatamente que era él. No era negro del tipo africano sino que era un Cristo normal, como el de la iglesia, blanco, rubio, de pelo largo y ojos azules, con bigote y barbita de algunos días, pero vestía enteramente de negro. En vez de sandalias usaba botas de cuero negras, y en vez de túnica llevaba sobre su ropa negra una manta de lana de oveja… también negra.

         Me tranquilizó, ya estaba al tanto de todo, me aseguró que conversó con el Diablo y le explicó el mal entendido, que yo nunca había pensado que hablaba con el verdadero Diablo y que solo creía que lo hacía con un simple jornalero ebrio.

         Fue difícil de convencer, no quedó muy contento, pero al final entendió la situación y como un caballero que es, anularía inmediatamente el pacto me dijo el Cristo Negro.

         Desde ahí en adelante mi vida fue tranquila y feliz. Me cuidé en cada contrato que firmé y desconfié de cuanto pacto me ofrecieran, ya sea propuesto por un obrero o por un abogado.

         Soy Ramón Subercaseaux, ahora tengo 82 años y sé que me estoy muriendo, hace unos minutos me visitó un médico, pero en realidad era el Cristo Negro, lo reconocí de inmediato. Nunca lo había vuelto a ver desde aquel día en la viña. Me dijo que faltaba poco, que no tuviera miedo, que tendríamos mucho tiempo para conversar, luego dio una vuelta y se marchó. Mientras se dirigía a la puerta me pareció ver la punta de una cola asomándose bajo su bata y en el aire se mantuvo por mucho tiempo un fuerte olor a azufre. Gonzalo X

20.7.23

El asesino en serie

            


















    Estoy segura que la vida de la Clo era mejor en el campo, principalmente porque estaba rodeada de otras gallinas con las que podía conversar. El mismo día que el humano la trajo a la ciudad intenté entablar conversación, pero yo no cacareaba y ella no ladraba, así que nuestra comunicación era mínima y principalmente gestual. Se notaba que era una buena gallina, de raza collonca, sureña, mapuche. Al principio no me preocupó que la familia la tratara bien. Le daban un alimento especial que le encantaba, pero cuando la querían acariciar ella mostraba indiferencia. Tenía un plumaje imponente, era colorina y su cuello jaspeado, alternando plumas blancas y negras le daba un aspecto distinguido como si vistiera un collar. Generalmente era muda con excepción de las veces que colocaba un huevo. Estos eran perfectos, celestes, inmaculados y los humanos se alegraban mucho cuando encontraban uno. Quizás por eso a ella le gustaba cacarearlos. No supe cómo explicarle que meter ruido no era bueno, que vivíamos en un condominio y al parecer a los vecinos les molestaba los sonidos diversos. Eso aprendí después de tantos años con la familia, ya que cada vez que me angustiaba y me ponía a ladrar el humano me gritaba.

         Debe haber sido el hecho que ella ponía huevos y yo solo hacía caca en el jardín lo que llevó al humano a despojarme de mi casa y transformarla en gallinero, afortunadamente no me quitó la cama y al menos se preocupó de colocarla bajo el techo de una terraza para no quedar totalmente a la intemperie. No voy a negar que sentí celos de la Clo, así que el día que apareció el gato negro no hice nada. Ahora me arrepiento. Fue un día de esos en que todos los humanos estaban en la casa casi el día completo, recién había amanecido y la Clo picoteaba algunos chanchitos de tierra que había en el suelo. Estaba distraída y no escuchó los pasos del gato acercándose. El felino dio un gran salto y cayó muy cerca de su espalda. El zarpazo fue rápido y certero, directo en el muslo derecho. Ella alcanzó a arrancar, muy adolorida, eso parecía porque no paraba de cacarear y el ruido que hacía era intenso. 

    Unos instantes después salió el humano en bata, pijama y con pantuflas, le gritaba como en voz baja y gesticulaba molesto. La Clo seguía cacareando. El humano entró a la casa y un par de minutos más tarde volvió a salir con el mismo atuendo pero ahora incluía guantes. Se acercó a la Clo, que ya no se movía y solo cacareaba, la levantó y trató de cerrarle el pico para que se callara. No resultó. Entonces el humano se concentró en el distinguido collar de la gallina, juntó sus dos manos en el cuello y comenzó a estirarle el cogote. Inicialmente no me di cuenta de lo que él quería hacer y creo que era primera vez que él lo intentaba. El humano tiraba del cuello y la Clo seguía cacareando, pero ahora el ruido salía entrecortado. Mientras miraba la escena me arrepentí de no haber intentado asustar al gato. El humano tiró y tiró del cuello hasta que finalmente la cabeza de la Clo se desprendió. Él abrió sus manos y el cuerpo de la gallina, ahora liberado, hizo algo grotesco: corrió y siguió aleteando sin cabeza. Del cogote borboteó sangre por unos segundos eternos, mientras la cabeza caía entre mis patas con sus ojos muy abiertos que me miraban fijamente.

         Nunca lo vi tan furioso. Yo solo me quedé sentada, tiritando. Nunca más voy a ladrar, no vaya a ser que el humano sea un asesino en serie y también me quiera arrancar la cabeza.  Gonzalo X

26.5.23

El hada verde

 A la hechicera no dejarás que viva.

Éxodo 22, 18












Luego de encontrar el cadáver de Eloisa cerca del edificio, el conserje llamó a los pacos y también a los tiras, primero llegaron los pacos y me arrinconaron a preguntas no recuerdo todo lo que les dije, pero me afirmé en que yo no había hecho el amor con la occisa como si eso fuera lo fundamental, luego vinieron los tiras y
 volví a insistir en lo mismo y por supuesto que yo no la había lanzado desde el noveno piso, luego vino mi vecina que se cree la Reportera del Crimen y le repetí hasta el cansancio “yo no hice el amor con ella”, declaración que parecía contrariarla bastante e incluso decepcionarla, después de unos días apareció ese viejo chico que se presentó como agente del Centro de Estudios No Convencionales. El viejo con pinta de vendedor de biblias, tenía una voz suave y convincente y sin darme cuenta le estaba contando mi increíble historia de pe a pa sin ocultarle nada. Creo que me había hipnotizado a lo Mandrake y esto fue lo que le dije:

A Eloisa casi no la conocía, pero ese viernes nos habíamos convertido, yo en padrino y ella en madrina de la primera hija de los amigos más conservadores que tengo. Esta situación nos unió lo suficiente para continuar el carrete en mi departamento.

― ¿Has probado la absenta?más que pregunta, eso era una provocación de mí parte.

¿Y eso se come, se toma o se fuma?

Se toma, pero si quieres fumar algo nuevo en el jardín del edificio crece misteriosamente el tabaco del diablo, Lobelia tupa, para los que hablan en lenguas.

Yo tengo papelillos y preservativos, para aportar algo tambiénse rio y sus ojos verdes lanzaron destellos al igual que la esmeralda que lucía en un peine antiguo que atrapaba su cabello negro sin matices.

Empezamos con la absenta que es un licor verde de 70 grados con un suave sabor anisado y la dulzura que le agregaba el terrón de azúcar colocado en una cucharilla y disuelto lentamente con agua mineral.

―¡Salud por el hada verde!dije y ella respondió haciendo brillar sus ojos como lucecitas de navidad.

Luego conocí su habilidad para liar unos tabaquitos de esos que crecían en el jardín, la memoria se vuelve confusa pero en un momento estábamos desnudos sobre la cama, ella solo vestía el peine que atrapaba su pelo y aunque lo negué tres veces, sí hicimos el amor de forma tan especial que empezamos a flotar en el aire, ¡Volábamos!, cuando me di cuenta de esta anomalía, la abracé como nunca había abrazado a una mujer, con una fuerza que nacía del pánico. La abracé desesperado hasta quizás hacerle daño. Ella levantó su brazo, se arrancó el peine y lo lanzó lejos. Caímos suavemente sobre la cama envueltos en una niebla luminosa.

El despertar fue acompañado de la angustia de no encontrarla, se había marchado desnuda porque su ropa seguía en el piso. Le avisé al conserje por si había lío.

En fin, ella era una bruja, pero yo no la maté como ordena el libro sagrado, aunque alguna responsabilidad me corresponde porque creo que ella quiso salir a volar por el balcón, pero olvidó que el peine que se lo permitía estaba botado sobre la alfombra.

―Tome el peine, lléveselo por favor, siento la tentación de volar, pero tengo terror a las alturas.                        Mateo Juan X

6.5.23

Juanita y Lis

 

Nadie cree en las brujas,

 pero si descubren una la matan.

Julio Cortázar


El paseo por el campus universitario era apacible como también lo era esa tarde de domingo. Lis, con su vocación de sabuesa iba con la nariz pegada al suelo degustando olores diferentes al de nuestra población. De pronto se detuvo bruscamente con una mano en alto como si hubiese escuchado una voz dentro de su cabeza, se balanceó unos segundos sobre sus tres patas. Oteó el aire cálido y se lanzó en veloz carrera, arrancándome la correa de la mano, cruzó el foro casi volando, sus patitas cortas parecían verdaderos remolinos, y de verdad daba la impresión de que volara a ras de piso, la seguí como pude tratando de no perderla de vista, siguió en dirección a la estatua de Juana de Arco, el pedestal estaba vacío y Lis parecía sorprendida y corría alrededor de la estatua ausente ladrando como poseída.

Tan concentrada estaba en su misión que pude recuperar la punta de la correa y empecé a tranquilizarla contándole que ahí había una estatua de una joven bruja llamada Juanita quien a pesar de haber ganado una guerra defendiendo su país, los malparidos la habían quemado nada más que por ser bruja. Al parecer la historia no la hacía volver a sus cabales, sino que la excitaba cada vez más.

Decidí entonces explicarle que seguramente la habían retirado para repararla y pintarla y que pronto la repondrían en su sitio. Esto le pareció más lógico y pudimos continuar con nuestro paseo.

Le seguí contando a Lis que su nombre completo era Lisbeth Salander en honor a la protagonista de la trilogía Milleniun, pero que también había encontrado una historia de una bruja llamada Lisbeth, a quien nunca habían quemado porque sabía guardar muy bien su secreto, era una bruja clandestina.

Nuestros pasos se cruzaron con los de mi buen amigo Camilo, el artista encargado de reparar las estatuas del campus, las que solían sufrir insólitas agresiones sexuales. Lo puse al tanto de la extraña conducta de Lis y él me contó los no menos extraños sucesos en torno a la estatua de Juana de Arco. Esta fue su historia:

La mayoría de las facultades estaban tomadas por los estudiantes y un día Doña Juana apareció completamente quemada. Supusimos que le habrían lanzado una molotov, pero no había rastros de vidrios rotos ni olor a bencina. Como no tenía mayores daños la limpié y la pinté de blanco, pero al día siguiente volvió a aparecer quemada y volví a repintarla. Eso se repitió varias veces. Hasta que intervino el Decano y me pidió que la retirara y la volviera a reparar en el taller de la Pinacoteca. Yo no lo veía muy conveniente, pero no iba a contradecir al jefe, trasladé la estatua, pero justo se tomaron la Pinacoteca y el trabajo quedó suspendido.

Cuando volvió la calma, repinté a Doña Juana y nuevamente apareció quemada, esta vez dentro del taller que es un sitio bastante seguro. Se habló de auto combustión, de piroquinesis, se sacaron muestras del material para su análisis.

Así estaban las cosas cuando la estatua desapareció: un robo insólito e inexplicable.

Radio Clandestina, transmitiendo desde el foro, culpó al FBI, a la CIA, al Pentágono o algún otro brazo del imperialismo yanky, quienes se habrían llevado la estatua al Área 51 donde la tendrían entre el extraterrestre de Roswell y un chupacabras recién capturado.

Otras fuentes señalan que la extraña estatua de Juana de Arco fue llevada con fines de resguardo e investigación por agentes del Centro de Estudios No Convencionales a sus laboratorios secretos en la inubicable Isla Elizabeth en pleno mar de Drake.    Mateo X

17.4.23

El gato pelirrojo

La muchacha caminaba con cuidado por la vereda cubierta con el hielo y por la nieve que caía suavemente. Llevaba un bolso grande en cada mano.

Al entrar al salón de lavar, un vaho de vapor y de calor le invadió agradablemente el cuerpo haciendo desaparecer un poco el frio intenso que calaba los huesos esa noche de invierno.

La docena de máquinas de lavar parecían descansar de una jornada que no había sido tan fatigosa al parecer. Pensó que con el frio, si alguien no está obligado, es mejor quedarse en casa y no ir a lavar la ropa.

Sacó de los bolsos la ropa y los detergentes. Luego las separó, preparó dos máquinas y las echó a andar.

El lavado tomaría un poco más de una hora por lo que se acomodó lo mejor que pudo en el asiento que estaba al fondo del salón.

Se sentía tremendamente agotada. La jornada había sido muy dura en la oficina. De buenas ganas se hubiera quedado en su departamento. Recordó cuando abrazados con Raúl, miraban caer las pelusas de nieve a través de la ventana saboreando una rica taza de café –pensó-.  Qué pena que el romance se terminara tan bruscamente -se dijo-.

La invadía una tremenda lasitud. El invierno le parecía más triste y frio sin amor.

El calor del salón la reconfortaba, estiro las piernas y se arrellano con amplitud en el cómodo sillón.

El ronroneo monótono de las maquinas la invitaba a relajarse. Se sentía tremendamente cansada.

Al principio no se percató bien del ruido. Quizás un botón metálico de sus jeans que tocaba la ventanilla de la máquina-pensó-

Pero el ruido se repetía. Prestó más atención y le pareció como un débil chillido.

En el otro lado del salón, una maquina empezó a girar lentamente.

Parecía vacía. Pero no, no estaba vacía. Había una lauchita blanca que la miraba con sus ojitos rojos y trataba de mantener el equilibrio mientras el tambor giraba suavemente.

A su lado, otra máquina comenzó también a moverse.

En ella había un gato gordo pelirrojo que la miraba con ojos maliciosos.

El gato movía el tambor con sus patas como jugando con el movimiento.

La muchacha estaba fascinada, no sentía miedo. A veces lo insólito aparece con tanta naturalidad que ni siquiera sorprende.

De pronto, el gato detuvo su juego, sus narices se agitaron, reconoció algo que le era familiar y volteándose hacia la maquina donde estaba la lauchita, empezó a mover el tambor con ligereza.

En la máquina del lado, la lauchita se hizo pequeñita como tratando de esconderse de algo que no puede ver pero que es peligroso para ella.

La máquina del gato comenzó a girar con mayor velocidad.

La lauchita comenzó a correr en su máquina con desesperación pero la máquina del gato comenzó a girar con más rapidez.

Ahora el salón parecía un concierto de máquinas funcionando.

La máquina del gato comenzó a vibrar con la velocidad y de repente el gato pasó a la máquina de la lauchita.

La trifulca que se formó al interior fue tremenda. Apenas se lograba distinguir las figuras de los animales. Ora lauchita tambor abajo, ora tambor arriba y el gato que trataba de atraparla.

La máquina giraba a tal velocidad que amenazaba con saltar de su pedestal.

La lauchita no tenía escapatoria. El gato gordo pelirrojo acabaría por atraparla.

El sonido estridente del cierre automático la sacó de su éxtasis fantástico.

Solo quedaban 10 minutos antes que las puertas se cerraran definitivamente. Se apresuró en sacar su ropa de las dos máquinas, las metió en los bolsos de prisa, no tuvo tiempo para ordenarlas, la invadió el pánico de quedarse encerrada en el salón toda la noche.

Solo quería salir lo más rápido posible.

Alcanzó la puerta que por suerte todavía estaba abierta y antes de salir una fuerza irresistible la hizo mirar hacia el fondo del salón y vio un gato gordo pelirrojo que desde el interior de una máquina le sonreía con burla.   Flako X

2.4.23

Absenta


F
ue Neandro el que esa mañana de abril llegó con una botella conteniendo un líquido verde y diciendo que había que probarlo porque tenía fama entre los escritores y bohemios de París.

Al principio sólo pensé seguirle la corriente, pero después, cuando sacó la cucharilla que venía junto a la botella, le puso un terrón de azúcar, la abrió, escanció el líquido verde en una copa, le agregó un poco de agua y se mandó el primer trago, entonces, ahí mismo, decidí probarlo también.

Luego, horas después, iba a preguntarme en qué momento fatal le seguí el mal ejemplo.

Pero ya era tarde.

El primer síntoma de que el líquido verde no era cualquier cosa empezó cuando Neandro dijo:

—Ahora entiendo eso del “absentismo laboral”—e hizo otra serie de afirmaciones estúpidas, como que más valía tener cien pájaros volando a tener uno sólo, prisionero, entre las manos.

Al rato, yo mismo comencé a decir sandeces, pero lo más grave fue que propuse brindar con otra copa del líquido verde a favor de una rebelión mundial y otras cosas por el estilo.

Al cabo de una hora nadie podría decir que nos encontrábamos borrachos porque ésa no era nuestra condición exacta, sino más bien estábamos… ¿Cómo decirlo? Bueno…En cierto modo, habíamos enloquecido.

En un instante fatal Neandro recordó que nos habíamos propuesto escribir un cuento de terror, pero yo—presa de una delirante alucinación— le argumenté que los cuentos de terror no se escriben sino que hay que vivirlos, y lo convencí de que la señora Fidelia, que regentaba la pastelería de la esquina, era en realidad una alienígena peligrosa, con aviesas intenciones de dominio a escala universal.

Al cabo de algunos minutos de planificación, decidimos ir a la pastelería y asustar debidamente a la susodicha.

Así, desgraciadamente, lo hicimos.

Doña Fidelia nos recibió con algunos aspavientos de buena vecindad, pero tanto Neandro como yo entendimos que era el modo en que los extraterrestres pretenden ganar la confianza de los terrícolas.

La mujer, grande y obesa, nos hizo pasar a la cocina donde estaba haciendo una enorme torta de milhojas; es decir, sobre el mesón había grandes cantidades de manjar y hojuelas.

Ella señaló que estaba apurada porque era un encargo que debía entregar dentro de media hora.

Fue Neandro el que la encaró en primera instancia diciéndole que sabíamos cuál era su real condición y que nosotros, sin ser ni racistas ni nada de eso, no podíamos permitir su estadía clandestina entre los terrícolas, a menos que confesase sus verdaderas intenciones.

Doña Fidelia, sin embargo, no confesó.

Es más, en algún momento dijo que estábamos locos.

—¿Qué se han imaginado, huevones…?—dijo, exasperada, ante nuestras acusaciones.

Entonces, la empujé.

Cayó de bruces sobre la torta y Neandro, convencido de la justeza de nuestra causa, le sostuvo la cabeza contra el manjar durante un largo rato.

La mujer pataleó obscenamente.

Se estremeció y del manjar surgió un gorgoteo asqueroso y,de pronto, la alienígena dejó de moverse.

Volvimos a lo nuestro.

Brindamos con otra copa del líquido verde, esta vez por la paz universal.

La tierra estaba a salvo.                               Paty y Renard X

30.3.23

La princesa mora


C
abellos negros, ojos azabache, boca como fruto maduro…

Perseguida en el sur del Mediterráneo, en un galope desenfrenado forzó a muerte su caballo. Cayó el animal... Corrió ella hacia el mar y saltó en una barca donde la esperaban doce remeros. 

Voló la barca sobre las olas hasta llegar al sur de España.

Perseguida también allí por una emir que la quería como esclava, cogió vestidos de hombre y como marinero en un velero se embarcó. 

Allí todo dejó, solo llevó el puñal que una hechicera le regaló cuando ella nació.

Navegó hasta el Nuevo Mundo. Desembarcó en tierras extrañas.

El gobernador la quiso para él. 

Ella, la princesa mora, revistió vestidos de hombre y navegó rumbo al sur. Muchos fueron los días y tantas las noches. Del calor pasó al frío. Faltaba el agua. En un fiordo el velero botó el ancla. 

―A buscar agua― ordenó el capitán.

Cargaba un barril y al cinto su cuchillo.

Un lobo de mar se alzó cuando ella, vestida de marinero, en su dominio entró, entonces el lobo atacó.

La nieve se tiñó de rojo. Una vida allí quedó.

Al atardecer, cuando caía el sol, en lo alto de un peñón, su figura apareció, cargaba un pesado barril.

En el mar, ella su cuchillo lavó. Se manchó el agua con sangre animal.

Pasó el estrecho del Sur y entró en otro mar. Cuando desembarcó, cansada allí se quedó. 

Entre los hombres de los árboles, los llamados pehuenches, se instaló.

Habitaba en una larga faja de tierra que desde el desierto baja hasta el mar. 

Allí ella se quedó hasta que también allí, la sangre corrió vertida por la violencia de un general.

La princesa mora de nuevo partió. En tierras del Norte se instaló. 

Desenvainó el puñal y con un gesto de magia antigua lo transformó. En la mano de la princesa mora ahora había un pincel.

Le robó colores a las rosas, a la hierba, a las montañas, a la noche y también al sol y con una nube hizo su tela para pintar.

Un viento que por allí pasó, cuenta en una lengua que solo los pájaros conocen, que a la princesa mora vio. Pinta cuadros de una extraña belleza con un pincel que fue puñal.             Pato X

24.3.23

Salto a la eternidad

 


Aquí hay caminos malos y muy malos, pero ninguno como el que nos lleva a la desembocadura del Bío-Bío, pero esto tiene una explicación muy lógica aunque no sé si sirva de mucho. Lo que ocurre es que ese camino no es responsabilidad del Ministerio de Obras Públicas, pues este organismo está convencido que su mantención corresponde a la Municipalidad de Hualpén, pero la señora alcaldesa ha señalado claramente, que eso no le compete, puesto que esa es una zona urbana y debería ser el Ministerio de Vivienda y Urbanismo quien financiara las obras. Por su parte el ministro aludido sostiene que quien debería hacerse cargo de todo es la empresa estatal Petrox, la cual posee numerosos camiones pesados que utilizan diariamente el camino además de sus funcionarios que aunque usan vehículos menores lo hacen en forma cotidiana lo cual termina dañando irreversiblemente la carpeta asfáltica que a estas alturas necesita cirugía mayor.

Así estaban las cosas cuando decidí emprender la aventura de llegar por la ribera norte al punto donde el gran río se entrega a la mar.

Justamente, frente a Petrox, mi citroneta 2cv modelo 1962 armada en Arica iba esquivando baches a la izquierda, al centro y a la derecha. Los dos caballos de fuerza del noble motor tenían buena memoria y podía confiar en ellos. Quienes no eran dignos de ninguna confianza eran los baches. Baches dinámicos podríamos llamarlos. Ellos variaban constantemente. Podía aparecer uno nuevo o dos podían unirse formando uno mucho mayor, fenómeno que podía ocurrir también con más de dos, dando origen a verdaderos cráteres instantáneos. Los valientes corceles hacían su máximo esfuerzo y rugían como pumas.

Así estaban las cosas, cuando apareció aquel vacío inaudito que ocupaba todo lo ancho del camino y que parecía no tener fondo. Esquivarlo no podía, frenar tampoco. Opté por apretar bien los ojos y saltar hacia la eternidad.

Ahora vivo en una minúscula casita que parece un pequeño templo con un garaje donde está aparcada una réplica a escala de mi querida citrola, he escuchado que se refieren a mí o a mi hogar como “la animita”, al principio me molestaba escuchar eso, con el tiempo me he acostumbrado. Está ubicada frente a Petrox a la orilla del camino que por fin han reparado y que alguien muy ingenuo lo ha atribuido a mi intervención. Eso ha hecho que enciendan cantidad de velas delante de mi domicilio, lo cual me parece peligroso.

Así estaban las cosas, cuando llegaron los vecinos de Lenga a pedirme que interceda para que arreglen su camino y yo no sé si esperan que hable con la alcaldesa, con el gerente o con cuál de los ministros.       Juan X

21.3.23

Un juego terrorífico

 

Hace viento y está oscuro.

El cielo amenaza lluvia y las hojas de los árboles se remueven desesperadas, como queriendo huir del paisaje tenebroso y fantasmal que parece advertir que nuestro juego es inconveniente y peligroso.

Juana me ha desafiado a hacer lo que su imaginación, un tanto desquiciada, considera un acto de atrevimiento y aventura.

Ahora estamos los dos a la entrada del cementerio de nuestro pueblo y faltan cinco minutos para la medianoche.

El juego consiste en que uno debe caminar hasta el centro del camposanto y permanecer ahí por lo menos hasta que el otro cuente hasta 30.

Lo grave es que he sido yo el que ha resultado perdedor cuando echamos a suerte quién debiera ir primero.

Avanzo lentamente, mirando las copas de los árboles que oscurecen cada vez más la senda borrosa.

Paso a paso avanzo y observo a los costados las tumbas abrazadas por las sombras.

Juana permanece fuera, asegurándose que no me escabulla por uno de los recodos retorcidos del camino.

Comienza a llover y el cielo es un techo de nubes bajando precipitadamente para devorar la tierra.

Siento frío y miedo. Doy otro paso.

Una ráfaga de viento y agua me da en la cara, doy un brinco y la piel se me eriza.

No quiero mirar atrás, sólo avanzo.

Estoy en el centro del cementerio, es un círculo de piedras y alrededor tumbas y nichos y dos o tres mausoleos de los ricos del pueblo.

De pronto una luz estalla al frente. Es un relámpago surgido de entre las tumbas. Tiemblo.

Giro rápidamente y pretendo volver sobre mis pasos. Pero estoy atornillado al suelo. Grito con desesperación: ¡Juana! ¡Juana!

Por toda respuesta una nueva ráfaga de viento, lluvia y frío me estremece. Logro avanzar, el viento me impide hacerlo con prontitud.

Siento lágrimas en el rostro.

Resbalo sobre las piedras mojadas. Tengo la ropa empapada  y siento los pies húmedos.

Estoy a pasos de la entrada. Alcanzaré la salida, estiro los brazos queriendo alcanzar de una vez la salida del cementerio. Falta sólo un par de pasos…

Es cuando siento el grito de mi mujer despertándome, porque he tenido una pesadilla.

Ella me grita: ¡Despierta Ramón, estás soñando, despierta!

Me mira fijamente con los ojos desorbitados, pálida, el pelo desgreñado, sucia. Estamos en una plaza pública, al descampado, tapados con diarios, somos habitantes indeseados, ciudadanos marginados o, como ahora se dice: personas en situación de calle.

Entonces abrazo a la Juana y lloro desconsoladamente.

Renard X