Hoy hice la cimarra, claro que no estoy seguro de si
califica como tal, no asistir al Taller de Crónica con Earle Herrera y sobre
todo si ya tienes 39 añitos, pero ustedes entienden: no fui a clases a pesar de
que es uno de mis géneros favoritos y el profe es el mejor cronista de Venezuela.
Allá lejos, en mi país el dictador cumple con un rito
democrático que le impone su propia constitución. Esta situación nos ha hecho
pasar por todos los estados de ánimo imaginables desde que "es imposible
que pierda" hasta "cómo sabes si pasa algo" contrarrestado por
el escepticismo del "si pierde da un autogolpe y listo". Yo hace
tiempo había dejado de tomar caldo de cabeza y sin pasarme rollos me había
dedicado a estudiar, trabajar, ser esposo y padre, con todo eso por hacer cada
día me había alejado de los chilenos que vivían dedicados a hablar de Chile
reuniéndose con mucha frecuencia y sin ningún resultado. Un par de días antes había recibido una carta de mi padre me hablaba con más soltura que de costumbre, sin poner tanto cuidado en lo que decía. Esta vez no era necesario leer entre líneas, me contaba sin miedo y con cierto orgullo que mi hermano estaba de apoderado del "NO" y que el mismo −mi papá− lo hubiera hecho si mi mamá no lo cuidara tanto y nombraba a otros
amigos radicales y viejos como él que también se habían anotado para cuidar los
votos del "NO". Me decía también que si no respetaban el resultado sería
peor para los milicos.
Por eso, hoy no voy a clases, aunque el taller es
obligatorio porque tiene nota, pero como nunca falto le diré la firme al
profe y le pediré que me dé oportunidad de recuperarlo. Iré con mi compañera y mi hija
venezolana que recién ha entrado a la escuela a reunirme con los chilenos que
han arrendado en el corazón de Caracas, un salón en Parque Central para vivir con ellos la guerra de los
números entre el "SÍ" y el "NO". Es lo menos que puedo
hacer, darme permiso para soñar, volver a juntar mi rebeldía y abandonar la
retaguardia.
La cosa está admirablemente bien organizada, el salón es
amplio, cómodo y alfombrado lo que nos permite dejar a los niños que se desparramen por el suelo, jueguen y se desentiendan de nosotros y nosotros de ellos lo que es
excelente cuando nos preparamos a pasar algunas horas en este lugar.
En el escenario hay 2 pizarras colocadas una en cada extremo,
una para el Comando del "NO" y la otra para la información del
gobierno y al centro un micrófono en el que se turnan unos nerviosos locutores.
La comunicación con el Comando del "NO" esta garantizada, se dice que
hay 2 centrales de cómputos paralelos del "NO", una pública y otra
secreta para que la información no se pierda si la central pública es atacada y
destruida. No sé si creer tanta maravilla, pero la mayoría la cree y es tan
lindo que no importa.
Mientras chascarreamos las pizarras van mostrando
información que es explicada por locutores que se las dan de analistas. La pizarra
del Comando del "NO" muestra desde el primer minuto que el "NO"
va ganando, por un margen importante, pero no exagerado. La pizarra del
gobierno se mueve con mucha lentitud, los datos que entrega son favorables al "SÍ",
pero sobre un universo insignificante.
Cerca de las once de la noche los niños ya se han dormido,
la pizarra del "NO" supera el noventa por ciento de los votos
escrutados y se mantiene el triunfo del "NO" lo que nos da una
alegría inimaginable, algunos lloran otros reímos como locos. Pero el cómputo oficial no crece, se empantana en el
trece por ciento y da por ganador al "SÍ" por estrecho margen. Eso
puede significar solo una cosa que los analistas no se atreven a decir: el gobierno
no quiere reconocer los resultados.
Con esa angustia estamos cuando un locutor con mucha cara
de circunstancia y pidiéndonos disculpas nos comunica que debemos abandonar
el salón porque está arrendado hasta las 12 de la noche y ni un minuto más
porque mañana es jueves y hay que trabajar temprano. Protestamos que no podía
ser, que nos dejaran otra horita más que podíamos hacer una vaca para pagarle
al auxiliar, que podíamos hacer el aseo para que no tuviera problemas, pero el
señor es implacable, llama a seguridad, a la PTJ y no sé a quien más y tenemos
que desalojar la sala antes de que llegue la Guardia Nacional que es cosa
seria.
Así nos vamos a dormir hoy: sin saber quién ha ganado el
Plebiscito.
Mañana le entrego este texto al profe y listo, creo que puede pasar como crónica, aunque en eso de los géneros periodísticos nunca se sabe.
Juan Schilling