El lenguaje de la agresión y la arrogancia
No sé si usted lo habrá
notado, pero en el anuncio que hizo después del 11-S el presidente
Piñera no solo cambió el tono, es decir trató de hablar golpeado, aunque
debemos reconocer, entre nosotros, que no le sale, sino que también
cambió el lenguaje. Y eso me preocupó incluso más que el contenido mismo
del anuncio que se limitaba a poner suma urgencia al proyecto de Ley
que aumenta las penas a los manifestantes que golpeen a los carabineros,
aunque debo reconocer que eso también es preocupante.
El cambio principal que capté fue un cambio en el lenguaje. Aparecieron con fuerza las palabras batalla, lucha, violentistas, encapuchados, implacable, castigar y expresiones duras como “no va a haber cuartel”
vi como daba una vuelta más la tuerca del lenguaje de la agresión y la
arrogancia que hemos estado escuchando desde principios de año cuando se
movilizaron masivamente los magallánicos. Contra ellos se invocó la Ley
de Seguridad Interior del Estado que permitiría apresar a los
dirigentes del movimiento. Sin embargo, la fuerza social movilizada fue
tan grande que todo quedó en amenaza. Ahora quieren modificar la Ley
para descargar penas más duras contra quienes enfrenten a la fuerza
policial que reprime y agrede sin compasión.
Ryszard
Kapuscinky, uno de los grandes reporteros del siglo XX, quien mucho
sabía de guerras, revoluciones y golpes militares dice que “La guerra no
empieza nunca con el primer tiro. La guerra empieza con el cambio en el
lenguaje. La Segunda Guerra Mundial no empezó con el ataque a Polonia.
Empezó con el lenguaje. Lo mismo ocurrió en Los Balcanes.”
Entonces,
la primera batalla ya estaría librándose en nuestro campo, el de los
medios de comunicación. Pongamos atención a la próxima vuelta de tuerca,
podrían aparecer otras palabras como enemigos, aplastar, aniquilar
y todo el lamentable diccionario de Pinochet. Lo que puede venir
después algunos ya lo vivimos.
Concepción, Septiembre 2011, Juan Schilling
La gran prensa estadounidense y algunas agencias internacionales de noticias manipulan diariamente la información que nos engullimos sin siquiera masticar, ya que los periódicos de nuestro país generalmente se limitan a reproducirla casi sin variaciones.
Esto podría quedar en una simple declaración de tipo ideológico, si , si de vez en cuando, los mismos porfiados hechos no se encargaran de poner en evidencia la falsedad de ciertas profecías divulgadas como acontecimientos a punto de ocurrir. Con motivo de la visita a Chile del Secretario Adjunto para Asuntos Interamericanos, Langhorne Motley se dio este caso.
The New York Times, el 16 de febrero, anuncia que Motley visitará Santiago, “para exigirle al presidente Augusto Pinochet y a los líderes de la oposición que busquen la forma de avanzar hacia las elecciones”.
El 21 de febrero, al concluir su visita, Motley declara, según el mismo periódico:”no deben esperar cambios drámáticos en la política estadounidense hacia Chile”. El 25 de febrero, The New York Times editorializa así: “La administración Reagan se resignó a cuatro años más de dictadura en Chile”.
¿Qué ocurrió entonces con la primera información?
Ese es el punto sobre el cual deseamos reflexionar. Lo que sabemos con certeza es que la fuente a la que se le atribuye esa información se oculta bajo la imprecisa expresión “la administración Reagan”.
Hemos utilizado para ejemplificar a The New York Times, pero exactamente lo mismo ocurre con algunas grandes agencias de noticias. En ambos casos, la información desmentida por los hechos señala fuentes imprecisas como “un alto funcionario del Departamento de Estado el cual pidió no ser identificado”.
Según nuestra explicación, todo este manejo de la información coincide con los intereses del gobierno estadounidense que, por alguna razón, no quiso dar a conocer con anterioridad, la verdadera naturaleza de la visita de Motley.
Un razonamiento elemental haría dudar a cualquiera, de la primera información: Reagan gasta millones procurando conseguir que los sandinistas le digan tío, mientras Pinochet le pide la bendición gratis.
Juan Schilling
La manipulada visita de Motley a Chile
La gran prensa estadounidense y algunas agencias internacionales de noticias manipulan diariamente la información que nos engullimos sin siquiera masticar, ya que los periódicos de nuestro país generalmente se limitan a reproducirla casi sin variaciones.
Esto podría quedar en una simple declaración de tipo ideológico, si , si de vez en cuando, los mismos porfiados hechos no se encargaran de poner en evidencia la falsedad de ciertas profecías divulgadas como acontecimientos a punto de ocurrir. Con motivo de la visita a Chile del Secretario Adjunto para Asuntos Interamericanos, Langhorne Motley se dio este caso.
The New York Times, el 16 de febrero, anuncia que Motley visitará Santiago, “para exigirle al presidente Augusto Pinochet y a los líderes de la oposición que busquen la forma de avanzar hacia las elecciones”.
El 21 de febrero, al concluir su visita, Motley declara, según el mismo periódico:”no deben esperar cambios drámáticos en la política estadounidense hacia Chile”. El 25 de febrero, The New York Times editorializa así: “La administración Reagan se resignó a cuatro años más de dictadura en Chile”.
¿Qué ocurrió entonces con la primera información?
Ese es el punto sobre el cual deseamos reflexionar. Lo que sabemos con certeza es que la fuente a la que se le atribuye esa información se oculta bajo la imprecisa expresión “la administración Reagan”.
Hemos utilizado para ejemplificar a The New York Times, pero exactamente lo mismo ocurre con algunas grandes agencias de noticias. En ambos casos, la información desmentida por los hechos señala fuentes imprecisas como “un alto funcionario del Departamento de Estado el cual pidió no ser identificado”.
Según nuestra explicación, todo este manejo de la información coincide con los intereses del gobierno estadounidense que, por alguna razón, no quiso dar a conocer con anterioridad, la verdadera naturaleza de la visita de Motley.
Un razonamiento elemental haría dudar a cualquiera, de la primera información: Reagan gasta millones procurando conseguir que los sandinistas le digan tío, mientras Pinochet le pide la bendición gratis.
Juan Schilling
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