Dedicado a Marta Quezada
La luna se pondrá roja antes de apagarse totalmente y
permitirá a las estrellas volver a brillar en todo su esplendor, esas mismas
que cada noche parece que se van a caer sobre los cerros que nos rodean. La radio
está anunciando hace días el eclipse total de luna de la noche del martes 12 y
la madrugada del miércoles 13, por suerte no es martes 13 porque hubieran
inventado obscuros vaticinios en los que no creo, pero que asustan igual.
Juan piensa que los eclipses de luna son mucho mejores que
los de sol, porque son más largos y no es peligroso para la vista el
observarlos, el es médico y seguramente tiene razón en eso. Mi mamá, en cambio,
dice que puede ser peligroso para la guagua que está por nacer, Juan se ríe y
no dice nada, para no contradecirla (es mejor no meterse con la suegra). Esmeraldita aún no piensa nada porque
tiene un año y medio y –tocándose la guatita– éste menos.
Por fin va a pasar algo entretenido, lo que me alegra mucho.
Ya es Abril y hace más de un mes que se han ido los últimos visitantes del
verano. Da trabajo alimentar a la tropa de sobrinos que llegan a pasar sus
vacaciones, pero nos alegran tanto con sus locuras y nos mantienen
tremendamente ocupados. No me importa que me roben los cigarrillos, seguramente
son las chiquillas, pero mejor me quedo callada, porque yo hacía lo mismo con
mi hermano Jorge. También llegan amigos de nuestra generación tan buenos para
conversar, fumar, tomarse un traguito o varios, escuchar música, a veces hasta
bailamos y las revolvemos.
El otoño da sus primeros pasos y me pongo melancólica, el
embarazo también contribuye a que esté más sensible, lo bueno es que me han
recomendado caminar y el campo está lindo, yo me voy por el camino pisando
hojas amarillas, mientras mi mamá cuida a la niña. Luego vendrá el silencio que
durará largos meses, la lluvia y el barro impedirán mis paseos.
Voy a pedirle a la cocinera que prepare algo especial y que
lo sirva un poco más tarde, mi marido sugiere un pavo asado, es lo que siempre
pide para su santo, le daré en el gusto porque faltan más de 2 meses para San
Juan. Invitaremos a los Miret nuestros vecinos más cercanos que viven a medio
kilómetro de aquí, para estar más animados porque los cuatro: mi mamá, Juan, la
niña y yo no seríamos capaces de prolongar la velada hasta pasadas las diez
cuando empieza el espectáculo y la luna se va a ir poniendo anaranjada y roja
antes de obscurecerse totalmente. Tanto lo han comentado en la radio que ya me
lo imagino clarito. Alguna vez vimos un eclipse en Santiago, pero parece que no
le dimos mucha importancia y no me acuerdo muy bien. Con la hora estoy algo
confundida, porque la anuncian con precisión para Santiago y para Talca, pero
no dicen nada sobre la Estación de Perquin, ni tampoco sobre el Sanatorio de
Los Maitenes, donde vivimos desde hace más de un año.
A última hora invitamos también a la señorita Ana, la
solterona que cuida los cuyes y hace los exámenes a los enfermos de
tuberculosis, no somos muy amigas, pero me da pena que esté sola. Los vecinos
vienen con los niños, seremos seis adultos y cuatro niños, porque éste que
tengo en la barriga (esa es palabra de mi mamá) todavía no cuenta, tiene 14 o
15 semanas como máximo, aunque ya sé que es un niño por la acidez que me da a
cada rato y porque la guatita, aunque pequeña aún, está como en punta, ni
parecida a como la tuve cuando esperaba a Esmeraldita.
Los Miret llegaron tempranito y trajeron una torta que hizo Delia, la cubrió con confitura de naranja y realmente parece una luna llena
más o menos del color que se supone que mostrará dentro de poco. En todo caso,
aún no aparece en el cielo la protagonista del evento, pero al menos no hay
nubes que puedan molestar, la tibia luz de las estrellas hace que la noche sea
luminosa, aún sin la presencia lunar. Me pone un poco nerviosa que con todos
los preparativos no aparezca la desgraciada y nos deje con los crespos hechos.
Pero, no, nada puede arruinar esa cena, con luna o sin luna, con eclipse o sin
eclipse, lo vamos a pasar bien igual. Lo único que sería grave es que se nos
quemara el pavo, pero ya lo sacamos del horno y está listo para meterle
cuchillo y servirlo.
Llegó también la señorita Ana y trajo dos botellas de pisco
sour, recién preparado por ella misma, confirmando los rumores de que es buena
p´al trago. El pisco sour se incorporó al aperitivo y parece que estaba
riquísimo porque le dieron el bajo tan rápido que yo no alcance a probarlo
siquiera, pero mejor porque dicen que a la guagua no le conviene que la mamá
tome cosas con alcohol, le puede hacer mal, sobre todo si es un licor fuerte.
Juan puso a sonar los pocos discos de acetato que tenemos,
pero yo confío más en que el pisco sour de la señorita Ana y el vino que lo
siguió nos haga cantar a todos que ya estamos alegres antes de servir la cena.
De los discos pasamos a la radio que hablaba del eclipse y
contaba la historia anticipadamente. Todas las conversaciones eran sobre el
mismo tema.
–Yo creo que Martita no debiera mirar el eclipse, porque
dicen que si ella se toca una parte de su cuerpo, la guagua nacerá con una
mancha en ese lugar– dijo mi mamá en un momento en que las conversaciones y las
risas habían disminuido y todos la escucharon clarito.
Delia, dijo que su cuñada tenía una mancha de esas, en su
mejilla derecha, apoyando la sugerencia de mi madre.
Y como si se hubieran puesto de acuerdo, apareció la Rosa
con el pavo y dijo que su hermana también tenía una mancha medio roja en su
brazo y que su mamá le echaba la culpa a un eclipse que hubo cuando estaba
embarazada.
–¿Qué piensas tu Juan? ¿Será peligroso que mire la luna
durante el eclipse? – Pregunté sabiendo lo que pensaba mi marido y la autoridad
que le daba el hecho de ser médico.
–Yo respeto mucho las creencias populares, ustedes saben que
recurrí a la curandera de Corralones, para que me enseñara a
quebrar el empacho, pero en este tema parece que se equivocan. No existe
ninguna relación entre una cosa y la otra– dijo categóricamente, Juan
contradiciendo a su suegra y a las otras mujeres.
El marido de Delia le dio inmediatamente la razón a Juan,
quizás por solidaridad de género, puesto que eran los únicos hombres de la
reunión.
Bueno, no se preocupen ustedes, que yo ya soy grandecita,
tengo más de 21 años una hija y un pedacito de hijo y yo voy resolver si veo o
no el eclipse, acuérdense de que las mujeres en Chile desde enero de este año
ya podemos votar en la elección presidencial.
Y para que esto fuera la última palabra sobre este asunto
traté de cambiarles el tema. Les llamé la atención sobre lo extraño que era que
aún no hubiera aparecido la luna y ya faltaba poco para que se iniciara el fenómeno.
Esto, no tranquilizó el ambiente, pero desplazó el motivo de preocupación. La
única explicación posible era que los cerros estuvieran tapando la luna.
El pavo estaba exquisito acompañado de papas con mayonesa y
ensalada de apio, como entrada había servido un consomé con huevo y la torta
estaba deliciosa, acompañada de un café de grano de verdad que me habían traído
de regalo unos amigos que estuvieron en el verano. Pero de la luna nada.
Salieron algunos a buscar la luna a una pequeña terraza que
servía de lugar de juego para los niños, desde donde se podía observar todos
los cerros. Ese era el momento en que tenía que decidir si saldría o no
saldría, si correría el riesgo de una mancha en la piel de mi hijo. Pero ya
había insinuado que saldría y no me iba a echar atrás, sin embargo tenía mis
dudas.
Podría estar detrás del cerro de la Cruz que era el más alto
del pequeño valle donde estaba el sanatorio y que debía su nombre a la Cruz que
había mandado colocar ahí el Doctor Herrera, después de haber dado muerte a
balazos a un bandido que quiso asaltarlo con un hacha. Esa historia había
estremecido a los habitantes del sector y por poco no cierran el Sanatorio.
Aunque claramente el doctor actuó en defensa propia, se sintió muy abatido,
hizo colocar la Cruz y cada año mandaba a hacer una misa, además renunció a su
cargo de Director del Sanatorio y Juan llegó a reemplazarlo. Indirectamente eso
había llevado a nuestra familia a instalarse allí en plena pre-cordillera donde
se suponía que el aire era mejor para los tuberculosos, aunque en el fondo se
trataba de aislarlos para que no contagiaran a sus familiares y a quienes los
rodeaban.
– Parece que viene por detrás del cerro de la Cruz, porque
ahí se ve más claro – dijo Juan que estaba bastante ansioso de ver la luna.
Sin pensarlo más, salí también a la terraza, pero llevando
mi mano derecha cerrada y apoyándola allí donde la espalda cambia de nombre.
Salí justo a tiempo para unirme al coro que exclamaba un interminable ¡Ooohhh! Al
ver como aparecía una luna inmensa justo por detrás de esa cruz que se
levantaba en la pequeña meseta de la cima. Nunca habíamos visto una luna tan
grande y ya de un color rojizo intenso, lo que me atemorizó y hasta me arrepentí de
haber salido, pero ya me la había jugado y dejaría mi mano en ese lugar durante
todo el tiempo que estuve afuera.
La luna que se había tardado tanto en aparecer ahora parecía inmóvil como si se hubiera enredado en la Cruz y no pudiera seguir ascendiendo en el cielo, todos la mirábamos como hipnotizados y la descomunal luna seguía ahí, nosotros sin quererlo aguantábamos la respiración, sabíamos que estábamos observando algo anormal, extraño, increíble, pero no queríamos aceptarlo, sentíamos temor, pero no queríamos que se echara a perder la fiesta con cosas raras, sin embargo no pudimos evitar el acercarnos a los demás haciendo que el grupo fuera más compacto, parecía una forma de protegernos mutuamente de lo que no podíamos comprender y que no queríamos admitir. nadie decía ni pío, pero empezamos a mirarnos en silencio y con los ojos muy abiertos, mi mamá estaba a punto de llorar cuando se rompió la magia y la luna ascendió rápidamente dejando abajo la Cruz y su embrujo. No hubo ningún comentario. Todo siguió super normal
Delia se fijó en lo que había hecho todo el rato con mi mano y lo encontró genial, ella
siempre me apoyaba, solidaridad de género también. –Si el niño sale con una
mancha ahí, no va a enterarse mucha gente–, dijo con sabiduría y buen humor. Y
empezó a contarle a todo el mundo, lo que a mí me dio un poco de vergüenza,
por lo cual me serví otro pedazo de torta, para tener la boca llena y no tener que dar
explicaciones a nadie.
En Septiembre nos fuimos a San Fernando donde tuve la
guagua. Efectivamente fue un niño y me lo anunció la matrona, antes de entregármelo
envuelto en una sábana. Lo recibí con un beso, retiré la sabanita y lo examiné…
Allí en su glúteo derecho había una pequeña marca de color rosado con la forma
de una luna nueva.