Por fin apareció mi visitante, mucho más joven que yo, pero de edad
madura diré para no comprometerme con cifras que siempre terminan traicionándolo
a uno, reconocí inmediatamente al señor Pan, a pesar que usaba barbijo. Pan,
sin llegar a ser obeso, tenía un físico grueso, en el cual se notaba la lucha
constante entre el gimnasio y los pataches. Lo saludé en forma correcta, pero
guardando cierta distancia, él por el contrario lo hizo con una familiaridad
que nos convertía en viejos y queridos amigos a los ojos de las enfermeras y
cuidadoras que nos observaban desde lejos.
Me pareció curioso que él trajera puesto un barbijo, igual al que
usábamos todos en la casa de reposo, ignoraba que esa moda hubiera alcanzado
también a la calle, en realidad, qué poco sabía de lo que pasaba afuera. Las
enfermeras siempre soslayaban el tema cuando les hacía una pregunta directa.
―Sabe Capitán, no tenemos mucho tiempo ―dijo hablándome con mucho
respeto, no me tuteaba ni nada y ni siquiera se había sentado. Yo me senté para
que se diera cuenta que era lo mejor que podía hacer y con un vago gesto de mi
prótesis lo alenté a que hiciera lo mismo.
―Señor Pan, en eso usted se equivoca, desde esa
puerta hacia acá el tiempo lo derrochamos: jugamos a las cartas, a las damas,
al ajedrez o nos contamos las mismas historias una y otra vez. Pero en algo
tiene razón, aquí hay una marcada tendencia a fallecer, dos de mis amigos con
los que planeaba fugarme, se han ido con los pies por delante, en ese sentido
tiene usted toda la razón, parece que nos queda poco tiempo, así que cuénteme el
asunto que lo trae por aquí.
―Quiero proponerle que trabaje conmigo, en algo
de mucha responsabilidad…― Le interrumpí bruscamente, aunque sin querer
ser grosero. ―Yo no quiero trabajar más, esa época ya pasó para mí. Porqué no le
ofreces eso a uno de tus amigotes, esos Niños Perdidos con los que te
enfrentaste conmigo.
―Capitán, esos muchachos no han madurado, apenas
se han convertido en adolescentes bastante insoportables. Debe ser porque se quedaron mucho tiempo en
Neverland. ―Y usando su voz más convincente agregó―Sé muy bien
que hemos sido antagonistas en otro tiempo y por lo mismo he llegado a
respetarlo. Créame que lo necesito
urgente.
En el fondo me gustaba la idea de salir de aquí, sobre todo ahora que
mis planes de fuga se habían ido al carajo porque a mis socios se les ocurrió
estirar la pata, a los dos juntos más encima, y me habían dejado solo, como
cuando recién llegué a este lugar, así que terminé aceptando trabajar en la
empresa naviera que había montado el señor Pan. Mi puesto era Encargado de
Seguridad, cargo que ejercería en forma secreta. Nadie debía enterarse de que
yo trabajaba en Pan Neverland Lines.
El señor Pan me dejó instalado en un velero anclado en el Río Misterioso,
el cual sería mi casa y que estaba perfectamente abastecido para una travesía
de meses. Tenía incluso una biblioteca con los grandes clásicos acerca de mi
noble oficio.
―El velero se llama Walrus y no tiene las velas
negras, como el de Flint ―dije para reclamar por algo, en lugar de dar
las gracias.
―Y usted se llama James Hook y no tiene los
bucles negros como cuando lo conocí, ―respondió Pan, a quien no le había agradado el
reclamo.
Mis instrucciones las recibiría de mi tocayo el señor James, quien parecía ser
el chofer del señor Pan, pero que seguramente era mucho más que eso. Al
marcharse, dejo caer algo que me dejó pensando toda la noche.
―Me alegra que haya aceptado mi propuesta, en
caso contrario hubiera salido con los pies por delante, tal como sus compinches,
―y se rió por primera vez con esa risa de niño
que yo recordaba perfectamente.
La extraña pesca
Añoraba la Casa de Reposo con sus comidas calientes y a la
hora, las enfermeras buenamozas que me tomaban la temperatura y hacían otros
ejercicios no tan inocuos, como meterme por la nariz un palito de plástico con
un algodón en la punta tratando de llegar hasta el cerebro, presumiblemente
para arrancar un pedacito de materia gris con fines de estudio, pero al no
conseguir su objetivo lo retiraban, lo guardaban cuidadosamente en un tubo, lo
tapaban, lo etiquetaban y se lo llevaban al Doctor Geriat que al parecer
coleccionaba mocos.
Pero después de todo, se estaba bien en el Walrus. Me
levantaba cuando despertaba, comía cuando tenía hambre, no tenía reloj ni mucho
menos un despertador, no había un solo tic-tac en mis oídos, solo el rumor del
río que se fundía con el del mar que resonaría por siempre en mi cabeza.
Dejé de usar la mascarilla, total no había nadie a quien
contagiar ni que me contagiara, pero ya me estaba cansando de comer atún en
tarro y decidí salir a probar los aparejos de pesca deportiva que había en mi
velero, el problema era que debía hacerlo al amanecer, pero a esa hora casi
siempre estaba dormido. Después de mucho pensar, la solución se me presentó de
repente, era tan fácil no sé cómo no se me había ocurrido antes, solo tenía que
quedarme toda la noche sin dormir y esperar tranquilamente el amanecer que con
seguridad llegaría.
Para no dormirme, me abrigué bien y me quedé en la cubierta
tendido mirando las estrellas, vi a Orión mi constelación favorita, solo que
tenía algo raro, el gigante Orión estaba de cabeza y eso sólo podía significar
una cosa: en algún momento que no recordaba había cruzado el Ecuador hacia los Mares del Sur. Me quedé pegado tratando de recordar, ensimismado hasta que vi una
estrella que se movía lentamente, no, no era una estrella fugaz, era solo una
estrella que quería recorrer lentamente el firmamento como si fuera paseando.
No había bebido ron, ni siquiera una cerveza, solo era el mundo que había
cambiado en algunos detalles nada más, mientras estuve en la Casa de Reposo… y
pensando en eso me dormí.
El sol en la cara me despertó, me sentía trasnochado y
decepcionado, pero decidí salir a pescar de todas formas, aunque el alba ya
había quedado atrás. El río era más ancho de lo que creía y no podía ser el
Misterioso como había supuesto. Orión invertido me había dicho claramente que estaba
en el Sur, recordé también las estrellas caminantes y no les encontré ninguna
explicación. Ese era un día de pesca y en eso me iba a concentrar. Bajé las
velas, tiré el ancla en un lugar que me pareció prometedor, pesqué cinco bolsas
plásticas y una trucha flaca que igual salvó el día y me permitió cambiar la
tortilla de atún con arroz por trucha al sartén con arroz. Las bolsas plásticas
las guardé para botar la basura.
Al día siguiente volví a salir sin preocuparme del alba, ni
de la hora que fuera, total era más entretenido que tener el velero anclado a
la orilla donde no pasaba nada. El resultado: dos bolsas y dos truchas flacas,
estaba progresando en el manejo de la caña.
De día salía a pescar con frecuencia. En la noche me
levantaba y miraba a Orión para convencerme una vez más que el cazador
estaba de cabeza, luego me quedaba mirando un rato hasta que veía unas
estrellas caminantes que eran tan normales como esas grandes estrellas fijas a
las que les sabía su nombre y que más de una vez me sirvieron de guía en alguna
arriesgada travesía.
Estaba en un remanso que visitaba por primera vez, cuando al querer recoger la
línea la sentí pesada, mucho más pesada que cuando pescaba bolsas plásticas,
creí que el terrible se había enganchado en algún tronco en el fondo y que lo
perdería como ya había perdido varios anzuelos y cucharas, pero solo tenía un
terrible y ese era mi aparejo favorito, medía unos cinco centímetros, se movía como un pez y estaba dotado de tres arañas con tres anzuelos cada una, se merecía plenamente el nombre de terrible y no quería perderlo. Intenté soltarlo de mil
maneras, hasta que empezó a moverse lentamente hacia el Walrus donde
lo esperaba con mi red de mano preparada para levantar a los grandes peces. No era un
pez lo que pesqué, ni tampoco una bolsa plástica era un paquete cuidadosamente
forrado en plástico y una pelota plástica que cumplía la función de flotador,
lo arrojé sobre la cubierta, sin interesarme demasiado, regresé sin pescado
fresco y tuve que volver a las sardinas en conserva que tenía. Me fui a acostar
sin acordarme de la extraña pesca del día.
Al día siguiente me desperté tarde y con mucha pereza, con
gran esfuerzo subí a la cubierta y vi la bolsa, estaba justo al lado del puñal
con que practicaba lanzamientos contra el grueso mástil, lo arranqué de un
tirón y me puse a desarmar el intrincado bulto. La bolsa estaba llena de un
polvo blanco que no conocía, pero que parecía importante por todas las
molestias que se habían tomado para empaquetarla y garantizar que flotara sin
permitir que el agua llegara a humedecer siquiera el polvo blanquecino. Lo
toqué para ver si el tacto me decía algo, lo olí y hasta probé un poquito y
ningún recuerdo vino a mi mente, salvo algo que no veía hace mucho, mucho
tiempo. Sí en algo se parecía al polvo de hadas con que los niños solían volar
allá en Neverland.
No sé si fue ese recuerdo o qué, pero me sentí alegre y
activo, navegué más que de costumbre y me encontré frente a frente con el Limarí,
uno de los barcos de la naviera Pan Neverland Lines, de la que se suponía yo
era jefe de seguridad. La pesca estuvo buena, el sol brilló en el cielo y tuve
la sensación de tener varios años menos. Debe ser efecto de ese polvo mágico
que pesqué, quizás sirva para echárselo al café.
Después de la cena al tomar el café pensé en agregarle unas
cucharaditas del polvo mágico, pero no me atreví, nunca me fié de las hadas que
eran unos seres bastante complicados. Tenía que hablar con el señor Pan sobre
este asunto, él seguramente sabría mucho más.
Un alboroto de gritos, risas y golpes me despertó temprano.
Era algo extraño para mí, hacía días que no veía a nadie y ahora de pronto
había una tropa de hombres abordando mi velero. Me vestí apurado recogí la
mascarilla que estaba botada junto a los calcetines, me la puse y emergí a
cubierta. Tres jóvenes retiraban las velas de tela cruda del Walrus.
―Hola Capitán, ―gritó innecesariamente fuerte, uno de ellos―
somos de la empresa del señor Pan y vinimos a cambiar sus velas.
Vi los rollos de color negro que aún estaban empacados y comprendí
enseguida que el señor Pan quería enmendar su error: un velero que se llamara
Walrus debía tener sus velas negras como el bergantín del Capitán Flint.
―Hagan bien su trabajo y después bajan a tomarse un café
conmigo.
Las velas negras eran de lujo, mi Walrus lucía hermosísimo
esa mañana soleada. Sentía deseos de partir en ese mismo instante a pasear por
el río majestuoso, pero les había invitado a beber un café y no los iba a
decepcionar, ya habría tiempo para pasear y hasta para pescar.
La conversación con los muchachos resultó muy instructiva
para mí. Así supe que el río se llamaba Maule o Río de Lluvia y la ciudad era Nueva
Constitución, la habían construido a prueba de tsunamis y de incendios
forestales, pero a pesar de tener un moderno hospital no era inmune a las
pandemias. La ciudad de Constitución o la ciudad vieja como ahora le decían,
está aguas abajo muy cerca de la desembocadura, muy cerca del mar. Pronto
tendría que conocerla.
Antes de que se fueran, les pedí que dibujaran un mapa
para llegar hasta las oficinas de PNL, lo cual hicieron sin problema, aunque se
reían muchísimo. Como eso me molestó y exigí una aclaración, me mostraron un
edificio de grandes ventanales que estaba a un par de cuadras del atracadero de
mí velero. El edificio tenía su letrero apuntando hacia el centro de la ciudad,
de lo contrario yo mismo podría haber leído Pan Neverland Line. Los chicos tenían sentido del
humor y habían dibujado el mapa que les pedí, aunque era completamente
innecesario. Lo guardé con cuidado, siempre he amado los mapas.
Velas nuevas, vida nueva El resto
del día lo dediqué a probar el velamen nuevo que además de hermoso, me permitía
navegar mucho más rápido. Sin pensarlo había ido aguas abajo, pasé bajo un
puente, bastante alto y moderno y empecé a ver la vieja ciudad de Constitución,
un balneario que había conocido tiempos mejores antes de ser arrasado por un
tsunamí devastador y consumido luego por un mega-incendio forestal que había
borrado la fábrica de celulosa que motivaba las gigantescas plantaciones de
pino que la rodeaban, Divisé la barra que se formaba en la desembocadura y giré
en redondo. Una barra como esa no se podía cruzar sin tener información de sus
características. Seguramente hay que cruzarle con marea alta, ya veremos. Me acerqué a una isla y me instalé a pescar. No salieron
truchas ni bolsas plásticas, sino unos pescados que mucho después supe que los
lugareños llamaban lisas y eran muy sabrosos hechos al horno como mi instinto
me había señalado.
Regresé
al atracadero que me correspondía y me sentí rendido, tuve que hacer un gran
esfuerzo para cocinar y cenar, pero sentía que la pesca y los paseos me estaban
devolviendo la poderosa musculatura que perdí en la Casa de Reposo. Sin limpiar
los cacharros que usé para cocinar, me recosté y me dormí tal como estaba con
ropa cómoda, pero no con ropa de dormir y ronqué más fuerte que el reventar de
las olas con que soñaba cada noche.
Mi ojo
derecho se abrió de pronto, el había detectado una presencia, el resto de mi
cuerpo era un tronco, pero mi ojo derecho empezó a lanzar señales imperiosas
para que me despertara o al menos actuara como sonámbulo, creo que fue esto
último lo que sucedió porque cuando abrí ambos ojos estaba dándole una severa
paliza a uno de los muchachos que me habían cambiado las velas esa mañana.
Logré controlarme y después de darle un soberbio puñetazo con mi izquierda. Le
pude preguntar que diablos se le había perdido en mi camarote.
―Nada,
nada señor Hook― gritaba como una varraco y el muy pendejo se puso a llorar con
mocos, hipos y de todo, lo cual ya era demasiado escándalo. Lo senté en la
silla y le dije que tocara mi mano derecha. Lo hizo cerrando los ojos esperando
cualquier golpe de mi parte.
―¿Cómo
notas esa mano, te parece normal?― le pregunté casi con dulzura.
―¡Responde! ―le ordené subiendo un poco el tono.
―Sí, sí,
señor Hook es muy dura su mano, ―gimió el pobre.
―Es que
no es polvo de eso que usted dice. ―Y después de una breve pausa agregó, ―Lo que hay en ese saco es la Diosa Blanca en persona.
Yo me quedé algo sorprendido con su respuesta y debo haber bajado la guardia. El muchacho aprovechó el momento para dar un brinco fantástico y de otro brinco trepó a cubierta y salió disparado corriendo y saltando sin darme oportunidad ni de gritarle las peores maldiciones que podría proferir un pirata jubilado.
Eso de la Diosa Blanca, me pareció un nombre encantador, verdaderamente fino, pero quizás el atlético muchacho era un poeta que se había inventado un nombre tan lindo como el Polvo de Hadas, pero en el fondo quizás quiera decir lo mismo. Una vez más examiné la bolsa lo olí y lo probé, pero no saqué ninguna conclusión.
Como el sueño me había abandonado y la noche era tibia, subí a cubierta con una frazada y me tumbé a esperar una estrella caminante que me devolviera la tranquilidad, pero en su lugar vino una hermosa lluvia de estrellas que duró hasta el alba, podía haber pedido mil deseos, pero solo pedí uno: volver a Neverland y dejar mis huesos allí.
Polvo de Hadas
Después de desayunar, en lugar de ir de pesca eché el paquete de polvos extraños a mi mochila y partí en dirección al edificio de PNL, el Señor Pan aún no había llegado y tuve que esperar, la secretaria me sirvió un café y trató de sacarme información sobre mi relación con el señor Pan y donde vivía. Cuando supo que yo habitaba el Walrus lanzó un sonoro Ahhhhhh y agregó -entonces ustedes son viejos amigos, ¿no es verdad?
-Lo de viejos, por mi parte no lo puedo negar, pero amigos amigos no tanto-. Con esa respuesta obtuve algunos minutos de silencio que me permitieron concentrarme en lo que iba a hacer.
El señor Pan apareció saludándome efusivamente como desmintiendo lo que le había dicho a la secretaria
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