El banco central de esta historia se encuentra aislado, en una manzana propia que solo comparte con algunas estatuas y un par de estructuras decorativas, rodeado por cuatro calles y sin contacto físico con ninguna otra edificación. Eso da muchas ventajas desde el punto de vista de la seguridad, pues nadie podrá derribar una pared para entrar desde el edificio colindante, como se ve en algunas películas de acción muy taquilleras y donde utilizan métodos muy novedosos para romper las paredes, abrir bóvedas, dinamitar portones y muchos etcéteras que siempre disfruté, sobre todo cuando mi imaginación era joven.
Como todos los bancos centrales, el de esta historia tiene a su cargo la impresión y distribución del papel moneda, ese que, antes de las tarjetas de plástico, servía para comprar y vender camiones, casas, comida y todas las cosas que necesitamos. Y con la distribución de papel moneda nuevo viene otra tarea muy incómoda y sucia, que es retirar de circulación los billetes viejos, arrugados, desteñidos y rotos, a esos que les pintaron bigotes y anteojos a los próceres y les pelaron las tetas a las estatuas que traen dibujadas.